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Cuando los seleccionados de fútbol de El Salvador y Honduras se enfrentaron, hace 50 años, realmente hubo guerra

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Cinco décadas más tarde, Salvador Mariona recuerda vívidamente las imágenes y los sonidos de una victoria futbolística sobre Honduras que catapultó a El Salvador a una presentación histórica en la Copa del Mundo.

“Lo que recuerdo es lo fabuloso que fue para nosotros, los futbolistas, y para el pueblo salvadoreño”, afirma Mariona, quien durante sus días como jugador profesional era un defensor alto y robusto, con nariz ancha y mirada tensa y penetrante.

Tres semanas después, la alegría se convirtió en dolor cuando el ejército salvadoreño invadió Honduras, el inicio de un conflicto mortal de cuatro días que se conoció erróneamente como la ‘guerra del Fútbol’. Las ramificaciones de esa era aún se sienten hoy, desde América Central hasta Los Ángeles y más allá, mientras los equipos se preparan para volver a medirse el martes, en el estadio Banc of California.

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Mariona, que ahora tiene 75 años y está ligeramente encorvado, con su mirada apagada por unas gafas de montura delgada, también recuerda esa lucha, y afirma que la historia la bautizó mal. “El fútbol no tuvo absolutamente nada que ver con eso”, brama durante una reciente entrevista telefónica desde San Salvador. “Digo esto porque yo, como capitán, me siento involucrado cuando dicen que fuimos los culpables de la guerra del Fútbol. Este fue un problema político similar a lo que ocurre hoy con los migrantes que llegan a Estados Unidos. Fue triste para todos”, asegura, “para Honduras y para El Salvador”.

El juego de esta semana en Los Ángeles es parte de la Copa de Oro de la CONCACAF, donde las apuestas serán mucho más bajas que en 1969. En ese entonces, los vecinos centroamericanos se enfrentaron en una serie al mejor de tres, que determinaba qué país avanzaría hasta convertirse en el primero de Centroamérica en clasificarse para el Mundial, la competición más importante del fútbol.

Pero las apuestas políticas de hoy no son menos tensas que las de entonces. Cuando Nayib Bukele asumió como nuevo presidente de El Salvador, a principios de este mes, intencionadamente dejó al líder hondureño Juan Orlando Hernández -a quien llamó ‘dictador ilegítimo’-, fuera de la lista de invitados. “Me sorprendieron mucho las palabras del mandatario electo de El Salvador”, afirmó Marco Antonio Mendoza, quien jugó para Honduras hace 50 años. “Ojalá no afecten el futuro, porque todavía hay personas que no olvidan el pasado”.

En 1969, los temas contenciosos eran principalmente la inmigración y la reforma agraria. Honduras, cinco veces más grande a nivel geográfico que El Salvador, tenía casi 700.000 personas menos. Como resultado del hacinamiento, más de 300.000 salvadoreños cruzaron la frontera, tomaron empleos en fábricas, cultivaron y, en muchos casos, se casaron y criaron familias hondureñas.

Los hondureños rurales se resintieron con los inmigrantes, a quienes acusaron de tomar sus empleos y tierras, alimentando así una reacción nacionalista.

Ese era el clima cuando comenzó el primer partido de clasificación para la Copa Mundial, en Tegucigalpa, la capital hondureña, el 8 de junio.

La noche antes del partido, aficionados hondureños se reunieron frente al hotel del equipo salvadoreño. “Llegaron tocando sus bocinas”, recuerda Mariona. “Había música, canto, gritos… Hacían todo eso para no dejarnos dormir”.

Honduras venció a los cansados salvadoreños por 1-0, con el gol del defensor Leonard Wells en el último minuto reglamentario. Después, parte del estadio fue incendiado durante los disturbios.

Una semana después, los equipos se encontraron en San Salvador y la escena se repitió. El avión de la fuerza aérea del equipo de Honduras fue recibido por hordas de fanáticos salvadoreños. Esa misma tarde, el hotel del equipo fue rodeado por simpatizantes locales que tocaron tambores y encendieron fuegos artificiales durante la noche. “Nos pusimos algodón en los oídos, pero aún así no dormimos”, comenta Marco Antonio Mendoza, miembro de ese equipo hondureño. “Al día siguiente, muy temprano en la mañana, querían derribar las puertas del hotel. Por suerte, la policía actuó rápidamente.

Según Mendoza, los jugadores fueron sacados clandestinamente de las habitaciones en pequeños grupos y escondidos alrededor de la ciudad; no volvieron a reunirse hasta justo antes del partido. Desilusionados, agotados y con temor por sus vidas, los hondureños fueron derrotados por 3-0.

“Somos muy afortunados de haber perdido”, recuerda la estrella hondureña Enrique Cardona. “De lo contrario, no estaríamos vivos hoy”.

El decisivo tercer partido se jugó bajo una lluvia torrencial, el 27 de junio, en la Ciudad de México. El Salvador ganó con el gol del mediocampista Antonio Quintanilla, a los 11 minutos del tiempo adicional, pero hubo poco tiempo para celebrar. Ese mismo día, el gobierno salvadoreño rompió relaciones diplomáticas con su vecino.

“No hablamos de eso en el campo de juego. No hubo problema”, señala Mendoza. “Pero ahí es donde comenzó la famosa “guerra del fútbol”, que nunca fue un conflicto vinculado con el deporte”.

Carlos Soto Hernández, un general salvadoreño retirado, está de acuerdo en que la cuestión tuvo poco que ver con el fútbol. “No fue la guerra del fútbol”, remarcó durante una entrevista telefónica. “Fue la guerra de la dignidad nacional”.

Sin embargo, tres días antes del juego en la Ciudad de México, el gobierno salvadoreño emitió una resolución responsabilizando por el aumento de las tensiones y la violencia en Honduras a los resultados de los “recientes partidos internacionales de fútbol”. Semanas después de ese último juego, su ejército cruzó la frontera, abrumando a los militares hondureños y atacando la carretera principal entre los países, antes de avanzar hacia Tegucigalpa.

El dictador nicaragüense Anastasio Somoza proporcionó armas y municiones a Honduras, pero eso no impidió el avance salvadoreño. Honduras, temiendo que su capital fuera invadida, pidió la intervención de la Organización de los Estados Americanos.

Se organizó rápidamente un alto al fuego, y cuatro días después de que comenzara el enfrentamiento, todo había terminado.

Aunque de corta duración, las consecuencias fueron significativas. Más de 250 soldados hondureños y 2.000 civiles murieron, miles más quedaron sin hogar. Hubo víctimas similares entre los salvadoreños, y unos 100.000 individuos fueron obligados a cruzar la frontera. Además, el conflicto tuvo un costo económico para ambos países.

Aun así, gran parte del mundo nunca se enteró; su atención estaba en otra parte: dos días después de que comenzara la invasión, la nave espacial Apollo 11 había despegado del Centro Espacial Kennedy, en Florida; el ejército salvadoreño todavía estaba en Honduras cuando Buzz Aldrin y Neil Armstrong tocaron la luna.

Lo que siguió fue el malestar social que condujo a una guerra civil que se extendió durante las décadas de 1980 y 1990, en la que los militares salvadoreños, envalentonados por su éxito en Honduras, fueron reprimidos brutalmente. Más de 75.000 personas murieron en ese conflicto y, desde entonces, dos millones huyeron -aproximadamente 1.4 millones de ellas se trasladaron al condado de Los Ángeles, según cifras del gobierno-. Las remesas de Estados Unidos ahora representan casi una quinta parte del PIB salvadoreño.

En el fútbol, los países centroamericanos han participado 10 veces en las últimas 10 Copas del Mundo. El seleccionado de El Salvador se convirtió en el primero, luego de su triunfo de 1969 sobre Honduras, con una victoria en las eliminatorias sobre Haití.

“La experiencia fue sensacional, maravillosa”, recuerda Mariona, quien se retiró del fútbol para convertirse en un vendedor de seguros, y finalmente fundó su propia compañía. “No ganamos nada” -el equipo no anotó en las tres derrotas posteriores- “pero imagínate, ¡ser el primer país de Centroamérica en calificar!”.

Mariona relata que los miembros de los seleccionados salvadoreños y hondureños de décadas atrás, avergonzados de que se haya culpado al fútbol por ese conflicto, trataron de desempeñar un papel para restablecer la paz -algo difícil, ya que los países y sus federaciones nacionales de fútbol no hablaron por más de una década-.

“Muy pocas personas viajaban a El Salvador y muy pocas personas venían aquí”, dice Mendoza, quien jugaba para Honduras. “La verdad es que murieron inocentes. No había partidos amistosos, los juegos cesaron por completo”.

Pero los futbolistas se mantuvieron en contacto, y luego de un terremoto de magnitud 7.6 que azotó a El Salvador en 2001, los veteranos de los equipos de 1969 jugaron una serie de partidos solidarios, para recaudar dinero para las víctimas del sismo, cuenta Mariona. “Todavía somos amigos”, dice. “Nos trataron maravillosamente, y también cuando vinieron aquí. No tuvimos ningún problema ni reproche por parte de los fanáticos”.

Cincuenta años después, los jugadores que participarán en el partido del estadio Banc of California, el martes, prácticamente no recuerdan los detalles de esa histórica serie de eliminatorias entre El Salvador y Honduras. “No sé nada de eso”, aseveró el delantero hondureño Romell Quioto, quien nació 22 años después del fin de la guerra.

Sin embargo, sí sabe que cualquier cotejo contra El Salvador es algo especial. “Somos países vecinos, así que hay una rivalidad”, aseguró. “Hay mucha pasión involucrada”.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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