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El racismo y la irracionalidad que alimentan el apoyo ciego a Trump

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Al editor: Jonathan Metzl recita las posturas de varios partidarios del presidente Trump que conservan su aprobación por él por racismo, o a pesar de que hacerlo va en contra de su propio bienestar.

Metzl aludió a un participante de un grupo de sondeo, quien dijo que los recortes en el presupuesto educativo se justifican porque los afroamericanos “solo usan los fondos escolares para alquilar autobuses de fiesta”, y otro que criticó a los inmigrantes con esta declaración: “Pagamos por las estampillas de alimentos y todo lo que quieren los mexicanos”.

Aquellos que somos sociólogos, trabajadores sociales o nos desempañamos en otras profesiones de asistencia lo hemos dicho durante algún tiempo: Estados Unidos está cargado de racistas y demás, que son inútiles en muchos niveles. Es comprensible que estas personas apoyen al presidente bajo cualquier circunstancia.

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Ralph Mitchell, Monterey Park.

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Al editor: Cuando era un joven sociólogo, hace unos 80 años, E. Franklin Frazier afirmó que el racismo es una forma de locura. Ese comentario generó su despido de la universidad Morehouse.

Mientras observo a los partidarios de Trump que van en contra de sus propios intereses, como se detalla en el artículo de opinión de Metzl, esa cita me viene a la mente.

Si Metzl está en lo cierto al afirmar que los defensores de Trump se cortarían sus propias muñecas en tanto sus políticas sigan creando caos y fracturen aún más las profundas brechas estadounidenses de raza, clase e ideología, entonces sí, de hecho, el racismo es una forma de locura.

Philip S. Hart, Los Feliz.

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Al editor: El artículo de Metzl es más evidencia de que el partido demócrata necesita encontrar un candidato que una a los votantes de Hillary Clinton y Bernie Sanders, y les recuerde que el 95% de sus objetivos políticos fueron y siguen siendo los mismos, y que son 100% distintos a los simpatizantes de Trump.

Ese candidato no necesita atraer a ningún votante de Trump, quien no es un presidente que resultó elegido por la mayoría de los votantes estadounidenses, sino más bien por elección del colegio electoral, que le dio el poder —en parte— debido a la división entre Sanders y Clinton.

Alan Segal, San Diego.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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