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¿Palabras que matan?: Michelle Carter enfrenta un juicio por instar a su novio de 18 años a quitarse la vida

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¿Pueden matar las palabras?

Esa es la esencia de una decisión que enfrenta el juez Lawrence Moniz, de Massachusetts, en un emblemático caso de homicidio contra una joven mujer que instó a su novio, de 18 años, a suicidarse.

Michelle Carter era una problemática una estudiante de preparatoria cuando envió a su novio deprimido, Conrad Roy III, una avalancha de mensajes que lo menospreciaban por no tener el valor de suicidarse. “Siempre dices que lo vas a hacer, pero nunca lo haces”, escribió.

Finalmente, el joven lo hizo.

En julio de 2014, siguiendo su consejo de “sólo estaciona tu coche, siéntate allí y te tomará 20 minutos”, Roy bombeó monóxido de carbono en la cabina de su camioneta, en el estacionamiento de un Kmart. En un momento, cuando salió del vehículo, asustado y ya mareado de inhalar el veneno, Carter le ordenó regresar a su interior.

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El juez comenzó sus deliberaciones el miércoles y afirmó que llegará a una decisión en breve. Carter se enfrenta a 20 años de prisión si es condenada por homicidio involuntario.

Fue un juicio inusual, breve y directo, ya que Carter renunció a su derecho de contar con un jurado. Los procedimientos en el Tribunal de Menores de Bristol, que duraron sólo una semana, fueron transmitidos en vivo.

Hay poca disputa sobre la evidencia del caso. Las comunicaciones están conservadas en forma de miles de páginas de capturas de pantalla con mensajes de texto que ponen al descubierto -aun con errores tipográficos- las crudas emociones de la joven pareja. Ambos tenían antecedentes de enfermedad psiquiátrica. Roy había intentado suicidarse cuatro veces antes, y Carter había tenido anorexia y se había infligido heridas.

Ambos se conocieron durante unas vacaciones en Florida, en 2012, y aunque vivían cerca de una hora de distancia uno del otro, su relación se concretaba mayormente por mensajes de texto. Así, discutieron la posibilidad de morir juntos en un pacto al estilo “Romeo y Julieta”.

Carter envió a Roy su investigación sobre varios métodos para suicidarse, entre ellos uno en el cual debía montar un generador al coche para suicidarse con monóxido de carbono. Cuando el joven tuvo problemas para hallar el generador, le ofreció sugerencias: “Cuélgate, salta de un edificio, apuñálate, hay muchas maneras”.

Carter, ahora de 20 años, una joven rubia con el ceño fruncido y quien estuvo al borde del llanto en todo el juicio, no subió al estrado. En cambio, la defensa se basó en gran medida en el testimonio de un polémico psiquiatra, Peter Breggin, crítico de la industria farmacéutica y autor de

“Talking Back to Prozac”, quien testificó que Carter estaba “involuntariamente intoxicada” y “enredada en la ilusión” por un medicamento antidepresivo, Celexa, que había comenzado a tomar antes de la muerte de Roy, y que la había convencido de que el joven estaría mejor muerto. “Finalmente estarás feliz en el cielo”, le escribió. “No más dolor. No más malos pensamientos y preocupaciones; serás libre”.

Dos años antes, la defensa argumentó, Carter había instado a Roy a que buscara ayuda psiquiátrica y le había suplicado que no se se quitara la vida. “Tienes tanto por que vivir, por favor no lo hagas”, le escribió en Facebook en 2012.

Joseph Cataldo, el abogado defensor, argumentó: “Conrad Roy estaba dispuesto a suicidarse hace años”, dijo. “Era su idea quitarse la vida; no la de Michelle Carter. Esto fue un suicidio, triste y trágico, pero no un homicidio”.

Los fiscales retrataron a Carter como una novia manipuladora y sedienta de atención, quien pensó que el suicidio de Roy la pondría en el rol de la novia afligida y mejoraría su estatus social en la preparatoria. “La acusada necesitaba algo con que llamar la atención”, aseguró Maryclare Flynn, fiscal adjunta de distrito, durante los testimonios de apertura del juicio. “Ella usó a Conrad como un peón en su enfermizo juego de vida y muerte”.

Aunque los testimonios acerca de la vida secreta de los adolescentes despertaron mucho interés y hasta lascivia, las cuestiones jurídicas subyacentes tienen implicaciones para futuros casos sobre la libertad de expresión y el suicidio asistido.

A diferencia de otros 40 estados, Massachusetts no tiene ninguna ley contra el suicidio asistido, y la acusación parece ir más allá del alcance de la ley existente, explicó Sharon Beckman, profesora de derecho en Boston College.

Si desea leer la nota en inglés, haga clic aquí.

Traducción: Valeria Agis

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