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Inmigrantes centroamericanos inundan el sur de México en busca de las nuevas visas humanitarias

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La decisión del nuevo gobierno de México de flexibilizar las reglas de entrada para los extranjeros que desean una visa “humanitaria” provocó en los últimos días un nuevo éxodo de centroamericanos, muchos de ellos con la intención de llegar a Estados Unidos.

La mayoría de ellos no converge en la frontera sur de México en caravanas organizadas, sino en grupos atraídos por la noticia de que este país ofrece las visas de un año —que incluyen el derecho a trabajar, viajar libremente por el territorio, salir de México y regresar—.

Aunque algunos solicitantes afirman que considerarían quedarse en México, muchos reconocen que su objetivo final es ingresar a Estados Unidos y solicitar asilo político.

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En la última semana, México recibió más de 10,000 solicitudes para las nuevas visas humanitarias en su puesto fronterizo sur con Guatemala. Ese número aumenta a diario.

El puente que cruza el río Suchiate —que forma la frontera entre México y Guatemala— está colmado de cientos de solicitantes de visas. Otros esperan en el lado guatemalteco, y se estima que llegarían más. Muchos duermen en el puente en espera de sus turnos.

La gran mayoría de los solicitantes son centroamericanos, principalmente hondureños, pero también hay una cantidad considerable de guatemaltecos, salvadoreños y nicaragüenses.

Las visas son resultado de las políticas inmigratorias liberalizadas del presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, un populista de izquierda que asumió el 1 de diciembre de 2018 y prometió respetar los derechos humanos de los migrantes centroamericanos que entran a México.

Las administraciones mexicanas anteriores, bajo la presión de Washington, tenían estrictos controles fronterizos y deportaron a decenas de miles de centroamericanos indocumentados en los últimos años.

Pero López Obrador señaló su intención de adoptar un enfoque diferente, y ello podría generar preocupación en Washington, donde la administración Trump ha hecho de la reducción de la migración centroamericana una prioridad.

“Supimos acerca de las visas y decidimos que era nuestra oportunidad”, afirmó Susy Polanco, parte de una extensa familia de ocho nicaragüenses que esperaban, el 23 de enero, en el puente que une esta ciudad del sur de México con la comunidad guatemalteca de Tecún Umán.

Entre sus compañeros de viaje se encontraban su hija, Génesis, de ocho años de edad y una sobrina de 18 meses, Gimena.

Los ocho planean viajar a la frontera, presentarse ante las autoridades estadounidenses y solicitar asilo político en Estados Unidos, adelantaron.

“Ahora hay demasiada represión en Nicaragua”, afirmó Polanco, quien dijo que su familia y la mayor parte de su vecindario en Managua, la capital de ese país, están en contra del liderazgo encabezado por el presidente Daniel Ortega. Ese gobierno, que ha enfrentado más de un año de protestas de la oposición, intensificó la represión en los últimos meses, aseguran los críticos.

La nueva afluencia en el sur de México sigue a la llegada, la semana pasada, de la más reciente caravana organizada, compuesta por unos 2,000 migrantes. Fueron ellos los primeros en ser elegibles para las nuevas visas.

La noticia de que México les estaba ofreciendo a los participantes de la caravana el nuevo beneficio humanitario, viajó rápidamente por Centroamérica e incitó a otros a dirigirse al puente fronterizo del sur de México, comentaron los solicitantes en las entrevistas.

“Por supuesto, todos queremos ir a Estados Unidos; ahí es donde está la oportunidad”, remarcó Roberto García, de 29 años, miembro de un grupo de hondureños que usaban una toalla con la estampa de la bandera estadounidense para protegerse del intenso sol del mediodía sobre el puente. “Sabemos que Trump no nos quiere, pero tal vez cambie de opinión”.

La semana pasada, mientras la caravana más reciente ingresaba a México, Trump afirmó por Twitter que ese país no estaba “haciendo NADA para detener la caravana, que ahora está completamente formada y se dirige a Estados Unidos”.

Trump describió las caravanas anteriores como una “invasión” y una amenaza para la seguridad estadounidense; su disputa con el Congreso sobre la construcción de un muro a lo largo de la frontera sur dio lugar al actual cierre del gobierno.

Los migrantes que buscan las nuevas visas mexicanas enfrentan al menos una espera de cinco días aquí, mientras las autoridades procesan sus solicitudes. Los funcionarios mexicanos les han proporcionado alimentos, agua, atención médica y otros servicios a los solicitantes.

La secretaria del Interior de ese país, Olga Sánchez Cordero, recorrió el 23 de enero las instalaciones de inmigración con otros funcionarios y recibió una gran ovación de las multitudes que esperaban en fila, en el puente.

Una vez que reciban sus visas, los beneficiarios podrán viajar y trabajar en cualquier lugar de México, sin necesidad de sumarse a caravanas para protegerse de la deportación —y de las pandillas, que a menudo se aprovechan de los centroamericanos que atraviesan México sin autorización—.

“Esta es una gran oportunidad para mí”, remarcó José María Perdomo, de 49 años, quien fue deportado de Estados Unidos hace nueve meses y a quien eventualmente le gustaría reunirse con sus dos hijas, de 16 y 17 años, que viven en Iowa. “Sí, tal vez me quede en México por un tiempo y trabaje; la situación aquí es mucho mejor que en Honduras. Pero mi objetivo final es estar con mis hijas nuevamente, en Iowa”.

En un mensaje por Twitter, el Instituto Nacional de Inmigración de México informó que las autoridades habían recibido 8,727 peticiones de visas humanitarias por parte de migrantes adultos desde la semana pasada, y 2,024 para menores.

La gran mayoría de los solicitantes son de América Central, pero también hay cantidades aisladas de haitianos, brasileños y angoleños.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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