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Los hombres no escuchan, las mujeres no lo dicen: la importancia diaria del ‘no’

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Era el tercer contratista que mi esposo y yo llamábamos para presupuestar un techo nuevo, una renovación importante que nunca vimos venir, no estábamos seguros de necesitar, y por la cual ahora agonizábamos.

Él hablaba y hablaba: tipos de tejas, diapositivas en su iPad con daños por agua y destrucción por granizo. Finalmente, pasó a los números: $16.000 por el techo, pero, ¡para nosotros -¡Sí, sólo para nosotros!- serían $12.000.

“¿Qué piensas?”, preguntó.

Le dije que necesitaríamos tomarnos un tiempo. Se acercó.

“¿Qué más necesitas?”, me presionó.

Respondí que revisaríamos todos los hechos y tomaríamos una decisión. Hablé gentilmente y muy bien, para no herir su ego. Ya no me interesaba -me molestaban su pompa y arrogancia-, así que usé la frase que comúnmente se usa para decir que “no”. Pero él no comprendía.

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“No entiendo”, prosiguió. “¿No crees que tu casa tiene un problema?”.

Tartamudeé. “Bueno, sí”, dije.

“¿Crees que necesita un techo nuevo?”, gritó, bramó. “¿No lo crees?”.

Allí me hartó. Me vio como el punto débil; la mujer a quien se le puede hacer sentir a la defensiva, que estaría de acuerdo con su experiencia y sabiduría superiores. Pero estoy harta de eso. Muchas mujeres lo están. Basta de modestia, basta de ‘no sé’, basta de ‘sí, señor’.

“No aprecio su macho explicación”, respondí.

Él se echó a reír, desdeñoso. “Ni siquiera sé lo que eso significa”, contestó. Yo sólo le dije: “Y acaba de perder $12.000 debido a eso”.

Por el resto de la tarde, eché humo. Sentía el persistente cosquilleo de la agresión en mi piel, como si me hubieran toqueteado o seguido.

En las semanas posteriores a este encuentro, pensé en otro, ocurrido durante mi primer año de universidad. Había ido a una fiesta con un amigo, y un tipo más grande me llevó a un dormitorio. Nos estábamos besando, e intentó subirse encima de mí. Me negué. Él me reprendió: ¿Por qué había ido allí con él? Estaba siendo ridícula, injusta. No recuerdo todos los detalles, sólo sé que tuve un impulso primitivo, tiré de un cordón de la lámpara en la mesilla de noche y la arrojé contra la pared opuesta. El tipo se alejó. Yo corrí. Temblé por un rato, luego me reí del incidente, más tarde, con amigos.

Es difícil decir que no en los entornos sexuales. A veces, es aún más difícil decir no en las situaciones cotidianas en las que los hombres intentan forzar el tiempo, la energía y la atención de las mujeres, quizás porque estas situaciones a menudo no son tan urgentes, y la dinámica de poder no es tan descarada. El movimiento Me Too generó una importante conversación sobre el consentimiento y el sexo, pero no se ha hablado tanto sobre la dinámica de decir no en estos innumerables otros escenarios.

Cuando un escritor varón me pidió un “pequeño favor” que resultaría en más de 10.000 palabras de escritura, dije que no, pero sólo después de consultar a una amiga y descubrir que él también le había preguntado a ella; parecía que sólo le pedía favores a las mujeres. Era la primera vez que le decía que no a un hombre que tenía un cierto grado de poder y prestigio sobre mí, un descubrimiento impactante para una mujer “fuerte”, de 36 años.

Las escritoras con múltiples publicaciones en su experiencia se ríen en voz baja, después, del hombre arrogante y aficionado que dominó la conversación del seminario con declaraciones sobre técnicas literarias. Las mujeres jóvenes sonríen y asienten ante las generalizaciones ilógicas y enloquecedoras de un tipo. Muy a menudo dejamos que el mundo sea escrito por hombres arrogantes, cediendo ante su interminable confianza e incapacidad para escuchar.

“Sólo pretendía un no”, me dijo el techador cuando se fue. Respondí que lo había dicho muchas veces, y que él simplemente se había negado a escucharlo.

Este no es sólo un problema de las mujeres que deben defenderse, sino también de lo que nuestra sociedad valora. En lugar de pedir a las mujeres que sean como los hombres estereotipados -más agresivas, asertivas y dominantes- ¿por qué no les pedimos a los varones que adopten las cualidades que tienden a ser marginadas como femeninas? ¿Por qué no les pedimos que sean humildes y curiosos? ¿O que se sienten y escuchen? ¿O que se cuestionen a sí mismos?

Celebramos a la “mujer fuerte” que es la opción más cercana posible a la masculinidad, cuya feminidad es redimida y calificada por un adjetivo masculino común. Mientras tanto, la retórica en nuestro país nunca ha sido más beligerantemente masculina, ni más superficial, simplificada y destructiva.

Al mismo tiempo, las mujeres tienen más poder que nunca: en el Congreso, en las universidades, como artistas y empresarias. En lugar de emular a los viejos modelos masculinos, estas mujeres pueden liderar, gobernar y crear de una manera diferente: escuchando realmente a otras personas; haciendo preguntas y tomando una pausa para reflexionar; enfatizando la humildad, la curiosidad y el cuidado.

Quiero que mi hija se sienta con la capacidad para decir no en todos los contextos: al hombre que trata de explicarle qué es México, o al que le pide que haga este pequeño favor, o tome esta simple decisión. Quiero que le diga que no al chico que se pone por delante de ella en el tobogán -siempre hay al menos uno- porque la mayoría de las veces, la madre del niño no interviene. El otro día, un chico le dio un codazo y ella lo dejó. La llamé, la senté y le dije: “Elena, la próxima vez que pase eso, le dices: ‘¡No! Es mi turno!’. ¿Entiendes?”. Ella asintió. Lo repetí. “Le dices que no”. Parecía aliviada.

Sé que después tendrá clases en las que los varones levantarán la mano con más frecuencia y serán convocados más a menudo. Sé que está creciendo en un sistema en el que a los hombres se les paga más que a las mujeres, y que constituyen el 75% del Congreso. Pero esto cambiará, y una gran parte de ese cambio será que las mujeres digan que no en todo tipo de formas, que parecerían menores pero que erosionan el derecho del hombre a abusar del tiempo, la atención y las decisiones de las mujeres.

No se trata de ser fuerte. Se trata de un mundo que se basa en algo más que la fuerza, la fanfarronada y la jactancia, el dominio y la coerción. Se trata de afirmar con audacia que tal mundo es posible, y que las mujeres lo lograrán.

El segundo libro de Sarah Menkedick, “Ordinary Insanity: Fear, Anxiety, and the Silent Crisis of Motherhood” (Locura ordinaria: miedo, ansiedad y la silenciosa crisis de la maternidad) será publicado el año próximo.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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