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La jugada sorpresa de Trump ante la situación en Venezuela

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A primera vista, la decisión del presidente Trump de reconocer a un líder opositor recién llegado como presidente de Venezuela parece una ruptura abrupta y arriesgada de las normas diplomáticas —es decir, un ‘Trump clásico’—.

Sin embargo, podría ser la jugada de política exterior más tradicional que haya hecho este presidente.

No solo porque Trump busca un cambio de régimen en un país latinoamericano; Estados Unidos ha hecho eso durante más de un siglo.

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Tampoco porque la intervención esté dirigida a un gobierno de izquierda aliado con Cuba, que durante mucho tiempo fue un objetivo de los republicanos de línea dura.

La cuestión sorprendentemente normal fue cuán francamente multilateral actuó la administración Trump, como si el presidente no hubiera pasado dos años denunciando las alianzas como obstáculos a su doctrina de ‘EE.UU. primero’.

Antes de que Estados Unidos declarara “ilegítimo” al presidente de Venezuela Nicolás Maduro, “los diplomáticos del Departamento de Estado coordinaron cuidadosamente el apoyo de otros gobiernos en América Latina y más allá.

Permitieron que el Grupo de Lima, integrado por 14 naciones —y que no incluye a Estados Unidos— tomara la iniciativa en construir el caso contra el régimen de Maduro.

El 24 de enero, el secretario de Estado, Michael R. Pompeo, acudió a la Organización de Estados Americanos (OEA), el antiguo grupo de trabajo multilateral del hemisferio occidental, para pedir una resolución de apoyo. No obtuvo la mayoría, pero al menos lo intentó.

Pompeo también pidió apoyo al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Un funcionario de la Casa Blanca incluso elogió a la Unión Europea por su ayuda. Sí, a la misma Unión Europea que Trump ha denunciado repetidamente por complotar contra la economía de Estados Unidos.

“Este podría ser realmente un caso en el que la administración haya acertado”, afirmó John D. Feeley, un exembajador de Estados Unidos en Panamá, quien ha sido un crítico acérrimo de la diplomacia de Trump. “Me duele decirlo, pero es la verdad”.

La razón principal por la que nuestro presidente instintivamente unilateral ha recurrido repentinamente a la diplomacia tradicional es simple: hay pocas opciones disponibles.

Desde sus primeros días en el cargo, Trump y sus asesores identificaron al régimen de izquierda de Venezuela como una amenaza para los intereses de Estados Unidos. Maduro está estrechamente aliado con Cuba, Rusia y China. Su gobierno controla las mayores reservas comprobadas de petróleo en el mundo, incluso más grandes que las de Arabia Saudita.

Sin embargo, la mala gestión económica, la corrupción y el aumento de los delitos en el gobierno de Maduro han puesto a ese país de rodillas. Millones de venezolanos huyeron a naciones vecinas, creando una verdadera crisis de refugiados.

Cuando se le brindó a Trump su primera sesión informativa en la Casa Blanca sobre Venezuela, preguntó si una intervención militar de Estados Unidos resolvería el problema. Sus asistentes, preocupados, le dijeron que una invasión sería desastrosa. “El DOD [el Departamento de Defensa] dijo que ya estaban luchando suficientes guerras”, dijo uno.

Los funcionarios estadounidenses mantuvieron después una serie de reuniones clandestinas con militares disidentes venezolanos. Pero no estaba claro si eran capaces de armar un golpe de estado y, finamente, los oficiales fueron arrestados pronto.

Eso dejó a la diplomacia y la económica bajo presión.

Los funcionarios del Departamento de Estado alentaron al Grupo de Lima a organizar una presión multilateral contra el régimen de Maduro. Era importante que otros países tomaran la iniciativa para evitar que el esfuerzo luciera como un imperialismo estadounidense.

“Los colombianos y los canadienses fueron quienes impulsaron el proceso”, señaló Feeley, quien ahora trabaja para Univisión, la cadena de televisión en español.

Un punto de inflexión se produjo el 4 de enero, cuando 13 de los 14 países del Grupo de Lima declararon conjuntamente a Maduro como ilegítimo. Eso abrió el camino para que el jefe de la legislatura de Venezuela, Juan Guaido, se declarara como “presidente interino”.

Ahora, el Departamento del Tesoro de Estados Unidos prepara una sanción económica innovadora: un intento de desviar el efectivo que Venezuela obtiene de las exportaciones de petróleo de Maduro al gobierno alternativo de Guaido. El objetivo es dividir el régimen —militares incluidos— y provocar su colapso.

No hay garantía de que el plan funcione. La argucia de los ingresos del petróleo podría ser bloqueada judicialmente. Las fuerzas de Maduro podrían tomar a los diplomáticos estadounidenses en Caracas como rehenes. El régimen podría ser más resistente de lo esperado.

Pero la ágil diplomacia de Estados Unidos y sus aliados creó la mejor oportunidad de derrocar a Maduro sin violencia.

Y le valió elogios a la administración Trump, de sectores inesperados; el senador Richard J. Durbin (demócrata- Illinois), el segundo demócrata en el Senado, y el representante Adam B. Schiff (demócrata-Burbank), presidente del Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes, respaldaron la medida.

La cuestión incluso podría tener la oportunidad de enseñarle a Trump una lección más amplia: cuando Estados Unidos no puede abrirse paso mediante la acción unilateral, las viejas alianzas y las organizaciones multilaterales siguen siendo útiles.

Ese principio ayudó a gran parte del mundo a mantenerse en paz desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Debería ser especialmente útil en una época en que el poder militar y económico de Estados Unidos es menos dominante que antes.

O tal vez no. El jueves 24, un periodista le preguntó al asesor de seguridad nacional de Trump, John R. Bolton, por qué Estados Unidos intervenía en Venezuela y no contra otros regímenes autoritarios.

Bolton hizo un breve guiño al multilateralismo, citando el apoyo a la posición estadounidense por parte de América Latina y Europa. Luego dio otra razón; tal vez el principio unilateralista más antiguo de la política exterior de Estados Unidos: la Doctrina Monroe, de 1823.

“El hecho es que Venezuela está en nuestro hemisferio”, remarcó Bolton. “Creo que tenemos una responsabilidad especial aquí”.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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