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Con la victoria de Andy Ruiz Jr., un rincón olvidado de California tiene ahora su propio ‘Rocky’

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Rodeado en el rincón sureste de California por cadenas montañosas, desiertos, Baja California y el río Colorado, Valle Imperial ha sido considerado históricamente casi como el apéndice del estado: es más bien tranquilo y pasa desapercibido, hasta que se activa y causa un dolor terrible.

El desempleo aquí es el peor del Estado Dorado. El lago Salton, una formación artificial que se convirtió en un ejemplar digno de una postal de vacaciones durante la década de 1950, es ahora un caso de estudio muy citado en materia de degradación ambiental.

Las personas que viven aquí se enorgullecen de su espíritu combativo incluso cuando llevan las de perder. Pero hasta que un hijo de esta ciudad, Andy Ruiz Jr., venció al campeón de los peso pesados en el Madison Square Garden, este no era un sitio para pensar como escenario de una historia a lo Rocky Balboa.

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Los boxeadores de ascendencia mexicana han tenido una trayectoria destacada en el deporte, pero nunca antes habían hecho lo que Ruiz, de 29 años, logró: convertirse en el primer luchador de ascendencia mexicana en obtener un cinturón en la división de prestigio del deporte. Para hacer la victoria aún más difícil estaba el marcado contraste entre Ruiz -grande, robusto, como salido de un cuadro de Fernando Botero- y su contrincante, inmaculadamente esculpido.

Era un cuento de hadas bastante improbable. Y no se hacen muchas películas sobre el Valle Imperial. Cuando Hollywood llama, por lo general es porque hay una visión distópica que necesita emplazarse en algún sitio: los edificios abrazados por el sol y la naturaleza salvaje aquí ayudan a recrear todo eso, desde el Sahara hasta el Iraq devastado por la guerra y un planeta Tierra postapocalíptico. Cuando el presidente viene aquí es para jactarse de la construcción de un impenetrable muro fronterizo entre México y Estados Unidos, en el borde sur irregular del valle.

Lejos de casa en Boyle Heights, el nativo del Valle Imperial Ernesto Yerena vio a Ruiz castigar a Anthony Joshua. Permaneció de pie frente al televisor durante la mayor parte de la pelea y gritó cuando Ruiz anotó su nocaut técnico, en el séptimo asalto. “Si hubieran ganado los Dodgers, habría habido fuegos artificiales”, afirmó el artista. “Pero había silencio afuera. Está bien, porque la próxima vez todos los mexicanos estarán mirando”.

En un estado con comunidades mexicoamericanas de largo tiempo, cada una con su propia cultura y tradiciones que tienen atención nacional -los ‘Mission burritos’ de San Francisco, el distintivo acento chicano del este de Los Ángeles, el activismo de los agricultores del Valle Central o la subcultura chologótica de San Diego-, los del Valle Imperial permanecen entre los más ignorados o mal entendidos. “Somos conocidos por la agricultura, los mexicanos y la pobreza”, afirmó Héctor Rodríguez, quien vive en Yuma y es originario de Caléxico. “La frontera, las drogas; eso es todo prácticamente”.

El libro más conocido sobre la región, “Imperial”, de William T. Vollmann, es una enormidad de 1.300 páginas, publicado en 2009, que resume el valle como un sitio que ofrece la “promesa del paraíso y la realidad del infierno”.

Los más experimentados lo entienden; están bien versados en responder preguntas y comentarios desorientados acerca de dónde son.

Pero la cruz a soportar es más pesada cuando se es de ascendencia mexicana, una condición que según el censo de Estados Unidos tendría básicamente todo el mundo en el condado de Imperial (bueno, el 85%).

“Nadie sabe dónde está el valle, por lo cual siempre tengo que hacer una lección de geografía para mis amigos de L.A y del condado de Orange”, comentó Maricela Jauregui, una consejera escolar de Norwalk, oriunda de Brawley, que todavía tiene un teléfono celular con código de área 760 a pesar de no haber vivido allí en 20 años.

“Mis amigos de la costa siempre dicen: ‘¿Cómo viven aquí? ¡Hace demasiado calor!’”, agregó Ruby Palomino, propietaria de Johnny’s Burritos, una cadena muy popular del Valle Imperial.

La herencia mexicana de Ruiz y su improbable ascenso -abandonó la preparatoria, consiguió la pelea contra Joshua con sólo cuatro semanas de anticipación, después de que el oponente original no pasara la prueba de drogas- fueron las principales líneas narrativas relatadas por la prensa nacional e internacional. Todo es importante para los residentes del valle, por supuesto.

Pero muchos por aquí quieren que los forasteros -y eso incluye a otros californianos- consideren algo más que según ellos, Ruiz personifica: pese a los duros golpes, los mexicanos de Imperial no sólo resisten, sino también prosperan. Especialmente cuando nadie parece saber quiénes son.

La última vez que tanta atención positiva externa recayó en el Valle Imperial fue en 2012, cuando otro atleta mexicoamericano, el relevista de béisbol Sergio Romo, de Brawley, ayudó a los San Francisco Giants a ganar la Serie Mundial.

Brawley le dio a Romo la Llave de la Ciudad durante un partido de fútbol americano de preparatoria. El 22 de junio pasado, Imperial organizó para Ruiz un desfile. Y quienes esperaban ver entonces un torrente de cultura mexicana -por ejemplo, bailarines aztecas o una banda sinaloense ensordecedora- se fueron con las manos vacías.

Aunque hubo un mariachi acompañado por bailarines folklóricos y charros, el evento podría haber sido un encuentro de preparatoria salido de “Grease”.

La gente comía papas fritas con queso blanco derretido y salsa de aguacate picante, un platillo del valle tan icónico que hasta la cabezona mascota de Johnny Burritos sostiene un plato con ellas. El equipo de porristas de Imperial High School hizo sus rutinas; los tambores de Central Union High School, de El Centro, tocaron clásicos de fútbol. Los DJs se apoyaron más en Lil Nas X y Bruno Mars, que en Los Tigres del Norte o Vicente Fernández.

Los pocos destellos de la bandera tricolor mexicana se observaban sobre todo en los múltiples estilos de camisetas de Andy Ruiz que llevaban los fanáticos.

Para Yerena, quien condujo desde Los Ángeles para ver el desfile, el mudo mexicanismo en exhibición fue clásico de el Valle Imperial. “La mayoría de la gente aquí es muy amable y agradable, pero muy apolítica”, comentó. “Ellos sólo quieren vivir bien y pasar el tiempo con su familia; tomar unas cervezas y hacer un poco de carne asada. El chicanismo se reserva para otros lugares”.

Incluso los agentes de la Patrulla Fronteriza de la estación de El Centro, pasearon en bicicleta por la fiesta con sonrisas. Nadie abucheó ni se quejó por ello.

“La gente ahora sabrá dónde estamos”, afirmó Adrián Guillermo-Barrera, quien instaló sillas de jardín para su familia, tres horas antes del inicio del desfile. “No sólo estamos entre San Diego y Arizona”.

En el exterior de Donut Avenue, donde el propietario había pegado una foto de Ruiz a una caja de papitas Takis, Yahaira Valenzuela, de 17 años de edad y peso liviano en el ranking nacional, afirmó que el triunfo de Ruiz ayudaría a cambiar la actitud de los jóvenes como ella.

“La gente de fuera siempre dice que el valle no se conoce, y los que vivimos aquí nos sentimos mal”, expuso. “Pero ya no después de esto”.

Un nuevo discurso como este entusiasma especialmente a Martha García. Hija de trabajadores migrantes de los campos de Valle Imperial, fue la primera de su familia en obtener un doctorado y es la primera superintendente-presidenta de Imperial Valley College, del cual se graduó.

“Somos conocidos por las barreras que obstaculizan a nuestros jóvenes [mexicoamericanos]”, expresó. “Pero creo que es importante transmitir que son los impulsores para que una comunidad como esta prospere”.

Aunque se escucharon los himnos nacionales de México y Estados Unidos durante el acto, casi todas las palabras proferidas por los políticos, los familiares de Ruiz y otros, fueron en inglés. El propio boxeador no ofreció mucho más que unas frases comunes, como no rendirse nunca y seguir los sueños. No hubo ninguna defensa audaz de los inmigrantes mexicanos, como lo hizo Romo en 2012, cuando llevó una camiseta durante un desfile en San Francisco que decía: “Sólo luzco ilegal”. Tampoco hubo granadas verbales contra el presidente Trump.

“Adoro a todo el Valle Imperial”, le dijo Ruiz a sus fanáticos.

Después, algunos asistentes soñaron en voz alta sobre cómo el valle podría cambiar a partir del triunfo del boxeador.

Sergio García, de 33 años, imaginó una industria turística basada en lo que Filadelfia creó a partir de la saga “Rocky”. Soñó con que se usara dinero para entrenar a luchadores locales y establecer el Valle Imperial como una meca del boxeo. “Esto crea oportunidades para nosotros”, dijo. “El momento actual es excelente, pero el futuro me emociona más”.

Mientras Ruiz se alejaba, el alcalde de Imperial, Robert Amparano, quien apenas unos minutos antes le había entregado las Llaves de la Ciudad al boxeador, miró y sonrió. El valle tenía un campeón. “La gente ya no podrá vernos solamente como un sitio muy caluroso”.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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