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En Japón, las mujeres no pueden ser emperadoras, ¿es importante?

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El palacio imperial de Japón tiene un nuevo residente que se graduó en economía en Harvard, habla al menos cinco idiomas y ha negociado complicados acuerdos comerciales como diplomático.

No estamos hablando del emperador Naruhito, que asumió el Trono del Crisantemo el pasado miércoles, sino de su esposa, la emperatriz Masako.

Mientras millones de japoneses los miraban por televisión, ella permaneció en silencio junto a Naruhito, con una tiara, faja y largos guantes blancos, mientras su esposo se dirigió a los ciudadanos por primera vez después de asumir el cargo que su padre tuvo durante casi 30 años.

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A ella no se le permitió asistir a los ritos ceremoniales que tuvieron lugar a primera hora de la mañana, prohibidos para las mujeres reales. En la audiencia, una mujer solitaria, la única ministra del gabinete del primer ministro Shinzo Abe, permanecía en silencio en la parte posterior.

El simbolismo del papel limitado de Masako es difícil de pasar por alto en una nación con una de las mayores desigualdades de género en el mundo desarrollado, en lo que respecta a los salarios de las mujeres y su participación en la política y los cargos ejecutivos.

Tal vez ningún lugar en la sociedad japonesa condense el desequilibrio de género del país con más fuerza que el hogar imperial, sumido en dos milenios de tradición como la monarquía más antigua del mundo.

En el marco de la ley imperial japonesa, las mujeres no pueden ser emperadoras.

Las discusiones sobre la familia real y la ley imperial ponen de manifiesto los sesgos de género que ya no se expresan explícitamente en ninguna otra parte de la sociedad japonesa, según Jeff Kingston, profesor en el campus de Tokio de la Universidad de Temple. “Es patriarcal; actitudes antediluvianas”, afirmó. “Los problemas que están afectando a la monarquía son un microcosmos de cuestiones que afectan a la población en general”.

Pese a todos sus logros, Masako ha vivido durante mucho tiempo en una posición que le resulta familiar a muchas mujeres japonesas de su misma generación: a la sombra de su esposo.

Hija de un diplomático y una plebeya, ella supo tener una carrera prometedora como oficial del servicio exterior. Muchos afirman que le costó adaptarse al papel de esposa real, resguardada.

Poco después de comprometerse con Naruhito, en 1993, fue criticada por ser demasiado moderna cuando cruzó una puerta delante de su esposo y por mostrarse insolente por hablar 28 segundos más que él en una conferencia de prensa donde se anunció su inminente compromiso (sí, alguien contó el tiempo).

La intensa presión para engendrar un heredero se convirtió en una obsesión nacional y se dice que contribuyó a sus problemas de salud relacionados con el estrés, que el hogar imperial describió oficialmente como “un desorden de adaptación”, pero se cree que fue una suerte de depresión.

Nunca dio a luz a un varón, sólo tuvieron una hija, la princesa Aiko, que ahora tiene 17 años y a quien la ley le exigirá que renuncie a su estatus real al casarse.

Eso ha dejado a la monarquía en un aprieto. Cuando se trata de la generación de Aiko, sólo hay un heredero viable: su primo, el príncipe Hisahito, un niño de 12 años que comenzó la secundaria el mes pasado.

Su padre, el príncipe Akishino, de 53 años, y el tío de Naruhito, el príncipe Hitachi, de 83, son los únicos otros hombres en la línea de sucesión.

La escasez de candidatos está obligando al público japonés a participar en un debate que, al parecer, los políticos preferirían evitar: ¿debería permitirse que las mujeres sean emperadoras?

Las encuestas muestran que el público japonés apoya de manera abrumadora la idea, y tres cuartas partes agradecerían un cambio en las leyes.

Después de todo, las monarquías en otras partes del mundo han adaptado normas y tradiciones para permitir que las mujeres gobiernen. Japón ha tenido ocho emperadoras en lo que se cree que son más de 2.600 años de sucesión real continua, aunque sólo en funciones interinas cuando no había un heredero masculino disponible. De hecho, la ley imperial que prohíbe expresamente que se conviertan en emperadoras se remonta al siglo XIX.

En entrevistas en las calles de Tokio, donde la gente disfrutaba de un feriado de 10 días coincidente con la transición imperial, la opinión dominante fue que una mujer emperadora sería bienvenida, o al menos aceptable.

“¿Por qué hay que tener una regla contra las mujeres?”, se preguntó Yuni Iizuka, de 15 años, quien estaba en la ciudad con su madre.

La joven señaló que, a diferencia de la generación de su madre, no había una discriminación generalizada contra las chicas de su edad, pero que tener una mujer emperadora enviaría un mensaje importante. “Quiero que las mujeres se sientan con poder en la sociedad”, remarcó.

Fukiko Ochiai, quien con 58 años es tres años mayor que Masako, se identificó con lo que la emperatriz atravesó; en su caso, dejó por completo su trabajo cuando dio a luz y luego regresó como empleada a tiempo parcial en una panadería. “Estaba tan feliz de que una mujer así integrara la familia imperial”, destacó Ochiai, quien estaba visitando Tokio desde Chiba, su lugar de residencia. “Pero su papel era muy limitado. Si sólo la familia imperial le permitiera tener su opinión y utilizar su diplomacia”.

Aun así, afirmó que personalmente siente que el tema de la sucesión femenina es prematura porque todavía hay herederos varones, y que la tradición aún dictamina que el emperador debe ser varón.

“Quiero que Japón preserve su cultura especial”, aseveró. “Todavía tenemos un niño”.

A principios de la década de 2000, cuando parecía dudoso que alguna de las esposas de los príncipes diera a luz a un varón, los legisladores japoneses discutieron brevemente la aprobación de una ley que permitiese a una mujer ocupar el trono. Pero el debate fue abandonado tan pronto como Hisahito nació, en 2006.

“Todo el país suspiró aliviado, de alguna manera”, remarcó Takako Hikotani, profesor de política japonesa moderna y política exterior en la Universidad de Columbia. “Estaba un poco frustrado porque no siguieron con la discusión... La gente preferiría no hablar de eso y todos abandonaron felizmente el problema”.

Hikotani remarcó que no hay una voz sólida que abogue por un cambio en las leyes de la política japonesa, porque los progresistas que podrían defender la igualdad de género de todos modos no creen mucho en la familia imperial.

Eso le importa poco a Kei Yamashita, de 16 años, quien estaba de visita en el Santuario Meiji, en Tokio, con su madre y su abuelo, para celebrar la ascensión del nuevo emperador. Para él, es obvio que ya es hora. “Es una tradición, pero es importante que la cultura se adapte”, reflexionó el estudiante de preparatoria. “Creo que estamos muy atrasados culturalmente en lo que deberían ser los roles de las mujeres”.

Para Saito Satomi, quien recientemente se graduó de la universidad y comenzó a trabajar en una empresa comercial donde no hay mujeres en puestos de gestión, el hecho de que una mujer asuma un papel tan prominente y simbólico ayudaría a todo ese género en Japón a sentir que es posible ascender en la sociedad.

Tal vez incluso siendo esposa del emperador, Masako aún puede cumplir ese papel, afirmó Saito, de 22 años. “Tal vez sea un nuevo tipo de emperatriz, sin precedentes”, consideró.

La corresponsal especial Makiko Segawa contribuyó con este informe.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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