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¿California es grande e influyente? Esperemos a que la carrera presidencial esté candente

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Uno por uno, los candidatos presidenciales demócratas que hacen campaña en Iowa muestran su lealtad al etanol, el combustible a base de maíz que mantiene a flote alrededor de 42.000 empleos y sustenta la crucial economía agrícola del estado.

Ese es el poder en bruto que Iowa -donde se realiza la primera prueba de la elección presidencial de 2020- posee en la política estadounidense. Al menos por un tiempo. La mañana después de los caucuses del 3 de febrero, los contendientes quizás nunca vuelvan a mencionar este producto.

Hace muchos años, el fallecido historiador Kevin Starr dijo que la California moderna era “un experimento ecuménico, realizado a un nivel sin precedentes”.

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Ahora, el producto de ese experimento -llevado a cabo durante siglos por misioneros y mineros, dreamers (soñadores) y desamparados, productores de aviones, iPhones y películas de Hollywood- tiene el potencial real de dominar una de las elecciones más importantes de los tiempos modernos.

Porque son los problemas y valores clásicos de California - la inmigración, la atención médica, el comercio y el medio ambiente- los que en gran medida impulsarán este concurso presidencial.

La noción de que una contienda nacional es un referéndum sobre los valores de un estado -o, en otra concepción, una lucha entre la cosmovisión de California y la del presidente Trump- sólo podría surgir en un entorno político en el cual los temas económicos y de política exterior urgentes no dominaran como ocurre actualmente.

En cuanto a las cuestiones económicas, la pobreza, la globalización y la desigualdad de ingresos son, todas ellas, fundamentales para el espíritu actual de California. “Estos son los temas en los que California tiene más conflictos con Trump”, afirmó Bill Carrick, un veterano estratega demócrata con sede en Los Ángeles. “Estamos tan lejos del contacto con este mandatario como nunca antes con cualquier otro presidente. Es sorprendente y ocurre en todo California, en todos los temas”.

Una primaria temprana, el 3 de marzo, y la presencia de candidatos de California, incluida la senadora Kamala Harris y el representante del Área de la Bahía Eric Swalwell, entre las casi dos docenas de candidatos demócratas, sólo sirve para realzar la orientación de California en las elecciones de 2020.

Tal como lo expresó Mark Baldassare, presidente del Instituto de Políticas Públicas de California, una organización sin fines de lucro: “Los temas que están en primer plano en California son los mismos que el país tendrá que enfrentar en los próximos cuatro o cinco años”.

Durante décadas, California ha sido el lugar donde el futuro estadounidense estuvo enfocado por primera vez, gracias a los visionarios que miraron más allá del presente. Los pioneros de la industria cinematográfica, aeroespacial y de la alta tecnología, sí, pero también líderes políticos como los liberales Hiram Johnson y Upton Sinclair, y los conservadores Arthur Laffer y Ronald Reagan.

Esas líneas ideológicas persisten -dominantes en la izquierda pero no del todo inactivas en la derecha- en una California que, más que nunca, parece un terreno independiente.

El estado ostenta la quinta economía más grande del mundo. Su población, de 40 millones de personas, supera la de Canadá. Sólo los 55 votos electorales de California son más de una quinta parte del total requerido para ganar la Casa Blanca, un número que empequeñece a los estados de Michigan, Wisconsin y Pensilvania, así como los eternos campos de batalla que son Florida y Ohio.

Hoy en día, el estado es lo suficientemente grande y poderoso para perseguir sus propias políticas económicas y externas.

Una cuestión clave que distingue a California, y que establece un estándar para el resto del país, es el cambio climático. El estado se comprometió a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero a un 40% por debajo de los niveles de 1990 en menos de una docena de años, aumentando a la vez, drásticamente, la energía renovable y reduciendo la dependencia de los combustibles fósiles.

“Estamos comprometidos a ser el motor principal”, aseveró Bruce Cain, científico político de Stanford y veterano estudiante de California. “Estamos aquí para estar a la delantera y para seguir avanzando siempre, y es un reflejo de nuestras industrias de alta tecnología y de la realidad que las sequías, los incendios y las inundaciones nos han mostrado sobre las consecuencias del cambio climático”.

El lanzamiento del Green New Deal (nuevo tratado verde) del alcalde de Los Ángeles, Eric Garcetti, con su red de transporte de cero emisiones, la eliminación de los popotes de plástico y de los recipientes de comida para llevar de uso único, se hace eco de las iniciativas pioneras. Señaló la primacía de los problemas ambientales en un estado que en 1882 puso fin a las operaciones de minería hidráulica, después de que los agricultores del Valle Central se quejaran de los escombros dañinos, una decisión considerada como un hito en la historia ambiental estadounidense.

“Los californianos se dieron cuenta desde muy temprano que cuidar del entorno requería equilibrar las necesidades e intereses de muchas personas”, afirmó David Festa, vicepresidente sénior de ecosistemas de la sección de California del Fondo de Defensa Ambiental.

Ese proceso -sopesar los intereses en conflicto del crecimiento económico y la protección del medio ambiente- siempre ha sido un desafío, a menudo abordado primero en California y luego en el resto del país. Pocos sectores son tan sensibles a esa tensión como la economía del campo del estado, que representa más producción agrícola (más de $50 mil millones) que la de cualquier otro estado del país.

Más de un tercio de las verduras estadounidenses y dos tercios de las frutas frescas y frutos secos del país se producen en este estado, con exportaciones que recaudan casi $21 mil millones. Esta es un área donde los gravámenes de Trump se han sentido particularmente fuerte; las exportaciones de almendras a China -que las utiliza especialmente en productos de belleza para la piel- han bajado más del 30%.

“Este es un gran problema de California”, aseguró Jamie Johansson, un productor de aceitunas del norte del estado, que dirige la Federación de la Oficina de Agricultura de California. “Estas tasas han tenido un efecto terrible, especialmente para los cítricos y las cerezas. Es un hecho que será un tema [a reflejarse] en la elección”.

Lo mismo ocurrirá con la inmigración, que ha dominado la política de California una y otra vez desde mucho antes de la Fiebre del Oro y la construcción del ferrocarril transcontinental. Hoy en día, los inmigrantes representan más de un tercio de la fuerza laboral civil y no gubernamental del estado; más de dos tercios de sus trabajadores agrícolas; cuatro quintas partes de sus amas de casa y nueve décimas partes de sus operadores de máquinas de coser.

“No es un problema especulativo en este estado”, expuso Víctor Narro, profesor en el programa de estudios laborales en UCLA. “Es un verdadero problema social y cultural, que ataca el corazón de lo que el estado es, y de lo que será el país”.

Mientras Trump sigue abogando por la derogación de la Ley de Cuidados de Salud Asequibles, la atención médica permanece como un problema político importante en California, que en el marco de Obamacare redujo la tasa de personas sin seguro médico a más de la mitad, del 17% al 7%, más que cualquier otro estado. “Más allá de la etiqueta, a Obamacare generalmente se le respalda y ratifica aquí”, consideró Peter Lee, director ejecutivo de Covered California, el mercado de seguros de salud para el estado.

La mayoría de los votantes de California tienen más probabilidades de apoyar una ampliación para Obamacare que un reemplazo. “Este es un estado muy azul, lleno de demócratas y de minorías, para quienes la salud es un tema importante”, indicó Drew Altman, presidente de Kaiser Family Foundation, con sede en San Francisco, que estudia temas relacionados con la atención médica.

La norma impositiva de Trump también recibirá una atención sustancial, especialmente en California, donde los contribuyentes descubrieron esta primavera, desafortunadamente, una de las características principales de la ley, el tope federal de $10.000 aplicado a la deducción de impuestos estatales y locales. La carga fiscal estatal y local promedio en California es de $18.438, según un estudio de Pew Foundation, lo cual hace que el impacto sea particularmente oneroso. “Esto nos pareció un acto de pura maldad”, expresó Carrick, el asesor demócrata.

Otra parte notable del cálculo político de 2020 es el mayor papel que California podría jugar en la selección del oponente de Trump. Este es un resultado directo de adelantar las primarias de California desde junio -final de la temporada primaria- al 3 de marzo, después de que los cuatro estados principales -Iowa, New Hampshire, Nevada y Carolina del Sur- voten.

Por supuesto, no todos tienen una alta estima por California y su marca de liberalismo clásico de la costa oeste. La influencia del estado -en virtud de su tamaño, su posición en el calendario principal y quizás si el candidato presidencial o a la vicepresidencia es californiano- podría ser preocupante para los demócratas si es visto como una inclinación del partido demasiado hacia la izquierda.

“Los demócratas están en medio de una discusión sobre quiénes son, y una de las opciones es ser un partido de California, con puntos de vista de California”, expuso Dennis Goldford, politólogo de la Universidad de Drake en Des Moines. “Todos los temas que funcionan para una gran parte de los demócratas son aquellos que realmente resuenan en California”, continuó. “Pero deben tener cuidado, porque al ser un partido de California se arriesgan a alienar a los votantes del medio oeste, con quienes ya no contaron la última vez”.

Thad Kousser, quien enseña ciencias políticas en UC San Diego, concuerda. “Si los demócratas ven esta elección como una opción entre California y Donald Trump, corren el riesgo de ganar sólo estados como California”, advirtió, “y los estados ganadores como California no son suficientes mientras tengamos un colegio electoral”.

Shribman es corresponsal especial.

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