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Los cambios cerebrales en el embarazo son reales, duraderos y posiblemente buenos para el bebé

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En algún momento de su embarazo, es posible que una mujer sospeche que el bebé que está incubando, de alguna manera, ha ‘secuestrado’ su cerebro. Una nueva investigación sugiere que, en cierto sentido, eso puede ser cierto y que la gestación en sí altera el cerebro como ninguna otra experiencia que la mujer tenga desde su adolescencia.

En primer lugar, el embarazo exige reducciones extensas en el volumen de materia gris del cerebro de una mujer, según el nuevo estudio. Los sitios donde el cerebro de una gestante se encoge son muy específicos; las renovaciones estructurales forjadas por ese estado parecen superponerse casi perfectamente con las regiones cerebrales que juegan un papel clave en cómo entendemos e interpretamos las acciones, intenciones y sentimientos de los demás.

El cerebro de una madre primeriza permanece modificado por al menos dos años después de haber dado a luz, según esta nueva investigación, publicada el lunes en la revista Nature Neuroscience.

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Las embarazadas estudiadas no perdieron terreno intelectual: como grupo, su memoria de trabajo y la memoria para las palabras no experimentó cambios (ni mejor ni peor) durante la gestación. Pero en la red de estructuras que procesa los rostros y lee las señales emocionales, un núcleo de inteligencia emocional parecía estar en formación.

Para deducir estos hallazgos, los neurocientíficos de España y los Países Bajos hicieron algo nunca antes realizado: tomaron imágenes del cerebro de las mujeres en el momento en que esperaban estar embarazadas con su primer hijo, y luego inmediatamente después de que dieran a luz. Para comparar si los cerebros de ellas habían cambiado, y de qué manera, los investigadores también realizaron exploraciones detalladas del cerebro en mujeres que no estaban gestando, y en hombres que también esperaban a su primer hijo.

Ambos grupos de comparación ofrecieron una idea de lo que causa la modificación cerebral en las embarazadas. Los hombres, al igual que las mujeres, se preparaban para nuevos roles desconocidos como padres. Las mujeres que no estaban gestando también soñaban con ser madres. Pero sus cuerpos no estaban sujetos a los retos fisiológicos del embarazo.

Lo que distinguió a las gestantes, entonces, fue la tormenta de cambios hormonales inducidos por el bebé. Las fluctuantes oleadas de estrógeno, progesterona, testosterona y otras hormonas sexuales durante el embarazo son diferentes a cualquier otro cambio hormonal experimentado durante la vida.

Como los seres humanos se relacionan para vivir, los investigadores escribieron en su informe, la evolución necesitó esculpir cada vez más el cerebro femenino de forma tal que éste se asegure del buen crecimiento de su bebé. Las hormonas, sugieren, se convirtieron en el cincel para hacerlo. De hecho, los expertos hallaron que los patrones de cambio estructural en el cerebro de las mujeres eran suficientes para distinguir a las mujeres que habían dado a luz recientemente de aquellas que no lo habían hecho.

También los cambios predecían mucho más. Entre las 25 participantes que gestaron y dieron a luz, cuando más pronunciados eran los cambios estructurales observados en el cerebro, mayor era su apego a su hijo y menor su nivel de hostilidad hacia el recién llegado.

Los investigadores no encontraron diferencia en cambios de la estructura cerebral o en las conductas de nutrición materna entre mujeres que habían quedado embarazadas con la ayuda de tratamientos de fertilidad y aquellas que lo habían hecho a la vieja usanza.

El encogimiento del cerebro puede no sonar como una fórmula para mejorar la capacidad de leer y responder a la miríada de necesidades y sentimientos tácitos que tiene un bebé. Sin embargo, uno de los otros períodos de la vida con reducción de volumen cerebral -la adolescencia tardía- también corresponde a un período cuando los humanos desarrollan y mejoran sus habilidades sociales y cognitivas clave, necesarias para la transición a la edad adulta.

Cuando se trata de volumen cerebral, a veces menos es menos (como, por ejemplo, cuando la enfermedad de Alzheimer, la esclerosis múltiple y el sida dan lugar a progresivas reducciones del volumen cerebral). Pero, en ocasiones, menos es más, tal como parece ocurrir cuando las conexiones neuronales construidas a través de la infancia pasan por una poda despiadada cuando un niño se acerca a la edad adulta.

Indudablemente importa qué tipo de tejido cerebral se pierde, así sean neuronas o sinapsis (las ramificaciones que llevan señales eléctricas de una célula a la otra); o materia gris (paquetes de tejido conectivo) o células gliales, que tienen importantes funciones de limpieza en el cerebro.

En el estudio actual, los investigadores reconocen que no saben con exactitud qué tipo de tejido cerebral recorta el embarazo. Pero sí ven la reducción de volumen en las regiones del cerebro que juegan un papel clave en el funcionamiento social como un cambio que agudiza la capacidad de una mujer para atender las necesidades de su pequeño.

“Podemos especular que el cerebro femenino experimenta una maduración o especialización adicional de la red neuronal que favorece la cognición social durante el embarazo”, escribieron los autores. “Muy pocos estudios han investigado los efectos de la gestación sobre las medidas de cognición social, pero hay indicios preliminares de un procesamiento facilitado de la información social en embarazadas, que incluye una mayor emoción y reconocimiento facial”.

Si desea leer la nota en inglés, haga clic aquí.

Traducción: Valeria Agis

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