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La ciudadanía por nacimiento no es solo una ley, es crucial para la integración en EE.UU.

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En una entrevista con Axios, el presidente Trump afirmó que planeaba emitir una orden ejecutiva para revocar la ciudadanía por nacimiento, una ley que describió como “ridícula”.

El argumento legal en contra de tal operativo es abrumador: revertiría cerca de mil años del derecho común angloamericano y violaría la 14º Enmienda a la Constitución de Estados Unidos. Peor aún, la experiencia —aquí y en Europa— muestra que dar por terminado con la ciudadanía por derecho de nacimiento limitaría la forma en que los inmigrantes y sus descendientes se integran y convierten en estadounidenses.

La ciudadanía por nacimiento (que implica que, quienes nacen aquí, son estadounidenses) significa que cada descendiente de inmigrantes tiene participación en esta nación y no crece en una clase legal inferior. Cuando los hijos de inmigrantes nacidos en Estados Unidos —los que están aquí con una tarjeta verde de residencia o una visa de trabajo temporal especializada; los que llegaron como refugiados o, sí, quienes están aquí ilegalmente— se convierten en ciudadanos automáticamente, ellos y sus familias también se vuelven parte de la comunidad. La historia de Estados Unidos lo demuestra, al igual que la experiencia reciente en Alemania.

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Tradicionalmente, la ciudadanía alemana era una cuestión de sangre. En su mayor parte, los padres debían haber sido alemanes para que un niño sea un ciudadano de pleno derecho. Esas leyes crearon una crisis de integración. Los programas de trabajadores invitados en las décadas de 1950, 1960 y 1970 admitieron a un gran número de turcos, tunecinos, portugueses y otros, necesarios para trabajar en la creciente economía de posguerra. A pesar de las intenciones del gobierno alemán, muchos de estos trabajadores se quedaron allí y tuvieron hijos, pero los niños no eran ciudadanos automáticamente.

La situación derivó en unas pocas generaciones de jóvenes resentidos y desplazados, con una lealtad solo parcial a la nación donde habían nacido. Los no ciudadanos nacidos en Alemania formaron “sociedades paralelas”; eran más propensos a la delincuencia y a tener ideologías políticas como el islamismo radical o el nacionalismo kurdo. Más recientemente, su descontento se manifestó en las ciudades alemanas en forma de ataques kurdo-alemanes a centros culturales turco-alemanes.

El Parlamento alemán tomó medidas para impulsar la integración. En 1999, extendió la ciudadanía a algunos hijos de no alemanes nacidos a partir del 1º de enero de 2000 y a algunos de los nacidos en la década anterior. Según un creciente cuerpo de evidencia académica, el efecto positivo fue indiscutible.

Los padres inmigrantes de niños recién cubiertos por la ciudadanía por derecho de nacimiento ganaron más amigos alemanes, hablaron más alemán y comenzaron a leer periódicos alemanes más que otros.

También llevaron a sus hijos al preescolar a un ritmo más alto y los inscribieron antes en la escuela primaria, lo cual provocó un aumento en el dominio del idioma alemán y una disminución en los problemas sociales y emocionales. La fertilidad de los inmigrantes con hijos nativos disminuyó, la obesidad infantil entre ellos se redujo y otras medidas de salud mejoraron.

Los inmigrantes y sus hijos, especialmente las mujeres, comenzaron a casarse más tarde y con menos frecuencia, en un patrón similar al de los alemanes. Estas mujeres también mostraron más probabilidades de casarse con hombres que no pertenecían a su propio país de origen, otro signo de buena integración social.

El informe reciente de la Academia Nacional de Ciencias sobre los estudios de integración de inmigrantes en Estados Unidos parte de la posición de que la ciudadanía por nacimiento es fundamental para el país: “Es uno de los mecanismos más poderosos de inclusión política y cívica formal en Estados Unidos”.

Desafortunadamente, Trump y su partido están en gran parte en desacuerdo.

Alrededor del 62% de los republicanos piensa que los inmigrantes de hoy están menos dispuestos a adaptarse a la vida estadounidense que los de hace un siglo, en comparación con sólo el 17% de los demócratas que sostienen dicha opinión. La última vez que se realizó una encuesta sobre el tema, en 2015, aproximadamente la mitad de los republicanos deseaba modificar la Constitución para derogar la ciudadanía por nacimiento, y los miembros más conservadores del Tea Party favorecían la derogación por un margen de casi 20 puntos, 57% al 40%.

Eso hace que las voces conservadoras como las de Reihan Salam, autor y editor ejecutivo de National Review, sean aún más importantes. Salam favorece la ciudadanía por derecho de nacimiento porque, de lo contrario, nos veríamos consumidos por “las cuestiones planteadas por la creación de una gran clase de apátridas”, nacidos aquí sin derechos y sin forma de integración.

Como un economista de la Universidad de Washington, Jacob Vigdor, resumió en su investigación sobre inmigrantes recientes, los temores de la falta de integración en Estados Unidos son exagerados.

“Los indicadores básicos... desde la naturalización hasta la habilidad en el inglés, son más fuertes ahora de lo que eran” en la era de la Isla Ellis. La ley que garantiza la ciudadanía por nacimiento es parte del motivo. Lejos de ser ridícula, garantiza que los inmigrantes y sus hijos se entrelacen con el tejido estadounidense. Dejémosla tal como está, y mantengamos la 14º Enmienda intacta.

Si quiere leer este artículo en inglés, haga clic aquí.

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