Anuncio

En la frontera con México, un cuaderno es la clave para el ingreso de los solicitantes de asilo a EE.UU.

Share

La libreta contiene casi 2,000 nombres de extranjeros que esperan asilo en Estados Unidos. Aunque no está claro cómo comenzó, el mecanismo se creó después de que los funcionarios fronterizos estadounidenses comenzaron a limitar el número de solicitantes a los que se les permitía ingresar al puerto de San Ysidro.

Todas las conversaciones cesaron cuando apareció el cuaderno. Hombres, mujeres y niños -solicitantes de asilo, oriundos de América Central, México, África y más- se hicieron un lado para abrir sitio a la guardiana de la libreta.

La mujer mexicana, llamada Gaby, vadeó entre la multitud. Se aferró al cuaderno, similar a un libro contable, con la columna vertebral de sus páginas reforzada con cinta adhesiva.

Anuncio

Las madres recogieron a sus niños pequeños. Los chicos mayores tiraron sus juguetes. Los padres silenciaron a los infantes.

La libreta contenía los nombres de cientos de solicitantes de asilo, desde Guadalajara hasta Ghana, que intentan presentar su caso en el Puerto de Entrada de San Ysidro.

Era una respuesta improvisada, un intento de inyectar orden en el caos. Ingresar al cuaderno es primordial. Para los extranjeros desesperados, cuyo futuro depende de ello, hay mucho en juego.

Casi 2,000 extranjeros que buscan asilo en Estados Unidos han puesto su nombre en esas páginas.

El cuaderno se convirtió en una forma para que los inmigrantes realicen un seguimiento de quién es el siguiente en la fila. El guardián de la libreta -siempre un solicitante de asilo- garabatea con tinta azul el nombre y el país de origen de cada persona. Los nombres de aquellos que ya ingresaron al puerto de entrada para presentar su caso de refugio son resaltados en amarillo o rosa.

En este día, la multitud clamaba por información. El cuaderno contenía respuestas: ¿Cuántas personas estaban delante de ellos? ¿A cuántos se les permitió ingresar el día anterior? ¿Cuánto más tendrían que esperar?

Algunos tomaban el cuaderno como si se tratara de un tótem sagrado; estiraban el cuello para echar un vistazo. Algunas mujeres en la multitud rompieron el silencio, bombardeando a Gaby con preguntas. Con maquillaje apelmazado y cejas arqueadas, Gaby tiene una figura autoritaria. Frunce los labios y aprieta la libreta contra su pecho; después exige silencio.

Un hombre en la parte trasera gritó en español: “¡Tranquilidad, por favor! De esta forma, todos pueden escuchar lo que ella dice”.

Se supone que el cuaderno es imparcial. Pero hay dudas sobre eso. Algunos inmigrantes creen que está teñido por los prejuicios, el favoritismo y, a veces, la corrupción. Quien lo tiene, ejerce poder. Su posición es temporal; ellos están ansiosos por cruzar también.

La libreta se ha convertido en una capa adicional de burocracia no autorizada que los solicitantes de asilo encuentran cuando llegan por primera vez. Los funcionarios fronterizos estadounidenses se niegan a comentar al respecto, pero colocar el nombre propio en ella se ha convertido en un paso crucial para atravesar las puertas hacia Estados Unidos.

Hace un mes, Rafael Castillo Ochoa, un agricultor de 44 años, huyó de Michoacán con su esposa y sus tres hijos, luego de que pistoleros de un cártel mataran a sus hermanos. “El cuaderno es la clave para ingresar a Estados Unidos”, aseguró. “Es nuestro futuro, un futuro mejor para nuestros hijos”.

Cuando la multitud se calló, Gaby leyó los nombres de las 30 personas que seguían en la lista, para entregarse a los funcionarios fronterizos de EE.UU. en el Puerto de Entrada de San Ysidro, y buscar su oportunidad de obtener asilo. La mayoría eran madres centroamericanas con niños pequeños.

“La lista es literalmente por capricho de una persona que no tiene responsabilidad. No hay supervisión”, consideró Alex Mensing, organizador de Pueblo Sin Fronteras, una organización de defensa de los inmigrantes que acompañó a una caravana centroamericana, a principios de la primavera, hasta el puerto de entrada. “Esto está destinado a crear más tensión y trauma”.

Hace aproximadamente dos años, Aduanas y Protección Fronteriza de EE.UU. (CBP, por sus siglas en inglés) comenzó a limitar el número de solicitantes de asilo a los que se les permitía ingresar por día. Los funcionarios de la agencia sostienen que el Puerto de Entrada de San Ysidro, el cruce fronterizo terrestre más concurrido en el hemisferio occidental, no tiene la capacidad de procesar todos los pedidos a la vez.

“Dependiendo de las circunstancias del puerto en el momento de la llegada, quienes se presentan sin documentos pueden necesitar esperar en México mientras los oficiales de CBP trabajan para procesar a aquellos que ya están dentro de nuestras instalaciones”, precisó un vocero de la agencia.

Como resultado, los solicitantes de asilo se han visto obligados a acampar cerca de la frontera entre Estados Unidos y México. A veces permanecen hasta por un mes, en más de dos docenas de albergues temporales ubicados en Tijuana. Con la ayuda de funcionarios de inmigración mexicanos, los aspirantes adoptaron el método del cuaderno.

Eran más de las 9 a.m. de un jueves reciente, y Gaby había llegado tarde. La mayoría en el grupo había esperado ansiosamente en el puerto de entrada, durante dos horas.

“Número 204. ¿Gustavo Adolfo?”, leyó en voz alta.

Otros en el grupo se hicieron eco de ella, para hacer llegar el nombre a la parte posterior de la multitud, como si se tratara de un cubo de agua.

“¡Presente!”, gritó el hombre.

Los nombres que Gaby leyó de la lista habían sido llamados hace unos días. No habían aparecido, y ella les estaba dando una segunda oportunidad. Para algunos, eso no era justo.

“Si seguimos adelante a este ritmo, no avanzaremos”, murmuró una mujer salvadoreña, que llevaba un bebé.

En la multitud, una mujer hondureña apoyada contra su maleta con ruedas habló por su celular con un familiar, en su casa. Habían llamado su nombre, pero le preocupaba no poder llegar a su destino en Estados Unidos, incluso si la dejaban entrar.

“No tengo suficiente dinero para llegar a Miami”, dijo por teléfono. “¿Me lo puedes mandar?”.

“Vayan con Dios”, gritó una mujer al grupo al que habían llamado.

Los elegidos caminaron hacia un hombre vestido con suéter de color naranja, un representante de Grupos Beta, el brazo humanitario de los servicios de inmigración mexicanos. El sujeto, que solo dio su nombre de pila, Sergio, indicó al grupo que caminara hacia una puerta blanca cerca de un estacionamiento. Junto a ella, un puente peatonal los conduciría al puerto de entrada de EE.UU.

Un niño de 14 años arrastraba una bolsa vintage azul bebé. Las madres sonreían nerviosamente. Un padre susurró al oído de su pequeño, le suplicó que dejara de moverse y que se quedara en sus brazos. “Ponte en línea recta. Sígueme un poco más. Date prisa”, dijo Sergio, como un sargento de instrucción.

Una mujer diminuta de Guatemala tiró del suéter de Sergio, diciéndole que acababa de llegar y que quería pedir asilo.

“Debes poner tu nombre en esa lista”, le dijo, señalando a Gaby y al cuaderno.

A las 9:39 a.m., Gaby cerró la libreta. La mujer guatemalteca agarró su equipaje roto y corrió hacia un grupo que la siguió. Se parecían a un séquito, repleto de preguntas.

“¿Puedo poner mi nombre en ese listado?”, le preguntó a Gaby.

“¿Cuánto tiempo más crees que tendré que esperar?”, cuestionó otra solicitante, en voz alta.

Gaby volvió a abrir las páginas. Un hombre de Ghana se acercó a ella.

“Mi número ni siquiera está en la libreta”, le dijo, en mal español. “¿Qué pasó con el otro cuaderno? ¿Por qué no fui llamado?”.

Gaby se encogió de hombros y le explicó que acababa de asumir la responsabilidad de la lista. Ella no sabía nada sobre el cuaderno anterior. La última persona a cargo -un hombre llamado Manuel- había ingresado al puerto de entrada hace unos días, le informó.

“Ahora estoy a cargo de la libreta”, declaró. “Antes de entregarme para pedir asilo, elegiré a alguien a quien considere lo suficientemente responsable como para hacerse cargo. Elegiré a alguien”.

El hombre de Ghana tomó la palabra de Gaby, de que lo incluiría en el cuaderno, al final de la lista.

Derrotado, caminó de regreso a un grupo africanos solicitantes de asilo, que se apoyaban en una puerta blanca. A solo unos metros de distancia, los haitianos hablaban en francés. Cerca de la entrada principal al puerto, los centroamericanos y mexicanos se arremolinaban.

No está claro por qué el hombre de Ghana se quedó fuera de la antigua libreta. Pero las organizaciones que monitorean la situación señalan que el cuaderno ha llevado a casos de discriminación contra los solicitantes que son transgénero, homosexuales o africanos.

“La gente aporta sus propios prejuicios a la lista”, destacó Nicole Ramos, directora del programa de refugiados de Al Otro Lado, una organización binacional que ofrece servicios legales a deportados y migrantes en Tijuana.

Quién creó la lista por primera vez, es un misterio.

En la primavera de 2016, los gobiernos de EE.UU. y México desarrollaron un sistema de medición para gestionar el mayor flujo de solicitantes de asilo en el Puerto de Entrada de San Ysidro. Cientos de personas acampaban fuera del puente peatonal del puerto. Con el consentimiento de los funcionarios fronterizos estadounidenses, Grupos Beta comenzó a repartir las fechas de las citas con los funcionarios de la agencia. Los solicitantes sin citas eran rechazados.

Todo se detuvo cuando Al Otro Lado lanzó una demanda contra el gobierno de EE.UU., en la cual alegaron que los altos funcionarios habían violado las disposiciones de la Ley de Nacionalidad de Inmigración del país. La norma establece que cualquier extranjero que llegue a EE.UU. tiene derecho a solicitar asilo. La demanda también sostiene que el gobierno estadounidense está violando el derecho internacional y los derechos del debido proceso para quienes piden asilo.

Los abogados de inmigración y los defensores sostienen que la solución del cuaderno es ilegal. La libreta es una forma de que Grupos Beta se libere de la responsabilidad, expuso Ramos.

“La gente debería saber que realmente puede ir al puerto de entrada sin tener que lidiar con un intermediario”, agregó. “La única razón por la que participan de la lista es porque sienten que no tienen otra opción”.

Cuando se le preguntó sobre la libreta, Sergio, de Grupos Beta, afirmó que no tenía control sobre ella. “Lo manejan todo ellos mismos”, aseveró, y señaló a la multitud delante de él.

Un representante de Grupos Beta, quien no quiso ser identificado, explicó el proceso: antes de que caiga la noche, el encargado de la libreta la entrega a un representante con Grupos Beta. Esta se guarda en una caja fuerte, en un lugar no revelado. A la mañana siguiente, el encargado del cuaderno vuelve al puerto de entrada y lo recupera de Grupos Beta. En algún momento, los funcionarios fronterizos le indican a Grupos Beta cuántos pedidos podrán procesar ese día. Esa información se le da al guardián de la libreta, quien entonces pronuncia los nombres.

Finalmente, Gaby dejó de estar a cargo. Su número estaba a punto de llegar, así que pasó el cuaderno a José Cortés, un padre soltero de El Salvador que había huido de la violencia de las pandillas, junto con su hija de cuatro años.

Cortés, quien llevaba la mochila rosa de Minnie Mouse de su hija, llegó temprano en la mañana, mucho antes de lo que Gaby lo hacía, señaló la mayoría.

Mientras que Gaby era sucinta, Cortés estaba dispuesto a compartir más información. En un momento dado, ofreció su número de teléfono celular a cualquiera que se lo pidiera.

Pero a media mañana lucía abrumado cuando se paró en una pequeña plataforma en la acera, y pidió que lo escuchen. “Todos deberíamos aceptar llegar aquí temprano para no quedarnos atrás en la lista”, indicó Cortés. “Ya no vamos a ir hacia atrás en el listado. Si no están aquí cuando se los llama, se quedarán atrás. Por ejemplo, si mi número es llamado y yo no estoy aquí, me quedo atrás. Quiero que todos sean conscientes de eso”.

Mientras Cortés formulaba preguntas, su hija tiró de su camisa. “Papá, tengo hambre”, le dijo. “¿Podemos buscar algo para comer, por favor?”.

Él la sacudió, pidiéndole que esperara un poco más.

“Esto es mucho”, le dijo a las mujeres que le hacían preguntas. “Es más difícil de lo que pensé”.

A Jamileth Alonzo, de Honduras, no le preocupa el cuaderno. “Es solo un desorden completo esa lista”, aseguró.

La mujer, de 40 años, fue una de las solicitantes que llegó tarde y perdió la oportunidad de ingresar. Durante días, había llegado temprano solo para esperar horas a Gaby, relató. Se había cansado de estar a merced de la libreta y de la persona que la manejaba.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

Anuncio