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Cómo ingresar a la universidad ‘a la antigua usanza’: soñar en grande, esforzarse mucho

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Eva Vázquez estaba en una parada de autobús en Wilshire Boulevard, iba camino a su trabajo como cajera en una tienda de descuento cerca de MacArthur Park, cuando sonó su teléfono. “Sabía que probablemente era él”, dijo.

Era el jueves, 28 de marzo, día en que su hijo Oswaldo esperaba saber si había sido aceptado en las universidades que él había escrito en su lista de favoritas.

Oswaldo, a quien a veces sus amigos y familiares llaman ‘Ozzie’, ya había ingresado en varias instituciones de excelencia gracias a la solidez de sus buenas calificaciones, una puntuación alta en el examen SAT y sus años de tutoría y servicio comunitario.

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Pero para Vázquez fue muy triste quedar fuera de la Universidad de Stanford, su madre oraba para que obtuviera mejores noticias de otras escuelas importantes. Ella sabía mejor que nadie lo mucho que había trabajado su hijo, durante tantos años, en Los Ángeles y en México.

“Mami”, le dijo Ozzie cuando contestó su teléfono, “¿adivina qué?”…

Conocí a Ozzie y a su madre en su pequeño apartamento en Chinatown, comparten el espacio con su hermana y su hija de 13 años, Vázquez duerme en un futón en la sala y Ozzie duerme en un pequeño espacio de esa misma sala, donde su escritorio es también la mesa del comedor.

Ozzie, quien nació en EE.UU, tenía cinco años y era estudiante de la escuela Gabriella Charter School en Los Ángeles cuando sus padres decidieron, en 2005, que no podían soportar la ansiedad de vivir indocumentados en Los Ángeles después de que expiraran sus visas, así que se mudaron de regreso a un pueblo en el estado mexicano de Yucatán. Como cuenta Vázquez, ella y su esposo llegaron a Estados Unidos con visas a fines de la década de 1980 y sobrevivieron en los márgenes de la sociedad. Los dos trabajaban en un lavado de autos, tenían tres hijos, pero luego comenzaron a preocuparse de que fueran deportados y separados de sus pequeños.

Cuando se fueron a México, se llevaron una computadora usada con la que Ozzie jugaba; él ahora dice que ese dispositivo lo ayudó a superar varios años difíciles.

“Me sentía tan confundido, no sabía cómo socializar con las personas”, cuenta el joven, acerca de su vida en México. “En la infancia... fui intimidado por algunos años, no sólo verbalmente, sino también físicamente, fue uno de los peores momentos de mi vida. La gente no me veía como mexicano, yo era un extranjero y también un niño ignorante”.

Cuando no estaba trabajando en el restaurante de su familia, la pantalla de la computadora de Ozzie era su vía de escape. El pequeño dispositivo de escritorio era viejo y lento, comentó, pero lo transportaba a otros mundos y él mismo aprendió cómo programar, codificar y diseñar sus propios videojuegos rudimentarios.

La hermana mayor de Ozzie regresó a Los Ángeles después de un corto tiempo en México para vivir con su tía materna y terminó graduándose de la UCLA. Ozzie comenzó a pensar que quería seguir sus pasos, a pesar de sentirse desgarrado por dejar a su familia en México.

Hace cuatro años, el chico se mudó al apartamento de Chinatown en el que ahora vive, con su tía como anfitriona. Cuando regresó, ya había olvidado la mayor parte del inglés que hablaba de niño. Su madre le dijo que leyera tantos libros como pudiera. “Aquí está mi querido Steinbeck”, dice Ozzie mientras camina hacia la estantería para señalar a algunos de sus autores favoritos.

En la escuela Los Angeles School of Global Studies, del Distrito Unificado de Los Ángeles (LAUSD), justo al oeste del centro de la ciudad, Ozzie fue uno de los mejores estudiantes desde el principio. “Él es inteligente por naturaleza, pero ha trabajado mucho”, afirmó Diane Kantack, consejera de Ozzie. “Es un joven increíble y siempre humilde... Oswaldo siempre es el primero en ofrecerse como voluntario para ayudar a otros”.

La escuela no tiene cursos de Colocación Avanzada, por lo cual Ozzie comenzó a tomar clases en Los Angeles City College hace tres años, entre ellas ciencias de la computación, cálculo y biología, y ya está cerca de tener un título en artes. También ha sido voluntario en una organización sin fines de lucro llamada Peace Over Violence; ha hablado ante varios grupos sobre las personas sin hogar, la intimidación, la violencia y el abuso; y el verano pasado entró en un programa de periodismo en la Universidad de Princeton.

“Quiero comenzar como programador informático”, comentó Ozzie sobre los planes de su carrera, “pero mi objetivo final con la informática es realizar investigaciones sobre inteligencia artificial y aprendizaje automático, para aplicaciones humanísticas. Una vez que me jubile, quiero ser maestro en mi preparatoria y simplemente retribuir, tratar de hacer que los niños se involucren más y se diviertan”.

Ozzie visitó todos los campus de la Universidad Estatal de California a los que solicitó ingreso. Al rechazo de Stanford le siguieron dos más: Princeton y MIT.

Cuando estalló la noticia del escándalo de las admisiones universitarias, con historias de padres adinerados que al parecer sobornaron con grandes sumas para falsificar las calificaciones SAT de sus hijos y comprar así sus ingresos a las mejores universidades, a Ozzie y su madre les preocupó que su arduo trabajo no fuera suficiente para llevarlo a donde quería estar.

No obstante, ingresó a UC San Diego, Cal Poly San Luis Obispo, Fordham y UC Santa Barbara, y luego recibió buenas noticias de una de sus universidades soñadas: UCLA. “Me llenó de alegría”, reconoció Ozzie.

Y todas las aceptaciones le llegaban aún con mejores noticias: le ofrecían becas completas.

Antes de tomar cualquier decisión, Ozzie quería recibir las novedades de UC Berkeley y de dos instituciones de la Ivy League: Dartmouth y Harvard. Y quería investigar más sobre qué escuela ofrecía la mejor combinación posible de informática y artes liberales.

A las 3:30 p.m., el 28 de marzo pasado, fue a la oficina de su consejera. Había llegado el momento de conectarse y revisar los últimos resultados de sus aplicaciones. Bajo la atenta mirada de Kantack -y las plegarias, agrega ella- Oswald verificó primero el resultado en UC Berkeley.

“Decía ‘Felicidades’ y comencé a ver una especie de papel picado en la pantalla. Empecé a gritar ‘¡Vamos!’”, dijo Ozzie, quien abrazó a Kantack.

Ambos estaban demasiado nerviosos para revisar en Harvard y Dartmouth. Ozzie se paseaba por la oficina de su consejera escolar, pensando en el difícil tiempo pasado lejos de su familia; en la generosidad de su tía, que lo había recibido en su apartamento, en todas las horas de estudio y servicio comunitario. Estaba contento con las buenas noticias que ya había recibido, pensó. Su arduo trabajo ya había valido la pena.

Aún así, le temblaban las manos al iniciar sesión para ver la decisión de Harvard. “Traté de mover el cursor y finalmente lo pulsé, todo lo que vi fue ‘Felicidades’, en letras negritas. Me volví loco, me puse de pie, empecé a gritar; creo que nunca he gritado tan fuerte”.

Su primera llamada fue a su madre, quien consiguió ingresar legalmente a EE.UU hace un año, después de mucho tiempo de esperar que llegara el papeleo. Su esposo todavía está esperando la aprobación.

“Comencé a gritar en la parada de autobús”, afirmó Eva Vázquez. “Quería correr, pero tenía que irme a trabajar, estaba llorando en la parada de autobús; la gente me miraba como pensando: “¿Qué le ocurre a esta señora?”.

Pasarían un par de semanas más antes de que Ozzie decidiera ir a Harvard, pero su madre parecía conocer su decisión desde el día mismo en que llamó.

Vázquez todavía seguía llorando cuando llegó a trabajar y su jefe pensó que estaba angustiada. La mujer le explicó lo que había ocurrido antes de tomar su puesto en una caja registradora. El guardia de seguridad de la tienda la vio llorando y le preguntó qué había pasado.

“Le dije ¿Realmente quieres saber? mi hijo ingresó a Harvard’”. Y los clientes comenzaron a aplaudir”.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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