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La campaña por 2020 está oficialmente en marcha, y ambas partes son capaces de perder

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Ahora que la campaña presidencial de 2020 está realmente en marcha, esto es lo que sabemos hasta el momento.

El presidente Trump está enviando el mismo mensaje colérico y divisivo que utilizó para movilizar a sus votantes, mayormente blancos y conservadores, hace cuatro años. En el mitin de su campaña, le dijo a sus seguidores en Orlando, Florida, que los demócratas están “impulsados por el odio, el prejuicio y la rabia; quieren destruirlos y acabar con nuestro país tal como lo conocemos”. Esta vez, el mandatario tiene las ventajas adicionales de la titularidad, un partido republicano unificado y una economía fuerte.

Los demócratas intentan volver a reunir esa amplia coalición multirracial que eligió a Barack Obama dos veces y que estuvo a punto de coronar a Hillary Clinton. Pero como vimos en sus debates de la semana pasada, la lucha por los votantes primarios los está llevando a la izquierda, hacia posiciones políticas que podrían ser un problema en la campaña de la elección general, en cuestiones de salud e inmigración, por ejemplo.

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La retórica divisiva de Trump es una característica calculada y útil; fue clave para su victoria en el colegio electoral en 2016. Varios equipos de eruditos políticos que analizaron retrospectivamente esa elección llegaron a la misma conclusión: él ganó porque tuvo el control del debate y remarcó temas que se referían a la raza, el origen étnico y la identidad nacional, incluyendo la inmigración mexicana y el terrorismo islámico.

El hecho de que haya vuelto a abrir el manual este año es desalentador, pero no debería ser una sorpresa. Esta vez, sin embargo, Trump tiene un nuevo y poderoso tópico de conversación: ha presidido el país por más de dos años y medio, con un sólido crecimiento económico. El primer mandatario es famoso por inventar sus propios hechos, pero en la economía, la verdad está mayormente de su lado.

El desempleo hasta el pasado mes de mayo fue del 3.6%, la tasa más baja en casi 51 años. Los demócratas argumentan que la mayor parte del crédito por ello le corresponde a Obama, por lanzar la recuperación, pero Barack Obama no está en la boleta electoral.

Normalmente, un presidente de primer mandato con una economía en crecimiento debería poder abrirse camino hacia otros cuatro años. Así es como Ronald Reagan ganó en 1984, Bill Clinton en 1996 y Obama en 2012.

Pero no Trump, quien es tan impopular que ha generado su propio viento en contra. Es el único presidente cuya aprobación nunca ha alcanzado el 50% desde que Gallup Poll comenzó las consultas sobre el tema, en 1938.

Su impopularidad personal también ha generado una reacción en contra de sus posiciones.

Después de que Trump comenzó a ganar las primarias republicanas, en 2016, el respaldo a la ley de salud de Obama aumentó. También lo hizo el apoyo para ofrecer a los inmigrantes indocumentados una vía posible hacia la ciudadanía, y más estadounidenses afirmaron que el país no hacía lo suficiente para garantizar la igualdad de derechos para los ciudadanos negros. La mayor parte del cambio en el sentir se produjo entre los demócratas, que se unían para apoyar exactamente lo opuesto a las opiniones del presidente.

En 2014, según el Pew Research Center, el 57% de los demócratas blancos creía que “el país necesita continuar haciendo cambios para otorgar a los negros la igualdad de derechos”. Para 2017, el número había aumentado al 80%.

Así que el electorado primario demócrata es más liberal de lo que solía ser; en parte, según parece, debido a esa polarizante oposición a Trump. En 2009, el 32% de los demócratas se calificaban como liberales; este año llegaron al 46%.

Esos porcentajes ayudan a explicar el tono notablemente progresista de los debates demócratas. Como lo señaló mi colega Janet Hook, los candidatos adoptaron posiciones bien a la izquierda de todo lo que Obama defendió durante sus dos mandatos, en una amplia gama de temas.

En cuanto a la atención médica, Bernie Sanders y Elizabeth Warren (y quizás Kamala Harris, quien embrolló su posición) se reconocieron a favor de abolir el seguro médico privado, una idea a la cual la mayoría de los votantes se oponen. La mayor parte de los otros candidatos, incluido Joe Biden, señalaron que permitirán que el seguro particular compita con un plan de “opción pública” administrado por el gobierno.

Acerca de la inmigración, los 10 candidatos en el debate del jueves reconocieron que permitirían a los indocumentados inscribirse en sus planes de atención médica, algo que Obama nunca propuso.

Es bastante probable que Trump haga campaña fuertemente contra ambas posiciones, así como en oposición al plan de energía Green New Deal, respaldado por varios candidatos. El mandatario ya tildó a todos los demócratas de “socialistas”, incluidos aquellos que han denunciado explícitamente esta doctrina política.

“Lo más desafiante en una elección presidencial es ser el partido opositor cuando hay una economía fuerte”, señaló Lynn Vavreck, una académica de UCLA que es coautora de uno de los mejores análisis retrospectivos sobre las elecciones de 2016, “Identity Crisis” (Crisis de identidad).

Los demócratas “necesitan encontrar un problema sobre el cual enfocarse, algo que los votantes consideren más importante que la economía”, afirmó. Pero no puede ser sólo en la oposición a Trump. “Esa fue una de las lecciones de la campaña de Hillary Clinton en 2016”.

Trump, por otro lado, tiene una oportunidad que aún no ha aprovechado. “Su mejor carta para ganar es destacar la economía”, expresó Vavreck. “Probablemente en 2020 debería llevar adelante una campaña diferente a la que hizo en 2016”. No hay señales de eso todavía.

En pocas palabras: se trata de una elección en la que ambos lados son capaces de perder.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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