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Legalizar la marihuana, una pregunta difícil para quienes han visto de cerca una adicción

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“Yo he desperdiciado más de lo que tú has fumado”, se jactaba mi cuñado, llamémoslo Marty, ante mi esposo, en las últimas instancias de su adicción.

Una medida para legalizar la marihuana recreativa está a punto de aparecer en la boleta electoral de California, en noviembre próximo. Marty hubiera estado encantado con ello; sólo que no se molestaba mucho por ir a votar.

Mi voto también habría sido una obviedad hace algunos años. Legalizarla, gravarla, hacerla más segura, hubiera dicho por entonces, cuando me sentía más segura de todo, cuando veía la adicción como una falta de autodisciplina y una debilidad personal. Nunca soñé que algo así podía acabar con toda una familia.

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Durante la década de 1990, mi marido ayudó a su hermano mayor a mudarse en varias ocasiones. Él cargaba las cosas de Marty en nuestra pequeña camioneta familiar, siempre tarde en la noche, y transportaba todo hacia un nuevo lugar, al este de Hollywood o en Echo Park. Los vecindarios eran cada vez más sospechosos; cada departamento era más pequeño que el anterior. En el camino, Marty siempre le pedía que compartiera un cigarro de marihuana con él.

Marty era un artista brillante, que podía conseguir cualquier toma con su cámara; un favorito de los directores que no tenían ganas de perder el tiempo. Durante años, me frustraba que él no pudiera encaminarse. Incluso le pedimos que sea el padrino de nuestra hija, con la esperanza de que eso le hiciera ver cuánto creíamos en él y comenzara a cambiar. El día del bautismo apareció borracho, riendo y dando tumbos por el altar, en una soleada mañana de domingo. El cura le dio una palmada en el hombro y le dijo: “Tómalo con calma hoy, amigo”.

Enseñamos a nuestros tres hijos a amar a su tío, pero a no repetir sus elecciones. Parecía tan obvio. Sobrio, él era un ser amable, generoso y un narrador hilarante. Una vez contó que en un rodaje terriblemente aburrido lanzó serpientes inofensivas en el hotel donde se alojaban los actores, a modo de broma. Hubo una gran histeria, los actores huyeron, y él y el resto del equipo se quedaron con las mejores habitaciones. La historia lo hizo llorar de la risa, y a sus oyentes también.

Pero cuando bebía o usaba drogas se volvía malvado, y el menor derrame causado por un niño o un cuchillo sin filo en la mesa podían provocar en él una explosión y una lista de reclamos por cosas mal hechas.

Durante una de las diatribas de Marty en una cena, mi suegra consoló a nuestro hijo más pequeño diciendo: “No nos prestes atención a todos nosotros; estamos practicando para una obra de teatro”.

Cuando nuestro hijo mayor estaba en quinto grado, escribió un ensayo para el programa “D.A.R.E.” acerca de Marty. Yo también escribí una obra para plasmar mi propia rabia. En ella, el personaje que representaba a Marty se ahogaba durante el Día de Acción de Gracias con el hueso de la suerte del pavo, y nadie en la agotada familia llamaba al 911. Después caía el telón. Estaba bien ver morir a mi incorregible cuñado noche tras noche, en el escenario. Marty nunca se enteró de ello; él no iba a ver mis obras.

Nos sentimos aliviados cuando, finalmente, empacó todo y se mudó de regreso a Tennessee, dejando docenas de cajas en el garaje de mi casa, durante años. También reconocimos el daño que Marty se había hecho a sí mismo y a otros al beber y drogarse, lo cual supuestamente nos había inoculado para no repetir sus errores.

Cuando la adicción clavó sus garras en nuestro hijo, ya adulto, las señales fueron inicialmente sutiles, por lo tanto él negaba todo. Demasiado alcohol en una fiesta; la pipa que descubrió el perro y la que apareció escondida en el garaje -y la repetida frase: “¡No es mía!”-. Luego llegó la detención por conducir bajo la influencia (DUI, por sus siglas en inglés), seguida de la destrucción total del auto y la evidencia de drogas peligrosas. Y había todo tipo de excusas, que yo traté de creer, porque esto no podía ocurrir en mi familia.

Estúpidamente, me veía como una especie de domadora de leones, capaz de azotar la enfermedad de la adicción y devolverle una vida sana y radiante a nuestro brillante niño. Pero, en ciertos días, sólo quería morirme. Me metía en la cama e imaginaba que el océano se levantaba sobre mí, con las olas rompiendo sobre mis sábanas y tragándome entera.

Eventualmente encontré ayuda en reuniones y terapia familiar. Al comienzo, iba para aprender a solucionar todo, pero no podía parar de llorar en cada sesión. A medida que pasaban los meses y escuchaba otras historias, abandoné la ilusión de que podía controlar el caos. Yo quería tener paz, quería volver a tener conversaciones que no fueran sobre salvar a alguien, quería recuperar mi vida.

Cuando la gente me pregunta qué pienso acerca de la legalización de la marihuana con fines recreativos, no tengo una respuesta directa y rápida. En un mundo perfecto, todos los bebedores serían responsables y manejarían su comportamiento. La idea de un acceso más fácil a una droga me llena de pavor. Sí, la adicción es la adicción, ya sea alcohol, o marihuana, o heroína, y si uno está ‘cableado’ para ello, usará esas sustancias así sean legales o no.

¿La legalización hará que más personas sean adictas? Probablemente. ¿Y los ingresos provenientes de la legalización podrían apoyar una mejor educación del tema y centros de rehabilitación asequibles? Sí, por favor.

He visto a los familiares de adictos, destrozados. He visto el dolor de la gente que piensa que es su culpa (Dios sabe que me apoyo en una copa de vino, o dos, para calmar el dolor y la obsesión con mi hijo, quien asegura estar bien y limpio de drogas en esos mismos vecindarios donde solía vivir el ‘Tío Marty’).

También he visto la paz en las caras de quienes han dejado de juzgar. Quizás la legalización es el máximo acto de dejar de juzgar, de ocuparnos de nuestros propios asuntos… No lo sé.

Marty amaba Hawái, por lo tanto su funeral fue con motivos hawaianos, en una calurosa noche, en un patio trasero de Tennessee, con un bar abierto. De postre hubo un pastel con forma de cerdito, que requirió seis cajas de mezcla, fue esculpido por algunos de sus 12 hermanos y glaseado con jarabe de melaza, caramelo y piña. Los temperamentos artísticos tomaron la cocina, pero finalmente se sirvió el pastel de cerdo con una manzana en la boca, y todos lo devoraron junto con la barbacoa, al son de la música gospel, en un funeral polvoriento donde la familia se reunió para llorar, cantar y celebrar a un querido hermano e hijo.

Una vez, un pájaro rojo aterrizó sobre Marty, que era amable con los animales. Él dejaba que nuestros hijos alimenten a sus iguanas, llamadas ‘Bumpy Uno’ y ‘Bumpy Dos’. Nuestros perros lo amaban. Pero yo tomé como algo personal todo lo que Marty dijo o hizo, y lo juzgué, porque no lo entendía. Ojalá hubiera sido una cuñada más amable, en lugar de alguien que señalaba sus defectos y contaba sus insultos. Ahora intento ser esa persona que me hubiera gustado ser con Marty. Y esa persona tiene mucho para considerar cuando piensa en la posible legalización de la marihuana.

Kerry Madden divide su tiempo entre Los Ángeles y Birmingham, Alabama, donde es directora de escritura creativa de la Universidad de Alabama-Birmingham. Su próximo libro, “Ernestine’s Milky Way”, será publicado en 2018.

Si quieres leer el artículo en inglés haga clic aquí.

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