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Casi 80 años atrás, los nazis robaron la pintura de una familia; ahora, un juez de EE.UU. decidirá si deberá devolverse a sus dueños originales

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Durante 25 años, una pintura del maestro impresionista Camille Pissarro fue exhibida en una pared de un museo en España.

Pero, a pesar de comprometerse con acuerdos internacionales que exigen a las naciones que trabajen para devolver las obras de arte saqueadas por el estado nazi, España libró una implacable batalla legal en los tribunales de EE.UU. contra los descendientes de la mujer, Lilly Cassirer, para retener la pieza maestra, valuada en $30 millones de dólares.

La lucha se prolongó por mucho más de una década, mientras los abogados del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, de Madrid, pasaron años tratando de desechar el caso de los tribunales de Estados Unidos, y luego argumentando que el museo es el propietario legítimo de la pintura.

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Claude Cassirer, nieto de Lilly Cassirer, presentó la demanda en 2005, pero murió varios años después. Su hija falleció este 2018, dejando así a su hijo David al frente del caso.

Ahora, un juez federal en Los Ángeles está decidido a fallar acerca de quién tiene el derecho sobre la pintura.

El 4 de diciembre, los abogados de alto perfil del museo y Cassirer comenzarán el juicio ante el juez de distrito de Estados Unidos John F. Walter, en una corte del centro de la ciudad. El magistrado, quien escuchará el caso sin un jurado, deberá interpretar las complejidades de las leyes de propiedad de España para decidir quién es el propietario de la pintura. Cualquiera que sea el lado que prevalezca, casi con seguridad habrá una apelación.

El caso es uno de varios presentados en los tribunales de Estados Unidos por los descendientes estadounidenses de judíos europeos. Tal vez en la batalla legal más conocida, la Corte Suprema de EE.UU. en 2004 dictaminó que Austria no podía usar la inmunidad soberana para evitar una demanda de Maria Altmann, una mujer de Los Ángeles que pretendía la devolución de algunas pinturas de Gustav Klimt valoradas en $150 millones.

A principios de 2018, una corte de apelaciones puso fin a una saga legal de 11 años al confirmar un fallo de Walter en un caso relacionado con pinturas renacentistas de Adán y Eva, robadas por los nazis a un comerciante de arte judío holandés. Walter dictaminó que el Norton Simon Museum, en Pasadena, debía conservar la obra de arte porque el gobierno holandés era el propietario válido cuando vendió las obras.

El juicio actual se desenvuelve mientras las naciones europeas, Estados Unidos y otros en todo el mundo evalúan el esfuerzo desigual para rectificar el daño cultural que el Tercer Reich infligió con su campaña organizada para saquear arte y otros objetos de valor a familias y museos.

A finales de noviembre, para conmemorar el vigésimo aniversario de la firma del primer gran acuerdo internacional sobre la importancia de ubicar el arte saqueado por los nazis y alcanzar rápidamente soluciones “justas e imparciales” con sus propietarios, los expertos se reunieron en Berlín para medir el trabajo que queda.

Stuart E. Eizenstat, asesor del Departamento de Estado en temas de la era del Holocausto y figura destacada en la campaña para devolver el arte saqueado, precisó en un discurso durante la conferencia que, de las aproximadamente 600,000 pinturas que fueron robadas, cerca de 100,000 siguen desaparecidas.

Eizenstat dijo que España fue uno de los pocos países clave que “prácticamente no han hecho ningún esfuerzo por cumplir” los principios del acuerdo, a pesar de haberlo firmado y suscrito sus declaraciones posteriores. Al criticar a España por su obstinación, destacó la negativa de ese país para devolver el Pissarro a la familia Cassirer.

En juego está “Rue Saint-Honoré por la tarde. Efecto de lluvia”, una de una serie de pinturas al óleo que Pissarro hizo de la escena de la calle que veía desde su habitación en un hotel de París, a fines de 1897 y 1898. Poco después de terminarla, Pissarro vendió la pintura, que mide aproximadamente 2.5 pies de alto, al padre de Lilly Cassirer, quien finalmente la legó a su hija.

En 2010, poco antes de su muerte, Claude Cassirer relató en una entrevista con el Times las memorias de su infancia en Berlín, en la década de 1920, cuando su abuela lo crió después de que su madre muriera. El hombre tenía vívidos recuerdos de la pintura de Pissarro colgada en la pared de su salón lujosamente amueblado, donde solía sentarse sobre una espléndida alfombra oriental para jugar con camiones y trenes de madera.

Cuando Adolf Hitler llegó al poder, los miembros de la familia de industriales y coleccionistas de arte huyeron de Alemania. Claude Cassirer se separó de su abuela; se mudó primero con su padre a Praga, en lo que entonces era Checoslovaquia, luego a un internado en Gran Bretaña, donde sus compañeros de clase y maestros confiaban en él para traducir los discursos de Hitler mientras se emitían por radio.

Más tarde, Cassirer se mudó a Francia, pero tuvo que escapar a Marruecos después de que los nazis ocuparan el país, y finalmente se trasladó a Estados Unidos.

Lilly Cassirer fue una de las últimas de la familia que huyó del terror del Holocausto. Mientras intentaba salir de Alemania, un oficial nazi la obligó a entregar la pintura a cambio de la visa que necesitaba. Su hermana, que se quedó allí, fue asesinada más tarde, en el campo de exterminio de Theresienstadt.

Al final de la guerra, Lilly Cassirer se unió a muchos otros judíos y solicitó ayuda de los oficiales aliados que trabajaban para localizar el arte saqueado. La búsqueda de la pintura resultó en nada. Años más tarde, el gobierno alemán le pagó aproximadamente $13,000 como restitución y, después, abandonó la investigación. “Mi abuela nunca supo qué pasó con la pintura”, afirmó Claude Cassirer en 2010.

Cuando Lilly Cassirer murió, dejó los derechos de la obra a Claude. En una casa en las afueras de San Diego, donde el hombre y su esposa se habían retirado, la pareja mantenía una copia del perdido Pissarro en la pared.

Luego, en 2000, Cassirer recibió una llamada de un viejo conocido: la obra había sido encontrada. “Me sentí en shock”, le aseguró a The Times en 2010.

La pintura había terminado en España después de cambiar de manos entre propietarios privados varias veces. En 1976, un comerciante de arte en la ciudad de Nueva York negoció una venta al barón Hans-Heinrich Thyssen-Bornemisza, un coleccionista de arte suizo y descendiente de un imperio de acero alemán. Años más tarde, el gobierno español eligió comprar la colección de arte completa del barón, de cientos de pinturas, por casi $340 millones. El museo madrileño se convirtió en el nuevo hogar del Pissarro.

Cassirer se contactó con las autoridades españolas y solicitó la devolución de la obra. Cuando sus pedidos fueron rechazados, presentó una demanda.

Los abogados del museo intentaron durante años que se desestimara la querella, por el hecho de que la soberanía de España le otorgaba inmunidad frente a dichos procedimientos judiciales en un tribunal de Estados Unidos. Cuando una corte de apelaciones falló lo contrario, el museo intentó una nueva táctica, argumentando que el derecho de la familia a reclamar la obra de arte había expirado. Un magistrado se puso del lado del museo, pero el fallo fue anulado por una corte de apelaciones.

El caso pasó entonces a Walters, quien nuevamente falló a favor del museo en 2016, cuando llegó a la conclusión de que, conforme las peculiaridades de la ley española, dicho país era el propietario legal de la pintura porque el museo la había poseído por un período de tiempo legalmente vinculante y la había exhibido en público. Pero, una vez más, una corte de apelaciones revirtió la decisión y devolvió el caso, preparando así el escenario para un juicio.

La lucha por la pintura ahora depende de la cuestión de si la mancillada procedencia de la obra debería haber sido clara para el barón y los funcionarios españoles.

David Boies, un litigante que, entre otros casos, representó a Al Gore en la lucha por las elecciones presidenciales de 2000 y argumentó en nombre del matrimonio gay ante la Corte Suprema, representa a David Cassirer. En una entrevista, el letrado adelantó que argumentará en el juicio que el hecho de que el barón y los funcionarios españoles no prestaran atención a las pistas que apuntan a la historia de la pintura, fue una “ceguera voluntaria”.

Lo más revelador, remarcó Boies, son los restos de etiquetas en la parte posterior de la pintura, que han sido rasgados o se despegaron con el paso de los años. Una de las etiquetas parciales, que generalmente se colocan para rastrear la propiedad a medida que una pintura cambia de manos, proviene de una galería de arte que el padre de Lilly Cassirer y otro familiar manejaron en Berlín. Boies también destacó los registros de los archivos del barón que, según dijo, muestran que falsificó deliberadamente el lugar donde compró la obra, para ocultar su historia.

Para ganar el caso, Boies deberá convencer al magistrado de que el barón o los funcionarios del museo fueron tan negligentes que, de acuerdo con la ley española, se convierten en cómplices, aunque muy distantes, del robo de la pintura por parte de los nazis.

Mediante una vocera, los abogados del museo declinaron hacer comentarios. Pero en las presentaciones judiciales rechazan las afirmaciones de Boies, alegando que tanto el barón como el museo compraron la pintura de buena fe. Aunque en retrospectiva el pequeño trozo de la etiqueta de la galería podría levantar una bandera roja, los expertos contratados por el museo señalaron en un testimonio escrito que, en el momento en que cada uno la adquirió, no había razón para que el barón o los funcionarios del museo desconfiaran de su pasado o pudieran vincularla con la familia Cassirer.

En su sitio web, el museo, al exponer su caso, señala el hecho de que la pintura se exhibe públicamente como prueba de que no hay nada que ocultar. También afirman que el dinero que Lilly Cassirer aceptó del gobierno alemán terminó con su reclamación sobre la obra, un punto que Boies disputa.

En cuanto a David Cassirer, la oportunidad de presentar el caso de su familia ante un magistrado tardó mucho en llegar. “Hemos esperado tantos años para un juicio; estamos ansiosos de tener nuestro día en el tribunal”, afirmó en un comunicado.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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