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A este reparador de máquinas de escribir le dijeron que llegaba la era de las computadoras; veinte años después, sigue trabajando

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Hace veinte años, a Martín Quezada le dijeron que el final estaba cerca. El sol se ponía sobre las máquinas de escribir. Las computadoras comenzaban su imperio.

Veinte años después, la tienda de Quezada, International Office Machines, en San Gabriel, todavía funciona. Hubo una recesión, pero eso no derrotó a Quezada, ahora de 61 años, quien mantuvo sus puertas abiertas.

Tenía clientes leales: propietarios de pequeñas empresas que no querían cambiar sus rutinas, jubilados que no deseaban —o no podían— aprender a usar una computadora. También se ramificó en copiadoras e impresoras. Aguantó.

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Luego, los jóvenes se interesaron por las máquinas de escribir antiguas. Un grupo de poetas callejeros le llevó a Quezada varias para reparar; las empleaban para escribir poesía a pedido de los transeúntes. “En el muelle de Santa Mónica y en Seal Beach; esos lugares de moda”, contó él.

SAN GABRIEL, CA -- JANUARY 04, 2018: Martin Quezada repairs typewriters at his International Office Machines shop in San Gabriel. A renewed interest in typewriters, especially among the younger people and street poets, has slowly brought in a few more machines for repair or refurbishing. (Myung J. Chun / Los Angeles Times)
(Myung J. Chun / Los Angeles Times)

La gente le pide que arregle las viejas máquinas de escribir que compran por internet. A veces, él mismo las adquiere en tiendas de segunda mano y mercadillos. Recientemente encontró una Underwood de la década de 1940, en una venta de garaje.

En su taller de trastienda en una tarde reciente, Quezada sacó un puñado de cintas secas de la máquina, de 70 años de antigüedad. Retiró el rodillo portapapel con forma de perno giratorio y colocó los pequeños resortes en su lugar, con instrumentos en forma de gancho que se asemejan a herramientas dentales.

Si no hubiera un reportero presente, dijo, hablaría con la máquina de escribir, le expresaría su frustración por las meticulosas entrañas. “Le digo algunas cosas a las máquinas. Creo que ayuda, cuando les dejo saber cómo me siento”.

Pero la admiración de Quezada por la máquina es clara. La Underwood y las de su tipo “son como Mercedes, como Rolls Royce”, comparó. Pertenecen a una era antes de la obsolescencia planificada, cuando las personas no reemplazaban, sino que reparaban lo que poseían.

A diferencia del pager, el organizador personal PDA, el disquete y la videograbadora, la máquina de escribir se ha escapado de la gran cantidad de aparatos que ya no están en uso. El motivo, según Steve Soboroff, presidente de la Comisión de Policía de Los Ángeles y coleccionista de estos artículos, es que su ritmo lento es meditativo, no es frustrante, y conforma un ejercicio de reflexión más cercano al grabado que a la escritura en una computadora.

“En un mundo demasiado rápido y demasiado fácil, una máquina de escribir te frena”, expuso. “Si escribes una palabra mal, está mal. Si te pierdes un espacio, te lo perdiste. Eso es atractivo para la gente ahora”.

SAN GABRIEL, CA -- JANUARY 04, 2018: Martin Quezada repairs typewriters at his International Office Machines shop in San Gabriel. A renewed interest in typewriters, especially among the younger people and street poets, has slowly brought in a few more machines for repair or refurbishing. (Myung J. Chun / Los Angeles Times)
(Myung J. Chun / Los Angeles Times)

Y una carta escrita a máquina no es un claroscuro en una pantalla de computadora, sino una ‘cosa’, explicó Soboroff; una expresión física de pensamiento, cuidado y cortesía. Le dice a su destinatario: eres merecedor del tiempo que tomó escribir esto para ti.

Si Soboroff solicita donaciones para una causa benéfica, redacta la propuesta en una de sus máquinas de escribir. Tal vez la Royal Model P, de 1932, que alguna vez fue de Ernest Hemingway, o la Corona Junior de 1936, utilizada por Tennessee Williams.

“Si envío una carta escrita a máquina, obtengo una tasa de retorno del 70 por ciento. Si la envío en computadora, es alrededor del tres por ciento”, dijo. “Es increíble. Si quiero una respuesta, escribo a máquina”.

Ello equivale a decir que la máquina de escribir no es un dispositivo sin encanto, ni alma. En Hollywood, trascendió la fama de ser una cosa para convertirse en casi un personaje: en películas, desde “The Shining” —”All work and no play makes Jack a dull boy” (Solo trabajo y nada de diversión hacen de Jack un chico aburrido)— y “All the President’s Men” hasta “Schindler’s List”. En la adaptación de la novela “Misery”, de Stephen King, la máquina de escribir es, literalmente, una herramienta de salvación, utilizada para matar a la villana.

Richard Polt, profesor de filosofía en la Universidad Xavier y dueño de 300 máquinas de escribir, expresó que el uso performativo de las máquinas ayudó a estimular su renacimiento.

Los “mecanógrafos callejeros”, como la clientela poética de Quezada, se hicieron populares en Nueva Orleans y se han extendido por todo Estados Unidos, resaltó Polt. Las “reuniones de letras”, encuentros de propietarios de máquinas de escribir en cafeterías y pubs, son “muy divertidas”, agregó, al igual que las fiestas de escrituras de cartas.

“Hay un amor irracional e inmediato de la cosa”, afirmó Polt sobre la máquina de escribir, “como un instrumento musical, que te invita a crear una infinidad de cosas”.

Reformada, engrasada y pulida, Quezada estima que la Underwood podría venderse en $600.

El interés en las máquinas de escribir puede haberse reavivado, pero no es suficiente para compensar lo que Quezada perdió cuando estas quedaron fuera de uso, a fines de los años 1990. Trabajar con la curiosidad no sustituye los contratos con empresas y distritos escolares, clientes que mantuvieron su negocio durante décadas.

Cuando Quezada dejó su casa mexicana en Chihuahua, en 1987, para reunirse con su hermana en San Gabriel, la tienda que ella tenía con su esposo —un inmigrante italiano que reparaba máquinas de escribir cuando era niño, en Salerno— tenía contratos de servicio con los distritos escolares de San Gabriel, El Monte, Whittier y Alhambra.

En el verano, cuando los estudiantes no estaban y las escuelas querían reparar las aulas llenas de máquinas de escribir, la tienda tenía tanto trabajo que contrataba empleados temporales, relató Quezada.

“Alrededor de 1980, cada pequeña ciudad tenía una tienda que reparaba y vendía máquinas de escribir. Por entonces, se esperaba que una máquina necesitara revisiones y reparaciones, y su duración se estimaba en 20, 30 años”.

Quezada se hizo cargo de la tienda a mediados de los 1990. No pasó mucho tiempo antes de que las computadoras sustituyeran las máquinas de escribir. A pesar de mantenerse a flote, la actividad es cada vez más débil, a pesar del nuevo interés.

Pero ¿qué otra cosa puede hacer? Además, siente que su trabajo tiene importancia, más allá de que le proporciona un medio de vida. Aquellos que acuden a su tienda, para comprar o reparar una máquina, necesitan de su ayuda para comunicarse.

“Al igual que los poetas, quieren comunicar cómo se sienten. Es importante”, dijo. “O personas mayores que ya no pueden escribir. Tengo clientes muy mayores; ellos me cuentan que necesitan escribir algo y que no pueden sostener un bolígrafo ni usar una computadora”.

Quezada lleva la vieja Underwood afuera, satisfecho de que sus entrañas funcionen. Se esta poniendo el sol. Rocía la máquina con WD-40 y la limpia con un cepillo de dientes. Debajo de las cerdas ennegrecidas, mientras la luz del día se desvanece, ésta comienza a brillar.

SAN GABRIEL, CA -- JANUARY 04, 2018: Martin Quezada repairs typewriters at his International Office Machines shop in San Gabriel. A renewed interest in typewriters, especially among the younger people and street poets, has slowly brought in a few more machines for repair or refurbishing. (Myung J. Chun / Los Angeles Times)
(Myung J. Chun / Los Angeles Times)

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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