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Detrás de la historia: esta soldado transgénero aprendió a ser ella misma

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Supe por primera vez de la sargento del Estado Mayor del Ejército Cathrine Schmid en enero, cuando noté un tuit que publicó: “Las personas trans no deberían estar en el ejército porque no pueden ser desplegadas en acción”. Adjuntaba una foto de sí misma en uniforme de combate, con una expresión de sorpresa burlona en su rostro.

Después de echar un vistazo a su biografía en Twitter, entendí el chiste: Schmid era una soldado transgénero desplegada en Corea del Sur.

Dos días antes, la Corte Suprema había levantado las medidas cautelares a nivel nacional que impedían a la administración Trump concretar una prohibición al servicio militar transgénero. El presidente Trump había decretado el veto en 2017, y ahora estaba en efecto.

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Fue una fluctuación en la política de EE.UU, sólo tres años después de que la administración Obama le dijo a miles de militares transgénero que finalmente podrían prestar servicio abiertamente.

Escribo sobre el ejército en el buró de Los Angeles Times en Washington, y buscaba una nueva forma de redactar sobre los miembros transgénero de las fuerzas. Quería entender cómo era pertenecer a una organización que repetidamente les dijo a los miembros transgénero que no pertenecen allí.

Los tuits de Schmid eran divertidos, mordaces y, en algunos casos, muy personales. Se notaba que había pasado por mucho dolor y había emergido con una férrea determinación de no ser obligada a regresar a las sombras, ni siquiera por el comandante en jefe.

Cuando le envié un mensaje a Schmid pidiéndole una entrevista, aceptó rápidamente.

El 18 de marzo nos encontramos cara a cara en la puerta principal de Camp Humphreys, una extensa base militar de EE.UU en las afueras de la ciudad surcoreana de Pyeongtaek, donde está destinada Schmid. Estaba fuera de servicio, vestida de civil y fumando un cigarrillo. No hubiera pensado que se trataba de una soldado, de no haberlo sabido.

Durante los siguientes tres días, la entrevisté en detalle. Ya que es analista de inteligencia y cumple tareas en un edificio con acceso vedado sin una autorización de seguridad, no podría observarla trabajar todo el día. Pero pude pasar tiempo con ella, tanto en otro lugar en la base como en la ciudad, fuera del complejo.

La sargento habló de manera conmovedora acerca de su dura experiencia durante 14 años para permanecer en el Ejército durante su transición de hombre a mujer. Estuvieron a punto de echarla varias veces y perdió su matrimonio, sus amistades y prácticamente su vida.

Sin embargo, le encantaba ser soldado. No pude entender completamente el por qué.

Luego, mientras caminábamos un día hacia su restaurante tailandés favorito, pasamos junto a un joven soldado, que la saludó alegremente desde el otro lado de la calle: “Hola, sargento Schmid”.

“Ese es uno de mis Joes”, dijo Schmid con orgullo, usando un argot del ejército para referirse a los soldados jóvenes.

También entrevisté a uno de sus superiores en un Starbucks en la base, quien habló con entusiasmo sobre ella y dijo que no se había dado cuenta de que había hecho su transición de varón a mujer hasta que alguien se lo mencionó, y que no le había importado.

Viajé hasta Corea del Sur pensando que iba a reportar sobre una soldado que se sentía marginada, pero comencé a ver que esa no era la historia completa. Al menos en su círculo inmediato, el ejército había abrazado a Schmid.

El ejército es un lugar heterogéneo, lleno de soldados recién salidos de la preparatoria, que han madurado mucho en su aceptación a las personas trans. También se supone que es una meritocracia, con reglas rígidas sobre tratar a los demás miembros del servicio con respeto y disciplina.

Precisamente por todo eso, me di cuenta, a ella le encantaba. Posiblemente incluso más que el mundo civil, el ejército le ofreció la oportunidad de no sentirse marginada.


Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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