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Nuestro presidente deshonesto

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No fue ningún secreto durante la campaña que Donald Trump era un narcisista y demagogo, que utilizó el miedo y la falta de honestidad para apelar a lo peor de los votantes estadounidenses. El Times lo calificó por entonces como un candidato poco preparado e inadecuado para la tarea que buscaba, y señaló que su elección sería “una catástrofe”.

Sin embargo, nada nos preparó para la magnitud de este caos. Al igual que millones de otros estadounidenses, nos aferramos a la pequeña esperanza de que el nuevo mandatario resultaría ser puro ruido y palabrerío, que la gente que lo rodearía en la Casa Blanca actuaría como un control sobre sus peores instintos, o que el presidente se llamaría a la cordura y se transformaría ante las enormes responsabilidades del cargo.

En lugar de ello, con setenta y tantos días en la presidencia -y con unos 1,400 por delante para el fin de su mandato- queda claro que esas esperanzas eran infundadas.

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En cuestión de semanas, el presidente Trump ha tomado decenas de pasos concretos que, de no revertirse, desgarrarán familias, contaminarán los ríos y el aire, intensificarán los calamitosos efectos del cambio climático y debilitarán profundamente el sistema de educación pública de los EE.UU. para todos.

Su intento de dejar sin seguro médico a millones de personas que finalmente habían accedido a una cobertura de salud y, en el camino, promulgar una transferencia enorme de riqueza de los pobres a los ricos, por el momento ha quedado en suspenso. De todas maneras, el mandatario sigue adelante con sus iniciativas para desarmar las agencias reguladoras del gobierno y aumentar el presupuesto del Pentágono, incluso cuando supuestamente se está retirando de la escena internacional.

Se trata de desarrollos inmensamente peligrosos, que amenazan con debilitar la posición moral de este país en el mundo, ponen el peligro el planeta y revertirán años de progresos lentos pero constantes de los estadounidenses marginados o empobrecidos. No obstante, por más escalofriantes que sean, estas opciones políticas radicalmente erróneas no son, de hecho, el aspecto más espantoso de la presidencia de Trump.

Lo que es más preocupante acerca de Trump es el propio Trump. Se trata de un hombre tan impredecible, tan imprudente, tan petulante, tan lleno de una ciega autoestima, tan desvinculado de la realidad que es imposible saber dónde nos llevará su presidencia o cuánto daño le hará a nuestra nación. Su obsesión por su propia fama, riqueza y éxito, su determinación por vencer a enemigos reales e imaginarios, sus ansias de adulación -rasgos que, por supuesto, fueron clave durante su campaña-, lo ayudaron en la elección. Pero en una presidencia verdadera, en la cual ejerce un poder inimaginable, no son otra cosa que desastrosos.

Aunque sus políticas son, en su mayor parte, variaciones de posturas republicanas clásicas (muchas de las cuales habrían sido también abordadas por Ted Cruz o Marco Rubio como presidentes), éstas se vuelven mucho más peligrosas en manos de este hombre imprudente y errático. Muchos republicanos, por ejemplo, apoyan una seguridad fronteriza más estricta y una respuesta más dura a la inmigración no autorizada, pero la absurda propuesta del muro, su impracticable promesa de campaña de deportar a los 11 millones de personas que viven en el país indocumentadas y su despreocupación por el efecto de tales propuestas en la relación entre los EE.UU. y México transforman una muy mala política en una situación espantosa.

En los días venideros, el consejo editorial de The Times mirará más de cerca al nuevo presidente, con atención especial a tres rasgos preocupantes:

1 - La sorprendente falta de respeto de Trump por las reglas e instituciones fundamentales en las cuales se basa nuestro gobierno. Desde el 20 de enero ha desacreditado y desafiado repetidamente a aquellas entidades que amenazaron sus planes, alimentando la desconfianza pública hacia las instituciones esenciales de tal forma que socava la fe en la democracia estadounidense. Ha cuestionado la calificación de los jueces y la integridad de sus decisiones, en lugar de reconocer que incluso el presidente debe someterse al estado de derecho. Se ha enfrentado con sus propias agencias de inteligencia, humillado a los trabajadores del gobierno y cuestionado la credibilidad del sistema electoral y de la Reserva Federal. Ha criticado a los periodistas, declarándolos como “enemigos del pueblo”, en lugar de defender la importancia de una prensa libre, independiente y crítica. Su desprecio por el imperio de la ley y las normas del gobierno son palpables.

2 - Su absoluta falta de respeto por la verdad. Así se trate de su refutable alardeo acerca de la cantidad de personas convocadas a su toma de mando, o su afirmación infundada de que el expresidente Barack Obama había orquestado grabar conversaciones en la Torre Trump, el nuevo mandatario a menudo altera las aguas entre los hechos y la ficción. Es difícil saber si en realidad no puede distinguir lo real de lo que no lo es, o si confunde intencionalmente ambos para engañar a los votantes, desviar la crítica y socavar la idea misma de la verdad objetiva. Cualquiera sea la explicación, el mandatario anima a los estadounidenses a rechazar los hechos, a faltarle el respeto a la ciencia, a los documentos, a los sectores independientes y a los medios de comunicación, y en lugar de ello simplemente incita a tomar posiciones sobre la base de ideologías y nociones preconcebidas. Se trata de una receta para un país dividido, en el cual las diferencias se profundizan y el compromiso racional se vuelve imposible.

3 - Su temeraria voluntad de repetir teorías conspirativas de la derecha alternativa, memes racistas e ideas alocadas y desacertadas. Una vez más, no está claro si el mandatario cree en ellos, o si simplemente los usa, pero aferrarse a hechos “alternativos” refutados; retuitear temas racistas, hacer declaraciones incomprobables o falsas acerca de la manipulación de las elecciones y los votantes fraudulentos, sumarse a desacreditadas teorías conspirativas expuestas en websites alternativos y en tabloides de supermercado, todo ello es consistente con los disparates acerca del sitio de nacimiento de Barack Obama, que Trump promovió por años y que le dio cierta prominencia política. Es profundamente alarmante que un presidente preste la credibilidad de su cargo a ideas que han sido debidamente rechazadas por políticos de los dos principales partidos del país.

¿Dónde terminará esto? ¿Moderará Trump sus posturas de campaña más alocadas con el paso del tiempo? ¿Provocará confrontaciones con Irán, Corea del Norte o China, o desobedecerá la orden de un juez, u ordenaría a un soldado que viole la Constitución? ¿O alternativamente, el propio sistema -la Constitución, las cortes, la burocracia permanente, el Congreso, los demócratas los manifestantes en las calles- podrán protegernos de él mientras aliena cada vez más a los aliados en el país y fuera de él, escapa de su propio mensaje y crea caos a expensas de su capacidad para lograr objetivos? Hasta el momento, el índice de aprobación popular de Trump se encuentra en los 30 y tantos puntos, conforme Gallup, lo cual se trata de un nivel escandalosamente bajo de apoyo para un nuevo presidente. Además, la cifra es anterior a que Michael Flynn, su exasesor de seguridad nacional, ofreciera cooperar la semana pasada con investigadores del Congreso que analizan la conexión entre el gobierno ruso y la campaña de Trump.

En el día de la toma de posesión escribimos en esta página que no era el momento de declarar un estado de “pánico general”, o de pedir la “no cooperación” generalizada con la administración Trump. A pesar de muchas señales desalentadoras, esa sigue siendo nuestra posición. El rol de la oposición racional es defender el estado de derecho, el proceso electoral, la transferencia pacífica del poder y el papel de las instituciones. No debemos subestimar la resiliencia de un sistema en el cual las leyes son mayores que los individuos, y los votantes son tan poderosos como los presidentes. Esta nación sobrevivió a Andrew Jackson y a Richard Nixon; sobrevivió a la esclavitud, a guerras devastadoras; lo más probable es que sobreviva de nuevo.

Pero, para que ocurra, quienes se oponen a los planes temerarios y fríos del presidente deben hacer oír su voz. Los manifestantes deben levantar sus letreros, los votantes deben acudir a las urnas en las elecciones, los miembros del Congreso -muy especialmente los republicanos- deben hallar el valor político para enfrentarse a Trump. Los tribunales deben salvaguardar la Constitución, los legisladores estatales deben aprobar leyes para proteger a sus ciudadanos y sus políticas de la intromisión federal. Todos los que estamos involucrados en la tarea de responsabilizar a los líderes debemos redoblar nuestros esfuerzos para defender la verdad ante cínicos ataques.

Los Estados Unidos no son un país perfecto, y tienen mucho por recorrer antes de alcanzar plenamente sus objetivos de libertad e igualdad. Pero preservar aquello que funciona y defender las reglas y los valores de los cuales depende la democracia son una responsabilidad compartida. Todo el mundo tiene un papel que desempeñar en este drama.

Esta es la primera entrega de una serie que se publicarán el lunes, martes y miércoles.

Si desea leer la nota en inglés, haga clic aquí.

Traducción: Valeria Agis

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