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En su viaje en caravana hacia EE.UU, un hombre hondureño encontró el amor en México

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Pedro Córdova, de Tegucigalpa, Honduras, y Linda Romero Sánchez, de Ensenada, se conocieron mientras el primero se dirigía a Estados Unidos, como parte de la última caravana de migrantes (John Gibbins / San Diego Union-Tribune).

Para huir de una pandilla, Pedro Córdova se unió a miles de personas que viajaban al norte, el otoño pasado, desde Tegucigalpa, Honduras. Soportó gases lacrimógenos y días sin comida, y caminó miles de millas hasta llegar a Tijuana, en noviembre. Pero no fue la complicada política de inmigración de Estados Unidos, o las tropas en servicio activo desplegadas en la frontera, lo que retrasó su viaje hacia el norte.

La causa fue Linda Romero Sánchez, una joven de 29 años y oriunda de Ensenada, coordinadora del refugio Movimiento Juventud 2000, en Tijuana, y madre de tres hijos.

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Desde el momento en que la vio, justo allí, en la avenida Constitución, a menos de una cuadra de la frontera entre EE.UU y México, su viaje al norte quedó olvidado.

“Comencé a pasar todos los días, sólo para poder verla”, contó Córdova. “Su sonrisa mejoraba todo para mí”.

Romero trabaja largas horas, a veces hasta 15 por día, para ayudar a miles de migrantes al año.

A veces debió anteponer su cuerpo entre las víctimas de violencia doméstica y sus abusadores, y “mostrarle la puerta a los miembros de un cártel”, como dice ella.

El pasado miércoles por la mañana, se disculpaba por estar a punto de dormirse entre cada toma. “No pudimos descansar hasta después de medianoche”, comentó Romero, bostezando. “Ni siquiera les di de cenar a mis propios hijos hasta pasadas las 10 p.m.”

Los refugios de Tijuana están una vez más abarrotados y al borde de la crisis, sus trabajadores se preparan para recibir nuevos arribos, a medida que las personas son rechazadas en el marco de la nueva política de Estados Unidos llamada “Permanecer en México”.

“Bien: el desayuno es a las 8:30 am... Hay un cronograma para cargar sus teléfonos... A las 7 pm, es hora de irse a la cama para todos los chicos”, explica Romero a una recién llegada, una mujer joven con el pelo largo y rizado, que sostiene a un niño en su regazo.

“No dejes a tus hijos aquí si te vas. Deben ser atendidos por ti en todo momento. Cuando te bañas, te acompañan a bañarte”.

Una vez que el papeleo está terminado, Romero se desploma en su escritorio, casi quedándose dormida, hasta que algo le llama la atención desde el otro lado del edificio.

Es Córdoba, su flamante marido.

Mientras el hondureño de 32 años recorre hileras de carpas de colores brillantes donde duermen los migrantes, Romero vuelve a la vida, se sienta derecha en su escritorio y sonríe.

“Cuando lo veo, es como si hubiera recuperado todas mis fuerzas”, aseguró.

Córdoba llegó con la caravana de los centroamericanos, en noviembre pasado, y los dos tuvieron un romance impetuoso, que los enamoró rápidamente.

No son los únicos que han encontrado el amor en los tiempos de las caravanas. Las noticias documentan al menos una docena de matrimonios entre el gran número de personas que abandonaron América Central, un movimiento migratorio que captó las noticias internacionales y provocó tuits de enojo por parte del presidente Trump.

La pareja celebró su boda el 28 de diciembre pasado, en el Movimiento Juventud (Romero no quiso ausentarse del refugio durante todo el día). “Sucedió muy rápido. Nuestra boda la preparamos en muy poco tiempo “, explicó. “Llamé a mi madre y fue una gran sorpresa”.

Ahora cuentan su historia de amor en medio de las risas de una docena de niños, que ven una película en el albergue. “Le dije que la cuidaría y que sólo la quería a mi lado”, expresó Cordova, quien ahora trabaja en un refugio anexo, alrededor de la cuadra, para estar más cerca de su mujer.

Entre los dos, tienen cinco hijos. Dos están en Honduras; Córdoba no sabe cuándo -o si alguna vez- los volverá a ver.

“Él llora, a veces, por eso”, confiesa Romero.

Córdoba aún no ha solicitado un estatus legal permanente en México. Guarda sus sentimientos con cautela, pero es fácil ver lo orgulloso que está de ella y cómo se enamoró de alguien que dedicó su vida a dar la bienvenida a aquellos que caminaron por una vía similar a la suya, como migrante.

Cuando una pelea por un pan dulce interrumpe la película, Córdova interviene para respaldar a Romero, y envía al joven ofensor a su tienda mientras abraza y reconforta al otro.

Romero expuso que piensan en conseguir empleos regulares, para tener más tiempo con sus hijos y más dinero.

“Pero me gusta trabajar con personas que me necesitan”, afirmó. “Alguien tiene que tener corazón, o nada cambiará”.

Ambos saben lo que se siente al estar desesperado.

Córdoba huyó de la violencia de pandillas, dejando todo lo que tiene, incluso a sus hijos; el hombre asegura que nunca regresará a Honduras.

Hace unos 10 años, la familia de Romero pasó por momentos difíciles, y ella se mudó a Tijuana con sus hijos, en busca de trabajo. Lucharon por encontrar refugio. “Toqué puerta tras puerta tras puerta, y nadie me aceptaba”, contó.

Antes de eso, pasó parte de su infancia pidiendo dinero en las calles. “Mi mamá nunca me dijo: ‘¿Cómo te sientes hoy? ¿Quieres que juegue contigo? ¿Quieres que te ayude con tu tarea?”, recuerda entre lágrimas.

Aquí, ella puede asegurarse de que los niños reciban el amor y la comodidad que todos merecen, afirma.

Dicen que el amor lo puede todo.

Para Pedro y Linda, superar sus propios pasados puede ser el mayor obstáculo. Al igual que las fuerzas que impulsan a miles de centroamericanos a huir hacia el norte, décadas de políticas no se deshacen fácilmente.

Los dos luchan ahora pensando en juntar a sus muy diferentes familias, separadas a miles de millas.

El futuro parece desafiante también.

Hace poco, Linda no tenía dinero para comprarle un regalo de cumpleaños a su hija de 11 años. Los migrantes del Movimiento Juventud se unieron para comprarle un pastel.

Su familia comparte un apartamento de una habitación; los niños duermen con cobijas en el piso y hay un bebé en camino.

Linda dice que, antes de conocer a Pedro, nunca le había gustado su nombre, que significa ‘bonita’. “Cuando estaba en la primaria, los niños bromeaban y me decían que no era para mí”, explica.

“La verdad es que es una mujer hermosa, con un corazón maravilloso”, cuenta Pedro.

Todo lo que saben es que ahora, en este momento, cuando Pedro mira a Linda, ve a la mujer más hermosa que jamás haya visto. Y en Pedro, Linda encontró lo que le había faltado toda la vida: finalmente tiene a alguien a su lado.

Fry escribe para el San Diego Union-Tribune

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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