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De cara a la reelección, Trump busca equilibrar las quejas con los logros

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En medio de un discurso de 88 minutos dirigido a los republicanos en una elegante cena de recaudación de fondos, este mes, el presidente Trump pasó seis minutos preguntándose en voz alta sobre la idea central de su campaña de reelección. “¿Opto por ‘Hagamos genial a EE.UU nuevamente’, o por ‘Que EE.UU siga siendo genial’?”, cuestionó y pidió en dos ocasiones a la multitud que aplaudiera por el lema que fuera de su preferencia (los resultados no fueron concluyentes).

“Es difícil. Es el eslogan más grande en la historia de la política estadounidense”, dijo, refiriéndose a su frase de 2016. “¿Cómo podría cambiarse por uno nuevo?”.

Sobre la pregunta, de la que aún no obtenía respuesta -Trump insinuó: “podemos intentar con ambas”- subraya no sólo la fijación del presidente con las marcas, sino también la tensión en su búsqueda de cuatro años más al frente.

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Este mandatario no convencional, que depende de las quejas para animar al electorado, necesita mantener enfurecidos a sus principales partidarios haciendo hincapié en las crisis -reales e inventadas- mientras convence a los votantes indecisos de que ha mejorado sus vidas y cumplido con sus promesas de arreglar las cosas.

“En 2016, Donald Trump ganó la Oficina Oval porque era el candidato del cambio”, expuso Karl Rove, estratega de campaña del presidente George W. Bush, durante una entrevista en su oficina de Austin, Texas. “Dado que la mayoría de la gente hoy piensa que el país va por el camino equivocado, será difícil para él ganar la reelección si el mensaje es únicamente: ‘nos puse a todos en el lugar correcto’. Él tendrá que describir su próximo capítulo de cambios para el país, descalificando a la vez a su oponente como una modificación incorrecta”.

Trump tiene tiempo para afinar su propuesta, con más de 14 meses por delante hasta que los demócratas nominen a su oponente. A diferencia de hace cuatro años, cuando debió pagar a los transeúntes en el exterior de la Trump Tower para verlo descender por una escalera mecánica y anunciar su campaña mientras insistía en que los grandes donantes estaban corrompiendo a sus contrincantes, ahora se dispone a postularse por segunda vez con todas las ventajas correspondientes a un líder en funciones: vastos recursos financieros, carencia de rivales principales serios y una campaña más grande y más profesional.

Desde un edificio de oficinas en el piso 14 frente al río Potomac, desde Washington, el equipo de campaña de Trump para 2020 está creando una misión más sofisticada de la que el presidente tuvo hace cuatro años.

Televisores nuevos y relucientes de pantalla plana cuelgan de las paredes en un área de la sala de operaciones. Al final del pasillo, trabajadores construyen un estudio de TV donde se podrán realizar entrevistas en vivo sin salir de la oficina. Desde las ventanas de una enorme sala de conferencias se observa la capital de la nación; sólo queda un hito importante fuera de vista: la Casa Blanca.

No es el programa de campaña de un perdedor o un desconocido. Pero existe para amplificar el mensaje de un presidente que, según los asesores, mantiene “una mentalidad insurgente”.

“En 2016, su campaña fue la de la insurgencia, era el hombre de negocios externo que iría a Washington e interrumpiría las cosas”, afirmó Tim Murtaugh, director de comunicaciones de la campaña, “y creo que todos deben estar de acuerdo en que ha sido un verdadero disruptor. El orden político de Washington todavía no sabe qué hacer con él. Por eso creo que, en la actualidad, es el mismo candidato que era en 2015”.

Marc Lotter, ex portavoz del vicepresidente Mike Pence, quien ahora es asesor de comunicaciones para la campaña, fue parte del grupo de trabajo de Trump en 2016, al cual comparó con una “operación de guerrilla”. “La diferencia ahora es que habrá un gigante detrás de él”, dijo, refiriéndose a la infusión de efectivo de los aportantes tradicionales republicanos.

En algunos casos, lo que el equipo de Trump promociona como una ciencia de campaña altamente sofisticada es simplemente una práctica estándar en la política profesional. En 2016, la misión política del presidente no capturaba la información electoral de las personas que asistían a sus mitines para compararla con los archivos de votantes; ahora sí, y la intención es construir un ejército de voluntarios para contactar a los 23 millones de votantes que la campaña cree que definirán las elecciones.

Hace cuatro años, Trump habló abiertamente sobre sus sospechas de que el aparato del partido, especialmente al principio de la temporada primaria, operaba en su contra. Una vez que se coronó con la nominación, el Comité Nacional Republicano debió proporcionar datos y una misión de obtención de votos con la que el básico equipo de Trump no contaba. Ahora, hay pocas dudas de que es el partido de Trump y hay una integración más perfecta del personal en Washington y de aquellos en el terreno, en los estados clave.

“La diferencia esta vez es que tenemos muchos profesionales, muchos más recursos”, remarcó Jared Kushner, yerno y consejero del mandatario, durante una aparición esta semana en el 100º Simposio de la revista Time en Nueva York. Kushner sostiene que los votantes se centrarán en el panorama general de crecimiento económico y no en nuevas guerras. “Mientras el presidente pueda cumplir sus promesas de mantener la economía fuerte y de mantenernos a salvo, creo que hay muchas personas en el país que aprecian los sacrificios que está haciendo para hacer su trabajo, y estamos muy contentos”, remarcó Kushner.

Pero es poco probable que Trump motive a sus partidarios, algunos de los cuales son votantes poco previsibles, únicamente con un mensaje positivo. El desafío para él será lograr un equilibrio entre promocionar sus logros, descartar a los demócratas como socialistas y mantener la bandera del cambio. Ese desafío se ve agravado por el registro, que incluye políticas impopulares que van más allá de sus partidarios principales, como construir un muro fronterizo y separar a padres e hijos que solicitan asilo. “Por lo general, es una mezcla lo que marca la diferencia: si un presidente ha cumplido algunas de sus promesas y si es visto entre sus partidarios luchando por lograr el resto”, dijo David Gergen, quien aconsejó a cuatro presidentes estadounidenses desde la administración Nixon.

“Hay una sensación entre su base de apoyo de que se ha esforzado por cumplir con lo que dijo; [ellos sienten que] tienen un amigo en la Casa Blanca, y eso importa mucho”, remarcó. “Pero eso significa un gran costo para su relación con los independientes”, que en muchos casos ven esas mismas peleas como excesos.

Trump se destaca entre los mandatario estadounidenses por haber evitado un enfoque más amplio y unificador de la presidencia, consideró Tim Naftali, un historiador presidencial en la Universidad de Nueva York. “Se mantuvo tan sectario como en su discurso de toma de mando, el cual fue una lamento exagerado para su base de seguidores, no un mensaje de un presidente para todo el país”, agregó.

“Tendrá que practicar algo de gimnasia verbal para ser reelegido, con un mensaje que prometa hacer que el país sea tan grande como lo era antes de que él fuese elegido presidente”, continuó Naftali. Pero, remarcó, “en su propia realidad, no se ven disonancias o inconsistencias”.

Los demócratas, que actualmente se encuentran en un campo de 20 candidatos presidenciales, pueden concentrarse en el mensaje conflictivo y la retórica divisoria del presidente, pero algunos estrategas del partido creen que tendrán más éxito recordando a los indecisos que el mandatario no ha ayudado a los obreros en todo el Medio Oeste, una zona que ayudó a elegirlo hace cuatro años. “Es un gran desafío para Trump, en el sentido de que se postuló como un populista y gobernó como un corporativista”, expuso Dan Pfeiffer, ex estratega de Obama, quien ahora conduce un popular podcast político.

Los demócratas, afirmó, tendrán que “derribar esa imagen suya, de defensor de la clase trabajadora” y de alguien que cumplió con sus promesas, remarcando el “recorte masivo de impuestos corporativos pagado por las primas de salud y el intento de recortar Medicare”. “Hay un amplio conjunto de pruebas que se pueden presentar en contra de Trump”, consideró. “Sólo tenemos que hacerlo”.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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