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¿Fue legítima la elección de 2016? Una pregunta que definitivamente vale la pena hacerse

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Tenemos que hablar sobre un tema prohibido: la legitimidad del actual presidente.

Ha habido un código de silencio sobre la sombría victoria de Donald Trump, en 2016. Es una de esas cosas de las cuales la familia estadounidense simplemente no habla; y por buenas razones. Cualquiera sea la preferencia política, es peligroso cuestionar la solidez de una elección en este país.

Plantear la cuestión de la legitimidad de Trump arriesga detonar una crisis flagrante de fe, lo cual genera desconfianza no solo en el primer mandatario, sino también en el sistema que lo erigió.

Pero el miedo a enfrentar el tema no ha impedido que los estadounidenses alberguen dudas profundas, aunque solo sea “muy en el fondo, en esos sitios de los cuales no se habla en las fiestas”, para usar la frase de Aaron Sorkin en “A Few Good Men”.

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A medida que surgen más hechos sobre la victoria incongruente de Trump, las dudas remuerden y son más difíciles de ignorar.

Una nación orientada al gobierno de la mayoría tiene un presidente minoritario, que llegó al cargo mediante un tecnicismo del colegio electoral, contra la mayoría de las proyecciones de datos, empleando dinero dudoso y supresión de votantes, usando la desinformación rusa.

Y, lo más escalofriante de todo, con una enorme ayuda del ejército ruso, que no solo hackeó a los demócratas, sino que también pirateó el software de votación y a un fabricante de sistemas de votación.

Algunas personas se sintieron motivadas a votar por Trump porque creyeron las mentiras rusas sobre la salud o el correo electrónico de Hillary Clinton. Pero, al menos, votaron e hicieron valer su elección.

Otros, muchos que planeaban votar en contra de Trump, se abstuvieron por completo. En Wisconsin, como reportó Mother Jones, las leyes discriminatorias de identificación impidieron que 45,000 votantes elegibles participaran en las elecciones, incluyendo a 23,000 en dos condados fuertemente demócratas. Trump ganó en Wisconsin por 22,000 sufragios.

El fiscal general de ese estado, Brad Schimel, incluso se jactó recientemente de que Trump ganó Wisconsin principalmente porque decenas de miles de votantes elegibles fueron rechazados.

Hace tiempo que sabemos que los hackers rusos intentaron entrar en las bases de datos de votantes de la nación. Pero NBC informó este año que, finalmente, lo lograron. Altos funcionarios de inteligencia indicaron que Rusia atacó siete estados, incluidos California, Florida, Illinois y Texas.

Hay otras buenas razones para hacer preguntas sobre la elección. En Florida, las encuestas a boca de urna de ese día decían que Clinton ganaba por el 1.3% de los votos. Cuando se contaron los sufragios, Trump la superó por un 1.2%.

Ninguno de estos datos es concluyente. Pero no sugieren en absoluto que los ciudadanos estadounidenses deban callar, olvidar y desechar toda la evidencia de que algo está podrido en nuestro sistema electoral. Si esta vez no dañó a su candidato, la próxima vez sí podría hacerlo.

Cuando, en 1974, el primer mandatario Gerald Ford perdonó al expresidente Richard Nixon, sonó noble. Afirmó que enjuiciar a Nixon le costaría al país su nueva “tranquilidad”. ¿Por qué hacer olas al llevar a Nixon -que ya había estado sujeto a tanta “degradación”- a juicio?

Efectivamente, por qué. Ford abogó por la negación, cuando, por ejemplo, tal vez la justicia podría haber sido la ruta más segura hacia una tranquilidad real. Le estaba diciendo a la nación lo que los defensores de los abusos le dicen a las víctimas: no presente cargos; piense en todo lo que su abusador ha sufrido. Es más elegante seguir adelante.

Del mismo modo, durante años, el juez Antonin Scalia insistió en que los estadounidenses debían dejar atrás el caso de Bush vs. Gore, la muy inusual decisión del Tribunal Supremo de 2000 que otorgó la presidencia a George W. Bush. Scalia se irritaba cuando se le hacían preguntas, y respondía al público: “Vamos, supérenlo”.

Bush vs. Gore se convirtió en el caso que no debía mencionarse. No había que interrumpir la tranquilidad de Scalia. Aquellos que siguieron preguntando fueron llamados ‘malos perdedores’, todavía enojados por las elecciones. Un manifestante en el momento de la decisión de la Corte Suprema se burló de quienes habían votado por Gore-Lieberman y, empleando el logo de la campaña demócrata, escribió: “Sore Loserman” (Perdedor resentido).

¿Suena familiar? Trump ha intentado desesperadamente lograr que los votantes “superen” las elecciones presidenciales de 2016, y que el fiscal especial Robert S. Mueller III “supere” la investigación sobre Rusia.

También gritó al viento que, contra toda evidencia, la investigación de Rusia es un complot creado por los demócratas perdedores.

Ah, ¿Trump no ha sufrido lo suficiente?

No. Son los estadounidenses, de todos los sectores, los que han sufrido al ver cómo la democracia es un desorden tan devastador. El remedio para ese sufrimiento no es tragarlo, fingir que todo está bien y permitir que los delincuentes se aferren al poder y el dinero mal habidos.

El remedio es seguir hablando, trabajar por la reforma electoral para restaurar las votaciones libres y justas y, por supuesto, dejar que la justicia siga su curso con las investigaciones sobre la interferencia rusa y la complicidad de Trumpland.

Mientras tanto, tengan a mano sus asteriscos. Es posible que los necesitemos:

Serie Mundial de 1919*

Elección presidencial de 2016*

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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