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#ProblemasDeMilenios: mi papá interrumpió mi primer beso

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Nos sentamos en el tránsito, después de tomar la tonta decisión de conducir hasta el Observatorio Griffith Park a las 6 p.m. un jueves. Nada como una cuota de enamoramiento para confundir la mente de una chica y hacer que se olvide el tráfico de hora pico.

Era nuestra segunda cita, un momento crucial en los primeros pasos de una relación. Esa noche sería cuando traspasaríamos preguntas como “¿Cuál es tu película favorita?” y “¿También te gusta Disneyland?”. Si todo iba bien, esa noche sería nuestro primer beso. ¿Volarían chispas? ¿O esta relación terminaría en un aterrizaje forzoso?

Las citas a los 20 años no son un picnic; están plagadas de encuentros, falta de ingresos y la posibilidad de que uno de los dos aún viva en la casa paterna (#ProblemasDeLosMilenios). Pero son aún más difíciles cuando vives en la ciudad de Los Ángeles, constantemente bombardeada por ejemplos de matrimonios que duran 72 días y el concepto de la esposa-trofeo. Uno desarrolla la creencia de que ‘para siempre’ es fugaz, y que el compromiso significa seis meses.

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Sin embargo, sentada junto a Mark en su Toyota sin aire acondicionado, con el sudor acumulándose en mi frente, bromeando y compartiendo historias de nuestro pasado, realmente esperaba que ese día terminara con fuegos artificiales.

Nos conocimos en línea cuando decidí embarcarme en el pujante tren de aplicaciones para citas de mi generación. Cínica y con una ruptura reciente, pensé que si seleccionaba de antemano posibles candidatos podría pasar por alto a los locos y los buscadores de ‘sólo una noche’. En mi primera semana online, Mark me envió un mensaje. La conversación era fácil entre ambos y, antes de darme cuenta, me pidió una cita.

Nuestro primer encuentro estuvo lejos de ser perfecto. A los pocos minutos pensé que Mark hablaba con acento británico (era un impedimento del habla). En la cena, él estaba tan nervioso que apenas probó la comida, mientras yo devoré mi plato de pastas, lo cual me hizo sentir como un cerdito. Debería haber pensado mejor. Esto es Los Ángeles: ¡Ensalada! ¡Ensalada! ¡Ensalada!

Después descubrimos que la película que esperábamos ver luego de la cena no se proyectaba en el cine que habíamos elegido. Y mi padre no paraba de llamarme y enviarme mensajes de texto para ver cómo estaba todo. Él cree que, cuando conoces a alguien online terminarás en una zanja y boca abajo. Pero, a pesar de todas las torpezas, las interrupciones de la familia y nuestros intentos de localizar un cine con horarios que se adapten a nuestros planes, lo pasamos genial. Cuando Mark me pidió volver a vernos, desde luego le dije que sí.

El observatorio estaba lleno de gente y tuvimos que estacionar cerca de la parte inferior de la colina. Yo llevaba un vestido de verano y sandalias -típica moda angelina- y temí emprender la marcha hacia el planetario. La mayor parte del recorrido implicó caminar por un reguero de suciedad a través de arbustos y desechos varios.

Estuve a punto de tropezar con una pipa que sobresalía del suelo, me raspé las piernas con hierbas espinosas y las pequeñas rocas saltaban dentro de mis zapatos. Cualquiera que pudiera borrar mi torpeza con una risa en lugar de decir qué poco apropiada era mi vestimenta era un buen chico. Y eso precisamente era Mark.

Él me contó acerca de las aventuras nocturnas que había tenido con sus amigos en Hollywood y yo describí mi verano tocando la guitarra en el Promenade de Third Street, en Santa Mónica. Cuando llegamos a la cima de la colina, sentí que nos conocíamos hace meses en lugar de apenas un par de semanas. Definitivamente habíamos superado el umbral de nuestras películas favoritas.

Nos hicimos bromas ingeniosas en salas con estrellas y nubes, nos maravillamos con los telescopios y nos tomamos de la mano durante el espectáculo en la cúpula del planetario. Después de una noche literalmente mágica entre las estrellas, Mark me llevó a casa. De pie en la puerta de mi hogar, el suspenso me inquietaba. Este sería el momento de saber si habría chispas entre ambos, el momento del beso.

Pero, como dije antes, las citas cuanto tienes 20 años pueden ser difíciles porque uno de los dos aún puede vivir en casa de los padres. Y ésa era yo. Perdida en el abrazo de Mark y en sus ojos azules, sentí que se inclinaba hacia mí. Entonces escuché a mi padre: “Allison, ¿eres tú?”.

La voz de un padre es casi como una ducha fría. Nos separamos y el beso que se dirigía hacia mí se quedó en los labios de Mark. Sin que el incidente lo perturbara, me pidió una nueva cita. En esa tercera fecha, en el muelle de Santa Mónica, finalmente compartimos nuestro primer beso, y poco más de un año después las chispas aún vuelan.

Nada ha sido perfecto. Todavía nos topamos con situaciones divertidas, como llegar a la playa cuando empieza a llover, perdernos en el Metro o visitar por accidente un santuario de culto pensando que era una atracción turística. Pero son esos momentos incómodos los que más valoro; son buenas anécdotas, nos proporcionan recuerdos y nos unen como pareja. En la capital mundial del entretenimiento, nunca se sabe dónde te llevará la noche.

Si desea leer la nota en inglés, haga clic aquí.

Traducción: Valeria Agis

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