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Mientras Coachella se acaloraba, el mundo tecnológico de Los Ángeles hacía planes para vivir en Marte

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Las únicas bebidas en el vuelo en jet privado de 11 asientos fueron el agua embotellada y una mezcla bacteriana genéticamente modificada y diseñada para prevenir los peores efectos de las resacas.

Un puñado de pasajeros que viajabamos en el corto vuelo nocturno de Hawthorne a la orilla de Mojave, capitalistas de riesgo, un hombre con una compañía manufacturera basada en hongos y este reportero, bebieron la mezcla. El piloto, junto con dos ingenieros de SpaceX, declinaron cortésmente.

En el aeropuerto de Apple Valley, un helicóptero nos esperaba para llevarnos más allá de la cima de las colinas, más lejos de la civilización. Varias millas más allá de los caminos pavimentados había dos tiendas de campaña, un círculo de contenedores y una “H” pintada en la tierra que marcaba un helipuerto improvisado.

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Cien millas al sureste, masas de cabezas se reunían en el desierto para el primer fin de semana de abril de Coachella. Pero este pequeño equipo de científicos espaciales, biólogos sintéticos, inversionistas, empresarios y un fiestero con lanzallamas tenían ambiciones más altas.

Llegaron en avión, autobús y hasta en varios Teslas, a este desolado valle para disfrutar Betaspace: un encuentro de una noche, sólo para invitados, para la industria de asentamientos espaciales, que aún no está en pleno auge.

A través de la fuerza pura de las festivas redes, sus organizadores esperaban crear compañías y conceptos que permitieran a la humanidad establecer bases en Marte (o tal vez en la Luna), o “terraformar”, como dicen ellos, a nuestros vecinos más cercanos en mundos habitables y, en el proceso, crear tecnologías para nosotros, los seres humanos ligados a la Tierra.

Para los cerebros detrás de la operación, este fue también el primer paso en un nuevo camino para la escena tecnológica de Los Ángeles. La alguna vez, un jugador dominante, cuando la tecnología y la industria aeroespacial eran sinónimos, la tierra del Sur perdió importancia a medida que el silicio, el software y las empresas de nueva creación se concentraron en el Área de la Bahía. Sin embargo, si la colonización espacial se convirtiera en algo, el sur de California podría capitalizarse gracias a su larga trayectoria en ingeniería espacial y a su animado sector biotecnológico.

En otra parte del mismo desierto, empresas como SpaceX, Blue Origin y Virgin Galactic lanzan los cohetes que podrían llevarnos a otros mundos. El objetivo de Betaspace es averiguar cómo viviríamos una vez que estemos allí arriba.

La invitación prometía que Betaspace sería el lugar donde “los hombres clave y la feria de tecnología colisionarían”. Había un asado de cordero, un bar abierto con cócteles de temática espacial además de un espectáculo de láser, proyectado en las inconfundibles colinas parecidas a Marte. Al final de la noche, un Honda Odyssey sería incinerado a manera de ritual. Los microbios anti-resaca artificiales fluyeron libremente en nuestros organismos.

La multitud de alrededor de 180 personas (muchos de Silicon Valley, algunos de Suiza) estaba dividida entre empresarios con camisas de botones hechas a la medida y otros con sudaderas informales, científicos vestidos con indumentaria de senderismo de camisas de franela y botas apropiadas para el trabajo de campo, también estaban los de aspecto de extras de las películas de “Mad Max”.

La mayoría había ignorado las sugerencias de vestir en la guía de estilo de Pinterest del evento que contenía una variedad de túnicas fluyendo al viento y que de antemano había sido enviada por correo electrónico a los participantes. Bryan Johnson, el hombre que ganó cientos de millones vendiendo Venmo a PayPal y que ahora dirige la empresa de interfaces neuronales Kernel, se codeó con Brian Armstrong, el director ejecutivo de Coinbase, el líder mundial en intercambio de criptomoneda.

Junto a la mesa de bocadillos, donde las papas fritas y la salsa se encontraban junto a las palomitas de maíz espolvoreadas con cianobacterias azules brillantes, un hombre con un abrigo de piel hasta la rodilla inició una conversación con un steampunk. Uno de ellos había vendido una exitosa empresa de catering para oficinas y ahora estaba buscando invertir en modelos de negocio basados en un cambio catastrófico, el otro trabaja en Canadá en el desarrollo de pequeños reactores nucleares para propulsar naves espaciales y en colonias planetarias.

“¿Cómo mantienes limpia esa piel?”, preguntó el ingeniero nuclear.

“Llevo cuatro quemaduras seguidas y nunca la he limpiado”, contestó el inversionista en catástrofes.

Un representante de DARPA, el ala de investigación experimental del ejército, llevaba una chaqueta con lentejuelas y un sombrero de copa con cuernos. Un alto y delgado imitador de Spock se encontraba por ahí, mirando fijamente a la distancia. Mientras un DJ tocaba música techno relajante, grupos de hombres y mujeres más jóvenes deambulaban vestidos con trajes elásticos de cuerpo entero plateados.

Pero esa multitud no estaba ahí simplemente para lucir bien. Estaban ahí para hablar del espacio.

En una típica conferencia de tecnología, un “sueño lunar” es una metáfora de un nuevo plan de capitalización o una estrategia de marketing audaz. Aquí, apuntar a la luna podría significar precisamente eso.

“Voy a crear una institución de educación superior en la luna”, dijo Bruce Pittman, un ingeniero de la NASA desde hace mucho tiempo en el Centro de Investigación Ames de la agencia en Silicon Valley. Espera que su institución sirva “como un campo de pruebas y como fuente de talento para la expansión de la presencia humana en todo el sistema solar”.

La sensación de crisis por una rápida acción en cuanto a cambio climático, hambruna y desplazamientos masivos, guerras por el agua, paisajes envenenados, etc., sirvió de impulsó para gran parte de las conversaciones, junto con la esperanza de que en el espacio podría haber algo de salvación, tanto como una válvula de escape para nuestra humanidad reprimida o como un sólido terreno de prueba para la tecnología que podría llevarnos a través de los tiempos difíciles.

“Imagina que vivimos en una reserva natural, bosques, praderas y hermosos arroyos. No vamos a construir una planta industrial en medio de ese bosque”, dijo Jim Keravala, director ejecutivo de OffWorld, una empresa de Pasadena que está construyendo robots industriales para el espacio. “La Tierra está en una reserva natural llamada la zona habitable de nuestra estrella”.

La empresa quiere dividir el planeta en zonas “de industria ligera y residencial solamente”, y llevar el trabajo industrial más sucio al cinturón de asteroides que orbita el sol entre Marte y Júpiter.

Este tipo de sueños lunares no son baratos.

“Me interesa averiguar si puedo recuperar mi dinero mientras tenga vida”, dijo Eric Anschutz, un inversionista. “Eso probablemente significa no invertir en terraformación”.

Sus intereses se centran en los subproductos terrestres de la expansión espacial, como la forma en que la tecnología de la NASA condujo a la cirugía LASIK y los paneles solares de alta eficiencia, o la forma en que las compañías farmacéuticas hoy en día compran literas, de manera regular, en los lanzamientos de cohetes para cultivar cristales más puros en microgravedad.

Mientras el sol se ponía y las estrellas empezaban a aparecer en el cielo del desierto, John Cumbers, el empresario del evento, reunió a todos en la carpa principal. Su investigación sobre la inducción a comas temporales para viajes espaciales de larga distancia le había dado una oportunidad en la NASA, pero se había alejado del tema del espacio para construir un negocio de redes en la biotecnología sintética. El año pasado se le ocurrió Betaspace mientras miraba las estrellas en un viaje a Malasia.

Reflexionó sobre su vida, de que estaba casado, tenía dos hijos y una casa en los suburbios de Silicon Valley, y se dio cuenta de que: “voy a cumplir 40 el año que viene ¿qué demonios le pasó a mi visión de asentamientos en el sistema solar?”.

Regresó a California, alquiló una casa rodante y se dirigió a Los Ángeles desde su casa para buscar localizaciones.

Mientras estaba en la zona, se detuvo en ‘Mothership’, el laboratorio biológico y almacén de prototipos del centro de Los Ángeles dirigido por el fundador de Soylent, Rob Rhinehart.

“John vino a mí y me dijo que quería construir una ciudad futurista en el desierto”, dijo Rhinehart. Por casualidad, Rhinehart había comprado una parcela de 3 acres de tierra en el desierto por $3.000, sin haberla visto, pensando que podría servir como un buen lugar para observar las estrellas. “Cuando llegué allá la primera vez, se sentía como si estuviera en Marte, tan sólo con el hecho de estar en esa llanura con las montañas a tu alrededor y las estrellas encima de ti; allí hay mucha energía positiva. Cuando John dijo que necesitaba un sitio, yo le dije: ‘bien, puedes usar el mío gratis’”.

Poco más de un año después, nació Betaspace, y Cumbers parecía como si estuviera trabajando para la cámara de comercio.

“La razón por la que no hay industria de asentamientos espaciales es porque no hay mercado”, dijo Cumbers. “Todos sabemos que dentro de mil años tendremos gente viviendo en la luna o en Marte. En cien años, la probabilidad podría ser de un 75%, ¿y dentro de 10 años? un 5% o tal vez un 10% de probabilidades de que suceda.

“Vamos a crear ese mercado, vamos a construir esa comunidad y esa comunidad va a hacer que el asentamiento sostenible del espacio sea una realidad”, dijo Cumbers.

Chris McKay, un veterano de la NASA con 30 años de experiencia y uno de los principales defensores dentro de la agencia de la construcción de asentamientos humanos permanentes fuera de la Tierra, fue un poco menos optimista.

“Cuando John me invitó, vine sin saber qué era todo esto”, dijo. “Y si lo hubiera sabido, probablemente no habría venido, porque estoy representando a la vieja guardia, estoy representando a los científicos de la NASA”.

Cuando McKay dijo que no estaba interesado en generar ingresos de la luna o de Marte, la multitud abucheó. Respondieron más favorablemente a su creencia de que los contratistas privados deberían manejar la logística y dejar que la NASA se adentre a sus raíces como organización científica, rotando a los investigadores fuera de las bases de la Luna y Marte como los investigadores en la Antártida.

Un ingeniero senior de SpaceX respondió a las preguntas sobre las ambiciones que tiene la compañía en Marte a medida que el clamor de la multitud iba en aumento.

El bar se quedó sin zumo de cúrcuma y zanahoria para su cóctel de mezcal, y los invitados privados se apresuraron para tomar sus vuelos de regreso a casa.

Mientras el DJ hacia sonar “The Final Countdown” (cuenta regresiva), el desafortunado Honda Odyssey fue atacado por el lanzallamas. En cuestión de segundos, las llamas y las explosiones envolvieron el práctico coche familiar, ¿las bolsas de aire? enviaron ondas de choque que hicieron zumbar los oídos.

El calor abrasivo y el humo hicieron retroceder a la multitud. Pero incluso con un Odyssey en llamas frente a ellos, muchos todavía miraban las estrellas.

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