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Antes fue considerado como una amenaza política, ahora López Obrador es el niño mimado de México

En la Ciudad de México, Andrés Manuel López Obrador saluda desde su sedán Volkswagen.
En la Ciudad de México, Andrés Manuel López Obrador saluda desde su sedán Volkswagen.
(Jorge Núñez / EPA-Shutterstock)
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En poco más de una semana ha pasado de ser considerado como una amenaza a la estabilidad y la encarnación mexicana del difunto líder venezolano Hugo Chávez, a ser el niño mimado de México.

El recién electo presidente Andrés Manuel López Obrador disfruta de una luna de miel singular y exuberante, aunque no asume el cargo hasta el 1 de diciembre.

Desde el día de las elecciones, un “festival de amor público” ha envuelto al hombre conocido como AMLO, por sus iniciales, o El Peje, en honor a un pez de agua dulce nativo del estado sureño de Tabasco, el hogar subtropical del nuevo presidente.

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Sus rivales lo han abrazado; el actual presidente, Enrique Peña Nieto, lo ha recibido en el Palacio Nacional; los líderes empresariales han exaltado su mensaje de moderación y sus seguidores han celebrado su estilo relajado.

En las redes sociales, hashtags como #AMLOVE han creado tendencia, lo que refleja un tipo de euforia colectiva que normalmente no está asociada con los políticos mexicanos.

Una escena que se repite casi a diario en la televisión son las imágenes de partidarios buscando fotos con el próximo presidente de México, mientras el veterano político de 64 años de edad, con cabello plateado, muestra una amplia sonrisa, a menudo desde el asiento del pasajero de su Volkswagen sedán blanco que lo transporta por la ciudad.

En solo días, López Obrador ha suavizado la imagen de los presidentes mexicanos como líderes distantes y lejanos que disfrutan de una formalidad imperiosa.

“López Obrador, superestrella”, fue el titular de una columna el domingo en el periódico Milenio de México, una publicación que anteriormente no había expresado su apoyo hacia el presidente electo de México.

“La guerra no estalló”, escribió el columnista de Milenio, Álvaro Cueva, refiriéndose a las secuelas de las elecciones nacionales del 1 de julio. “El peso no se devaluó y no nos convertimos en Venezuela. En contraste, Andrés Manuel López Obrador ganó las elecciones el domingo pasado y comenzó uno de los períodos más peculiares en la historia de nuestro país, un período de paz, de armonía, de esperanza”.

Ha sido un cambio extraordinario para un contendiente presidencial que había perdido las elecciones en dos ocasiones, que había sido ridiculizado durante mucho tiempo como un perdedor, un mal encarado y un radical cuyo deseo de “transformar” a México fue calificado como un populismo de izquierda.

Incluso el presidente de Estados Unidos, Trump, que no podría ser más distinto de López Obrador en estilo e ideología, ha intercambiado palabras cálidas con el nuevo presidente de México. López Obrador dijo que planeaba extender una invitación a la ceremonia de toma de posesión a Trump, cuyo menosprecio hacia México y los mexicanos se ha ganado una animosidad generalizada aquí.

Hasta cierto punto, el nuevo presidente de México se hizo eco de las opiniones de Trump sobre la inmigración ilegal mexicana, prometiendo que trataría de mejorar las oportunidades de trabajo en el país para que sus compatriotas no tuvieran que emigrar. También prometió trabajar para un Tratado de Libre Comercio de América del Norte renovado, el acuerdo comercial entre los Estados Unidos, México y Canadá que actualmente se está renegociando.

“Los mexicanos van a poder trabajar y sentirse felices en donde nacieron, en donde están sus familias, sus costumbres, sus culturas”, prometió López Obrador, quien se desempeñó como alcalde de la Ciudad de México de 2000 a 2005.

El mantra del nuevo presidente de “No voy a cambiar hasta que me muera”, ha jugado en marcado contraste con el estilo acartonado de Peña Nieto. Sus declaraciones improvisadas y su enfoque casual han proporcionado un sorprendente contraste con el presidente actual, quien se ha esmerado en las apariencias coreográficas.

México parece estar cambiando de un presidente preocupado de que pueda decir algo equivocado a un líder que, como Trump, disfruta haciendo discursos espontáneos.

En sus comentarios, López Obrador no se ha retractado de sus grandiosas promesas de un cambio “radical” y de una “transformación” generalizada de la sociedad mexicana, pero parece haber abandonado el estilo evangélico, presente durante años en una campaña aparentemente interminable.

Notablemente ausentes a principios de julio, estuvieron las estridentes denuncias de la “mafia del poder”, el círculo político de élite que López Obrador ha acusado de gobernar el país a favor de sus propios intereses.

“No lo defraudaré”, prometió en su discurso de victoria en el Zócalo, la plaza central de la Ciudad de México.

“¿Qué le digo a la gente?”, preguntó López Obrador cuando otro enjambre de reporteros lo asedió en la sede de su partido. “¡Que nos amamos! Es amor recíproco”.

AMLO ha evitado los detalles de seguridad, prometió viajar en aerolíneas comerciales en lugar de aviones del gobierno, prometió no vivir en la suntuosa residencia presidencial y dijo que solo recibiría la mitad del salario de su predecesor. Su promesa de austeridad ha resonado.

Respecto a su administración, López Obrador dijo, “habrá abrazos, no balas”.

Una propuesta polémica para proporcionar amnistía a los delincuentes se aplicará solo a los jóvenes, mujeres y otras personas obligadas a delinquir con el crimen organizado, no a delincuentes condenados por crímenes violentos, prometieron miembros de su equipo de transición.

Los temores de un colapso del peso mexicano han resultado fugaces hasta ahora. La moneda nacional experimentó uno de sus mayores aumentos en años, en los días posteriores a la elección de López Obrador, gracias en parte a una caída en el valor del dólar estadounidense. La clase rica de México y los mercados internacionales dieron un suspiro colectivo de alivio, ya que López Obrador ha prometido no interferir en asuntos fiscales y respetar la propiedad privada, las inversiones y el “estado de derecho”.

El 8 de julio, el Instituto Nacional Electoral confirmó la victoria de más de 30 puntos de Obrador, el mayor margen ganador para un contendiente presidencial desde el apogeo del Partido Revolucionario Institucional (PRI), del cual López Obrador y otras figuras de izquierda se separaron a fines de la década de 1980. López Obrador prevaleció en la Ciudad de México y en todos menos uno de los 31 estados de México, y su partido político y sus aliados estaban en camino hacia la mayoría en ambas cámaras del Congreso de México.

Por supuesto, no todo será fácil una vez que López Obrador asuma la presidencia para su mandato de seis años. Aún no se sabe con certeza si la desacelerada economía de México mejorará o se hundirá aún más, especialmente cuando persisten las dudas sobre el régimen de libre comercio con Estados Unidos, destino de casi el 80% de las exportaciones de México.

Muchos se muestran escépticos respecto al financiamiento de la amplia agenda social, que incluye nuevas pensiones para personas mayores y discapacitadas, becas para estudiantes, además de sistemas de salud y educación más amplios. La propuesta de Lopez Obrador es que se podrán financiar esos programas con los ahorros generados con las drásticas medidas contra la corrupción. Sin embargo algunos de sus aliados políticos de alto perfil han estado vinculados en el pasado con escándalos de corrupción y el fraude electoral.

Otros se preguntaban si es prudente que un presidente moderno en una nación plagada de violencia se quede sin un cuerpo de seguridad profesional. El sedán de López Obrador generalmente es seguido por una o dos motocicletas policiales y un enjambre de equipos de noticias en motocicletas.

Pero, por el momento, las predicciones dudosas sobre el futuro gobierno de López Obrador se silencian a medida que el presidente electo continúa su arrolladora presencia en las calles de la capital.

“No habrá divorcio... este será un gobierno para la gente y con la gente”, dijo López Obrador. “Estoy muy consciente de mi responsabilidad histórica. No quiero pasar a la historia como un mal presidente”.

Cecilia Sánchez, de la oficina de The Times en Ciudad de México contribuyó a este informe.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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