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En el aniversario de Columbine, tenemos más seguridad escolar y más tiroteos escolares

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Aproximadamente 20 minutos después de las 11 de la mañana del 20 de abril de 1999, los estudiantes, Eric Harris, y Dylan Klebold, sacaron armas de fuego semiautomáticas y escopetas recortadas de debajo de sus gabardinas negras en una parte elevada de terreno del campus de Columbine High School en un suburbio de Denver y comenzaron a disparar.

En cuestión de minutos, 12 estudiantes y un profesor murieron y otras dos docenas de personas resultaron heridas.

La terrible masacre, pudo haber sido significativamente peor, puesto que los dos estudiantes de último año de preparatoria habían dejado bombas en la abarrotada cafetería y en los autos estacionados las cuales afortunadamente no se activaron, al igual que la mayoría de las bombas de pipa que lanzaron mientras caminaban por el campus.

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Ese día en Columbine, hace 20 años, ha llegado a representar un punto de inflexión en la conciencia pública. La palabra Columbine ahora evoca imágenes demasiado familiares de jóvenes con problemas, armas, terror y violencia; la masacre se insinúa en algunas mentes adolescentes aún en desarrollo como una solución nihilista a los problemas post-adolescentes existenciales.

En un giro enfermizo, pero no sorprendente, al menos 16 distritos escolares del área de Denver, incluido el de Columbine, se matuvieron cerrados el pasado miércoles, la policía buscaba a una joven de 18 años de Miami obsesionada con Columbine que había viajado a Denver y a su llegada, el pasado lunes, compró una escopeta y municiones para luego desaparecer.

La joven fue encontrada muerta el pasado miércoles por una herida de bala aparentemente autoinfligida.

Si bien las masacres a gran escala como la de Columbine siguen siendo raras, los tiroteos en las escuelas generalmente son cada vez más comunes y más mortales.

Según las estadísticas de la Naval Postgraduate School, 349 personas han muerto en tiroteos desde el incidente en Columbine.

Entre los más terroríficos se encuentran los asesinatos de 26 personas, en su mayoría niños pequeños, en la Sandy Hook Elementary School en Connecticut y la muerte de 17 personas, en su mayoría estudiantes, en la Escuela Secundaria Marjory Stoneman Douglas en Parkland, Florida.

Después de cada incidente, los aturdidos y temerosos funcionarios escolares de todo el país comenzaron a replantearse la seguridad del campus.

Pero a pesar de que agregaron guardias de seguridad armados, cercas y puertas a los campus, cerraron con llave las puertas exteriores durante el horario escolar, e implementaron simulacros de la presencia de un “tirador activo” para estudiantes y personal, además de estrategias más agresivas de respuesta rápida, siguieron ocurriendo más tiroteos masivos en las escuelas.

De hecho, un nuevo estudio de la Universidad Ball State descubrió que invertir cientos de millones de dólares en mejoras de seguridad en todo el país logró poco más que crear una falsa sensación de seguridad.

Entonces, ¿cuáles son las soluciones?, limitar el acceso a las armas de fuego y brindar una mejor ayuda preventiva a los estudiantes con problemas son los más obvios.

Las armas, en particular, se encuentran en el centro de la violencia.

Desde el momento de la masacre de Columbine hasta 2016, los EE.UU fabricaron 102 millones de armas de fuego para consumidores nacionales (e importaron 600.000 armas adicionales de fabricantes de armas en el extranjero).

La industria está protegida por la testaruda y cínica Asociación Nacional de Rifles (NRA) y sus aliados, que hacen incluso, los intentos modestos de controlar el acceso a las armas sean casi imposibles.

La nación está inundada de armas de fuego, pero como cultura, también estamos inundados de violencia, que romantizamos en películas, programas de televisión y música.

Nuestra policía acumula equipo de grado militar mientras nuestros vecinos acumulan arsenales personales, y la retórica sobre el control de armas a menudo cae en amenazas, incluso cuando nuestros índices de delitos violentos en general han disminuido constantemente.

Columbine, por supuesto, no es responsable de nada de eso. De hecho, es un síntoma. Tales tiroteos indignan a la sociedad, pero no lo suficiente como para cambiar el enfoque político sobre las reformas para combatirlo. De hecho, ha ocurrido lo contrario: hemos normalizado la experiencia.

Cuando ocurre un tiroteo, los defensores a favor y en contra del control de armas desatan campañas mediáticas de respuesta rápida que refuerzan las creencias existentes de sus partidarios, pero no logran persuadir a los oponentes de lo que se ha convertido en una danza ritualizada alrededor de las tumbas de los recién muertos.

Pareciera que como sociedad, hubiéramos acordado tácitamente vivir nuestras vidas cotidianas bajo las armas, a pesar del amplio apoyo político popular para pasos como la verificación de antecedentes universales y las leyes de bandera roja que permiten la confiscación de armas a personas que los más cercanos creen son un riesgo para sí mismos o para los demás.

Como nación, nos gusta vernos como la sociedad más libre del mundo, sin embargo, tenemos más armas y más asesinatos que cualquier otra nación avanzada, y nuestra solución es encerrar a nuestros estudiantes en sus aulas y armar a sus maestros. Impartir la educación encerrados en un búnker no es una respuesta sensata a este problema. Hace dos décadas, la nación vio con horror una situación inimaginable que se transmitía en televisión nacional. Ahora, habiendo fracasado, esperamos lo inevitable, irónicamente, de lo poco que aprendimos de las lecciones escolares teñidas de sangre.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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