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El nuevo gobernador demócrata deberá decidir cuán a la izquierda llevará a California

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Pocos pueden argumentar con los demócratas de California que sus amplias victorias del 6 de noviembre son una clara orden para establecer una agenda en el estado que durará hasta la próxima década. Sin embargo, es menos claro cuáles deberían ser esas órdenes, y si los votantes aceptarán la gran cantidad de demandas que han sacudido hacia la izquierda al partido dominante del estado desde la elección del presidente Trump.

Nadie enfrentará esa tarea más directamente que el gobernador electo, Gavin Newsom. El demócrata, de 51 años de edad, quien obtuvo una victoria contundente sobre el retador republicano John Cox, presidirá no sólo la economía más grande de la nación, sino también será líder de la resistencia más feroz de Estados Unidos a Trump y al enfoque nacionalista de la política general del partido republicano.

Pero la historia de cómo los demócratas llegaron a dominar la política de California durante el último cuarto de siglo se trata menos de la provocación que del pragmatismo. La mayoría de los gobernadores del estado en la era moderna han sido republicanos. Y el electorado rara vez fue tan liberal como su reputación a nivel nacional: socialmente moderado pero fiscalmente mezquino, ambientalmente progresista pero defensor de fuertes iniciativas en la lucha contra la delincuencia.

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Nadie conoció mejor ese capítulo de la vida política de California que el hombre a quien Newsom reemplazará en enero, el gobernador Jerry Brown.

El cliché que ha seguido a Brown durante décadas es su “teoría de la canoa” en materia política, la creencia de que remar un poco a la derecha y luego a la izquierda garantiza que el barco del gobierno siga por vía recta. Pocos líderes podrían llevar a cabo una ampliación multimillonaria de Medi-Cal sosteniendo a la vez la imagen de hombre frugal, que cancela los teléfonos celulares de los trabajadores estatales y guarda dinero en un fondo para emergencias.

Los conservadores nunca pensaron que el icónico demócrata era tan directo en su remar. Pero el enfoque de Brown soportó la prueba del tiempo; los sondeos de opinión pública encontraron que a la mayoría de los votantes les gustó la forma en que trabajó en los últimos ocho años.

Newsom, en cambio, hizo de “Valor para un cambio” su eslogan de campaña. Parecía en partes iguales un pavoneo acerca del camino a seguir y un rechazo no tan sutil de lo que había ocurrido antes.

Si el gobernador electo tiene la intención de recalibrar esa promesa audaz en las próximas semanas y meses, no ofreció ningún indicio de ello la noche del 6 de noviembre. “El sol está saliendo en el oeste y el arco de la historia se está inclinando en nuestra dirección”, declaró a los partidarios en una concurrida fiesta de victoria, en Los Ángeles. “Éste no es sólo un estado de resistencia. California es un estado de resultados”.

Newsom, solo el tercer vicegobernador de California en los últimos 70 años que gana la gobernatura, debe centrarse rápidamente en lo práctico. Las transiciones de gobernador son una inmersión a lo más profundo de la piscina, con decisiones presupuestarias estatales que deben tomarse —en consulta con Brown— en cuestión de semanas, mucho antes de prestar juramento, en enero.

El nuevo gobernador también podría tener que lidiar con los otros demócratas elegidos para ocupar cargos estatales, cada uno en busca de su propia plataforma para exigir un cambio. La mayoría de ellos, como Newsom, serán nuevos en el trabajo. Ninguno hizo campaña apelando a la moderación.

En Sacramento, se unirán a una Legislatura de California donde los líderes demócratas han pasado dos años impulsando una agenda que se convirtió en el repudio más persistente de Trump a nivel nacional. Ese esfuerzo permanece en gran parte intacto, gracias a la aprobación de Brown de una serie de normas ambientales y de inmigración. El presidente ha ignorado en gran medida al estado, aunque su gobierno pidió sin éxito a los tribunales que bloqueen la ley de control inmigratorio de “estado santuario”, promulgada a comienzos de 2018.

Aunque Brown sólo ha criticado ocasionalmente al presidente, Newsom ha sido mucho menos medido al respecto. No hizo referencia a Trump por su nombre el 6 de noviembre, sino por su reputación: “Han sido dos años largos, pero esta noche el estado más grande de Estados Unidos está haciendo la declaración más grande del país”, afirmó. “Estamos diciendo, inequívocamente y al unísono, que es hora de poner fin a la política del caos y la crueldad”.

Tampoco el gobernador electo se abstuvo de abrazar ideas que encarnan la base del partido demócrata. No hay tema que asome con más fuerza al respecto que la atención médica universal. Newsom ha insistido, como lo hizo durante un foro de candidatos en 2017, que “el pagador único es el camino a seguir para reducir los costos y brindar un acceso integral”.

Entonces, ¿liderará una iniciativa en 2019 o posterior para reavivar un intento estancado en la Legislatura que haga precisamente eso? La base de seguidores del partido puede exigirlo; una prueba para Newsom en sus primeros días como gobernador. El tema fue un punto clave en las primarias de 2018, cuando el exalcalde de Los Ángeles, Antonio Villaraigosa, dijo que la propuesta flotando en la Cámara estatal en 2017 no era más que “aceite de serpiente” [una expresión que se emplea en inglés como ‘charlatanería’], que carecía de los detalles necesarios para ser tomada en serio.

Newsom contestó que su compañero demócrata no era más que un “derrotista” en el tema. Si pide paciencia como gobernador, seguramente escuchará las mismas críticas de los progresistas. Otros temas también serán complicados, ya que los legisladores demócratas están ansiosos por impulsar los proyectos de ley vetados por Brown en el escritorio de su nuevo gobernador. Mientras tanto, los funcionarios de educación superior pretenden exigir más fondos para la universidad en 2019.

Aquí también surge la pregunta: ¿cuán progresista es demasiado progresista? Los legisladores republicanos pueden jugar un pequeño papel, pero estarán muy felices de hacer sonar la alarma con la esperanza de restablecer al menos parte del discurso político del estado para 2020.

La relación entre los nuevos gobernadores y los legisladores es a menudo polémica. El exgobernador Gray Davis, con una victoria de 20 puntos en 1998, se jactó ante el comité editorial de un periódico de que el trabajo de la Legislatura era “implementar mi visión”. Cinco años después, enfrentándose a una retirada de votantes, Davis firmó con entusiasmo un puñado de proyectos de ley de tendencia liberal, en un esfuerzo fallido de mejorar la participación entre la base de seguidores del partido.

A diferencia de Brown, quien fue gobernador antes de que algunos legisladores actuales hubieran nacido y recibió mucha deferencia de parte de sus compañeros demócratas, Newsom probablemente será visto como el recién llegado. Aunque tenga una oficina en el histórico edificio del Capitolio, su cargo durante los últimos ocho años ha sido más un papel de reemplazante que de protagonista. Los líderes del Senado y la Asamblea, por otro lado, retomarán sus papeles principales de los últimos años. Y la mayoría de los legisladores que trabajarán junto con el nuevo gobernador pueden permanecer en el cargo después de su mandato de cuatro años.

“Cada nuevo gobernador que comienza con un liderazgo legislativo establecido, tiene una pequeña duda sobre cómo se comparte el poder”, expresó John A. Pérez, el expresidente de la Asamblea. Pero el gobernador, admitió, tiene un poder real en la configuración del presupuesto del estado, una influencia clave sobre los programas defendidos por los demócratas liberales.

Newsom puede consultar la trayectoria de Brown como guía, a la cual elogió en campaña. “No es necesario ser despilfarrador para ser progresista”, le dijo a una audiencia de San Francisco en 2016.

Queda por ver cómo va a traducir su eslogan en realidad. Si Villaraigosa, y no el republicano John Cox, hubiera ocupado el segundo lugar en las elecciones primarias de junio, los votantes habrían tenido un asiento de primera fila en un sólido debate sobre la política pública demócrata o de centroizquierda, que podría haber definido mejor cómo Newsom manejará las políticas demócratas.

Pero Cox representaba la marca republicana comprobada, rechazada por los votantes a nivel estatal durante más de una década. “Él no hizo todo lo posible para encontrarse con los californianos”, dijo el asambleísta Chad Mayes (R-Yucca Valley), líder de un comité de acción política que intenta reimaginar la política del partido republicano. “Si tienes una “R” escarlata junto a tu nombre, no puedes ganar en todo el estado”.

En la evaluación de Mayes hay una pregunta que esta elección, como la de 2014 y 2010, no respondió: ¿Los demócratas dominan la política de California debido a la fuerza de sus posiciones o a la ausencia de republicanos centristas? Pocos funcionarios electos tendrán un papel más importante en responder dicha pregunta que Newsom.

A diferencia de Brown, que supervisó los toques finales para solucionar muchos de los problemas remanentes del siglo XX en California, el nuevo gobernador parece ser el primer líder del futuro. Él, junto con los otros que asumirán en enero, no sólo son parte de un nuevo capítulo para el estado, sino que representan una marca diferente de la política demócrata, creada durante un tiempo en el que la elección de bandos a veces tiene prioridad sobre la construcción de puentes. La forma en que responda como líder del partido —y como el gobernador de millones de personas que no siempre estarán de acuerdo con él— será una prueba clave.

Melanie Mason, reportera del plantel de The Times, contribuyó con este artículo.

Si quiere leer este artículo en inglés, haga clic aquí.

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