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¿Es Ciudad de México la capital mundial de las muestras de afecto en público?

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Es primavera en la Ciudad de México, y el amor está en el aire.

Al parecer, hay parejas acarameladas por todas partes: en taquerías y cafés al aire libre, cerca de paradas de autobús y en el siempre repleto metro. Los amantes se reclinan -y se entrelazan- en las entradas de los apartamentos y en los bancos de los parques, en las históricas plazas de la ciudad y en sus verdes bulevares.

Si existiera una capital mundial de las manifestaciones públicas de afecto, esa podría ser la Ciudad de México en primavera, cuando los días comienzan a alargarse y los árboles de jacarandas florecen.

¿Por qué hay tantos momentos íntimos al aire libre en las avenidas y explanadas de esta frondosa capital?

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En una metrópolis abarrotada, habitada por 21 millones de personas, donde las rentas son altas y la familia es fundamental, es común que los hijos residan hasta bien entrada la edad adulta con sus padres y otros parientes. Así que, para disfrutar de un momento romántico lejos de los familiares curiosos -y, a veces, culturalmente conservadores- muchas parejas abandonan las casas y encuentran, irónicamente, algo de privacidad en público.

Para Jorge, de 35 años, y Eduardo, de 26, que comenzaron a salir recientemente, el centro de la Ciudad de México es una vía de escape de los parientes más tradicionales y entrometidos. “Es un poco más cómodo aquí”, afirmó Jorge, quien sólo dio su primer nombre debido a la naturaleza del tema. “Es más aceptado”.

En una cálida tarde reciente, ambos se sentaron y unieron sus labios cerca de una fuente en la Alameda Central, uno de los parques más antiguos y hermosos de la ciudad. En casi todos los bancos a su alrededor, otras parejas hacían lo mismo.

Al comienzo del día, las nubes habían amenazado con lluvias, pero el sol de la tarde bañaba la ciudad de una luz dorada. Los vibrantes pétalos violáceos de las jacarandas florecientes cubrían los adoquines y los suaves sonidos de una bachata se escuchaban desde un café cercano. Parecía el lugar más romántico de la tierra.

En frente del magnífico edificio de Bellas Artes, de mármol blanco y ubicado en el borde del parque, otra pareja se abrazaba con fuerza. Ambos maestros de inglés, se conocieron en la universidad y fueron amigos durante años, antes de que él formalmente le pidiera que fuera su novia, hace poco.

Ambos viven en extremos opuestos de la ciudad: Eduardo, de 30 años, reside en el elegante Polanco, y Lili, de 28, en el barrio de clase trabajadora de Ciudad Nezahualcóyotl. Les lleva casi dos horas en transporte público cruzar la urbe entera; por eso, todos los viernes, después del trabajo, se reúnen ahí, a mitad de camino.

Eduardo le trae flores diferentes cada semana; margaritas, girasoles. Hoy, que es el cumpleaños de Lili, trajo una rosa roja, envuelta en plástico transparente. La familia del joven apoya su relación con Lili. Sin embargo, eso no significa que quieran ser testigos de la relación. “Es un poco incómodo tener intimidad frente a nuestros padres”, expuso Eduardo. “Tenemos que ser respetuosos”.

Las demostraciones públicas de afecto son abiertamente aceptadas aquí, y la mayoría de los espectadores hacen su mejor esfuerzo para mirar cortésmente hacia otro lado.

Tal vez debido a eso, algunas parejas se animan a presionar los límites más allá de los besos, a veces mucho más allá.

Esta redactora tropezó una vez accidentalmente con una pareja involucrada en actividades más íntimas, mientras corría temprano por la mañana en el Bosque de Chapultepec, un extenso parque en el centro de la ciudad. La pareja alzó la vista con miradas de enojo y luego reanudó rápidamente la actividad, casi sin perder el ritmo.

Al comentar el incidente, un amigo compartió una historia aún más impactante: una vez, en el grandioso vecindario de San Rafael, notó que una pareja copulaba en los escalones de una iglesia católica.

Tal afecto -y exceso de afecto- que vez por todas partes, puede ser divertido y, a veces, dulce. A menos que uno tenga el corazón roto, en cuyo caso, la visión constante de parejas perdidamente enamoradas podría empeorar las cosas.

El festival del amor aquí es una oportunidad notablemente igualitaria: hay parejas de todas las edades y estilos. Los fines de semana, las duplas canosas se reúnen en plazas para danzar al ritmo caribeño del danzón. En los parques de patinaje, adolescentes con perforaciones en la cara se abrazan unos con otros.

En la Alameda Central, en una reciente tarde soleada, dos jóvenes varones, delgados y vestidos con jeans ajustados, se abrazaron, antes de que uno levantara al otro del suelo y lo colocara en sus brazos. “No pesas nada”, le dijo, riendo.

Cerca de allí, una multitud de espectadores daba vueltas alrededor de varios payasos, y algunas personas caminaban pesadamente, con sus narices sobre sus teléfonos celulares, jugando Pokemon Go. Pero las parejas enamoradas sólo tenían ojos el uno para el otro.

Antiguamente cercado y de uso exclusivo para la nobleza, el parque fue abierto al público después de que los mexicanos declararan la independencia, en 1821. En un día cualquiera, puede haber ahí hasta 100 parejas en total estado de felicidad.

Un banco de piedra cobija a dos adolescentes entrelazados. Ella luce cabello rosa y medias de red. Lleva una camisa de franela verde. Ambos respondieron cortésmente cuando esta periodista los interrumpió con algunas preguntas. “Nuestros padres creen que estamos en clase”, explicaron. Luego se desconectaron una vez más del mundo y volvieron a concentrarse en ellos.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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