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John Hinckley, el hombre que intentó matar al presidente Reagan, ahora vive ‘feliz como una lombriz’

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Dos años después de ser dado de alta de un hospital psiquiátrico, John W. Hinckley Jr. vive en una casa modesta en un campo de golf, tiene un pequeño negocio de antigüedades, adoptó un gato llamado Theo y conduce para su madre y su hermano mayor.

“Me siento mejor que nunca antes”, le dijo a un psiquiatra sobre su vida en la histórica ciudad colonial de Williamsburg, en la costa de Virginia, según los registros judiciales. “Soy feliz como una lombriz, para ser honesto”.

Pero a los 63 años, Hinckley continúa enfrentando desafíos, algunos generales y otros particulares, para el hombre que le disparó -y estuvo a punto de matar- al presidente Reagan en las afueras de un hotel de Washington, el 30 de marzo de 1981.

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Como no le gusta hacer ejercicio, en los últimos años subió casi 40 libras. Camina cojeando y sufre de artritis e hipertensión.

No tiene amigos íntimos y ha tenido problemas para tener citas. El año pasado, el atacante presidencial asustó tanto a una potencial pareja romántica, que la mujer llamó a la policía.

La información sobre los primeros dos años de libertad de Hinckley fue revelada mediente informes psicológicos recientemente dados a conocer por el juez federal que supervisa su caso.

En noviembre pasado, el juez confió en las evaluaciones para otorgarle a Hinckley más privilegios en la supervisión ordenada por el tribunal. Por decisión del juez de distrito, Paul L. Friedman, a Hinckley se le permite conducir sin acompañamiento en grandes distancias desde Williamsburg. Y, con la aprobación y supervisión de sus terapeutas, puede mudarse de la casa de su madre y usar anónimamente internet para vender antigüedades y libros, así como mostrar sus obras de arte y música.

Hinckley es supervisado por profesionales de la salud mental desde que fue declarado inocente por trastorno de las facultades mentales, un año después de haberle disparado a Reagan; al secretario de prensa del entonces presidente, Jim Brady; a un agente del Servicio Secreto, Tim McCarthy; y a un policía del Distrito de Columbia, Thomas Delahanty, en las afueras del hotel Washington Hilton.

Hinckley baleó a los hombres para impresionar a la estrella de cine Jodie Foster; Reagan y Brady estuvieron al borde de la muerte. Finalmente, el eventual fallecimiento de Brady, ocurrido casi tres décadas más tarde, fue considerado un homicidio porque se debió a los disparos que en 1981 lo dejaron parcialmente paralizado.

Después de años de extensiones de manera gradual de la libertad de Hinckley -internado en el Hospital St. Elizabeths, una instalación psiquiátrica-, en julio de 2016 Friedman le ordenó que lo dejaran en libertad para que residiera con su madre en Williamsburg. Antes de su puesta en libertad, ya se le permitía visitarla por largos períodos.

Los médicos creen que la depresión de Hinckley y el trastorno psicótico subyacente, están en remisión completa hace tres décadas, según los registros judiciales.

En los últimos dos años, ha asistido regularmente a sesiones de terapia individual y grupal, según muestran los registros. Trabaja con un musicoterapeuta y se reúne mensualmente con un psiquiatra.

También ha realizado una caminata mensual de 150 millas a Washington, para cumplir con su cita con el psiquiatra que supervisa St. Elizabeths y el Departamento de Salud Conductual de la ciudad.

Según los informes, los terapeutas de Hinckley, estuvieron de acuerdo en que su transición de St. Elizabeths a Williamsburg no había generado problemas, y que había madurado y logrado cada vez más independencia.

El abogado de Hinckley, Barry Wm. Levine, coincidió. “Lo está haciendo muy bien, perfectamente. Cumple con todos los requisitos de la corte y está contento”.

Hinckley vive con su madre, Jo Ann, y su hermano mayor, Scott, en la comunidad de Kingsmill, cerca del pintoresco río James. En su dormitorio tiene una cama tamaño king, y sus propios cuadros decoran las paredes.

También se ocupa de conducir para su familia; lleva a su hermano y su madre a citas y reuniones. Compra comestibles y se encarga de cocinar.

En agosto de 2017 asumió responsabilidades adicionales, cuando su madre se cayó y se rompió la cadera; desde entonces, se convirtió en su principal cuidador. La mujer está mejorando, pero la mortalidad está en la mente de su hijo.

“Describió que ‘trabaja duro’ para cuidar de su madre, en pos de ‘darle cosas buenas al final de su vida”, Hinckley le contó a un psicólogo, según consta en los registros.

Jo Ann Hinckley elogió a su hijo y comentó a un psicólogo que “John simplemente hace todo lo que debe hacer por mí. Es como tener una criada en la casa”.

Un mes después de la lesión de su madre, Hinckley abrió un pequeño negocio de venta de antigüedades y libros de forma anónima, en un centro comercial de antigüedades. Ha sido una empresa rentable, que le depara varios cientos de dólares al mes. Actualmente intenta ampliar el negocio para vender sus libros de forma anónima, en internet.

Los compradores, vendedores y empleados del centro comercial relataron que Hinckley mantiene un perfil bajo y los terapeutas coincidieron en que había hecho un buen trabajo al evitar la atención. Las entrevistas con docenas de residentes locales revelaron que pocos sabían que el hombre vivía en la ciudad.

Tom Dorman, un residente local, lo vio varias veces en un centro comercial, pero afirmó que Hinckley no llamó la atención. Una vez, le abrió la puerta en un restaurant local. “Es un tipo agradable y tranquilo”, expuso Dorman. “Actúa como todos los demás”.

Hinckley le dijo a sus terapeutas que había sido relativamente fácil evitar que lo reconocieran, y señaló que aunque su nombre es bien conocido, su rostro no lo es, décadas después de haber aparecido en todas las portadas de los periódicos. “Nadie voltea a verme ni un segundo”, dijo.

A Hinckley le ha costado trabajo relacionarse con mujeres y tener citas durante mucho tiempo, lo cual sigue pasando. La mayoría de sus relaciones fueron con mujeres que padecían enfermedades mentales, a las que conoció en St. Elizabeths o en otros entornos de tratamiento. Le ha resultado difícil establecer conexiones una vez que las mujeres que le interesan se enteran de su pasado.

Los informes muestran que fue reprendido por abordar a una mujer después de una sesión de terapia de grupo en Williamsburg, lo cual está en contra de las reglas. Él afirmó que sólo trataba de ser amigable.

Cuando conoció a una joven durante una caminata, sus terapeutas lo instaron a que le enviara una carta invitándola a tomar un café. Pero la nota fracasó cuando ella vio la firma, “John Hinckley”.

“Ella no conocía la identidad del Sr. Hinckley cuando conversaron”, concluyó uno de los informes, “y se sintió incómoda una vez que supo su apellido”.

La mujer no identificada llamó a la policía, que alertó al Servicio Secreto de Estados Unidos.

Hinckley y su equipo de terapia acordaron que sería buena idea informar a las mujeres sobre su nombre completo antes de pedirles una cita. También discutieron y descartaron la idea de permitirle participar de citas en línea, según muestran los informes.

Más allá del romance, a Hinckley también le cuesta mantener amistades cercanas. Un amigo se casó y se mudó; otro murió. Perdió el apoyo de un fotógrafo y mentor, que se enfermó.

Siguió siendo amigo de una mujer que había sido paciente en St. Elizabeths, a quien le dejó en claro que no estaba interesado en un romance. Los terapeutas quedaron impresionados por la decisión de Hinckley de limitar la relación a una “amistad de apoyo mutuo”.

También se hizo amigo de otra mujer, un ex participante de sus sesiones grupales. La mayor parte de las veces miraban televisión o películas y salían a caminar, aunque a él le preocupaba que ella abusara de sustancias y sabía que cualquier relación no tendría potencial a largo plazo.

Cuando la mujer se suicidó, en agosto de 2017, para Hinckley fue una sorpresa. “Sacudió su mundo”, informó el coordinador de su caso.

Los psicólogos han alentado a Hinckley a lo largo de los años a pintar, tomar fotos, escribir canciones y tocar música, siempre consideraron que esos pasatiempos eran terapéuticos.

En 2018, su interés por el arte disminuyó porque no se le permitió tocar música o exhibir sus pinturas o fotografías en público, ni siquiera de forma anónima en internet.

Hinckley finalmente abandonó las tres actividades porque, tal como informó, “nadie las va a apreciar, más que mi armario”.

Sin embargo, en el marco de la última sentencia del juez, todo eso cambiará. Trabajando con sus terapeutas, a Hinckley se le permitirá mostrar su música y sus obras de arte de forma anónima en internet.

Pero es probable que tales incursiones sigan siendo tan discretas como sus otras actividades. El juez dictaminó que no puede ganar dinero con sus trabajos, ni siquiera puede comunicarse con sus clientes.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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