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En materia de delincuencia, Trump habla con datos erróneos, pero en ciertas ciudades los homicidios sí han subido

Residentes, activistas, amigos y familiares de víctimas de violencia armada marcharon en Chicago el 31 de diciembre de 2016, llevando cerca de 800 cruces de madera con los nombres de los fallecidos en la ciudad durante ese año.

Residentes, activistas, amigos y familiares de víctimas de violencia armada marcharon en Chicago el 31 de diciembre de 2016, llevando cerca de 800 cruces de madera con los nombres de los fallecidos en la ciudad durante ese año.

(Scott Olson / Getty Images)
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Son falsedades que el presidente electo Donald Trump ha repetido una y otra vez: “La delincuencia en las ciudades está alcanzando niveles récord”, “La tasa de asesinatos en los EE.UU. es la peor, la más alta que hemos tenido en los últimos 45 años”, “No escucharán esto en los medios: tenemos la mayor tasa de homicidios en este país en 45 años”.

La razón por la cual ‘no escucharán esto en los medios’ es porque no es cierto. Pero ése no es el fin de la historia.

Aunque en su mayoría están muy por debajo de sus niveles récord en los años 1980 y 1990, los homicidios han aumentado drásticamente en algunas ciudades de los EE.UU. durante los dos últimos años, rompiendo así con

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un declive por décadas de los delitos violentos, mientras Trump se prepara para tomar el control de las agencias federales. Como ocurre a menudo con las estadísticas de delincuencia, los expertos no pueden determinar qué causa que éstas suban o bajen.

Aunque el FBI no dará a conocer los totales nacionales de homicidios de 2016 por un tiempo, en algunas ciudades los números son difíciles de ignorar, lo cual representa cientos de vidas perdidas, familias rotas y vecindarios de luto.

Chicago tuvo al menos 762 víctimas, su mayor cifra desde 1996. Los asesinatos allí se dispararon más del 50% en comparación con 2015. Memphis, Tennessee, registró un récord de 228 muertes. Las Vegas tuvo su mayor número de homicidios en al menos 20 años, al igual que San Antonio.

Otras áreas metropolitanas parecieron instalarse en una triste nueva normalidad. Baltimore acaba de tener su segundo año más mortal per capita, después de 2015, cuando los tiroteos letales y con heridos aumentaron en más del 75%. El número de muertos allí en 2016 fue de 318, un descenso en comparación con los 344 registrados un año antes.

Los 142 homicidios en Milwaukee siguieron el ritmo del derramamiento de sangre ocurrido allí en 2015, el año más mortal de la ciudad desde 1993 (en 2015, los asesinatos en Milwaukee aumentaron casi un 69%). La situación permaneció casi sin cambios en 2016 para St. Louis, cuyo 2015 fue el año más letal en dos décadas.

Sin embargo, si uno sigue observando, la imagen se vuelve más complicada. Los homicidios también aumentaron en Los Ángeles en 2016, pero en una cantidad mucho menor: 5%. La ciudad sigue siendo mucho menos mortal de lo que era hace una década.

Los homicidios en Washington, D.C., cayeron un 17% en comparación con 2015. Nueva York vio una pequeña disminución en 2016 y casi batió su mínimo histórico. Los asesinatos en Baton Rouge, Luisiana, y sus áreas circundantes se desplomaron un 22%. La situación no permite explicaciones fáciles a los expertos.

“¿Podemos explicar la dirección general o, lo que es aún más importante, el patrón de cambio?”, se preguntó Franklin Zimring, profesor de derecho de UC Berkeley, quien ha estudiado las tasas de criminalidad. “La respuesta es: realmente no”.

La historia ha demostrado que los índices de delincuencia pueden comportarse de manera impredecible y que los presidentes, al tiempo que hacen del delito un asunto central de la campaña, tienen limitado éxito en su disminución.

Hace sesenta años, en 1957, la tasa de homicidios en el país era de cuatro asesinatos cada 100,000 personas, el punto más bajo de los años 1950. Desde ese entonces, la cifra no ha sido tan baja.

El número de homicidios comenzó a elevarse seriamente en los EE.UU. a finales de los años 1960, un momento de profunda agitación social en la nación. Por primera vez las encuestas mostraron que, para los estadounidenses, el crimen era el problema número uno del país. En busca de capitalizar esos miedos, el candidato presidencial republicano Richard Nixon organizó una campaña de ‘la ley y el orden’ en 1968, en parte para cortejar a los votantes blancos del sur.

Durante su primer período en la Oficina Oval, Nixon declaró una guerra contra las drogas, citando el abuso de éstas y llamando a los narcóticos “un importante contribuyente del delito”. Pero no funcionó. Los homicidios continuaron aumentando durante el resto de su mandato y de la década de los 1970.

En los años 1980, los EE.UU. eran casi el doble de letales, en promedio, que en la década de 1950. El presidente Reagan pidió un enfoque más duro después de asumir el cargo. “Muchos de ustedes me han escrito que tienen miedo de caminar solos por las calles en la noche”, afirmó Reagan en un discurso radial, en 1982. “Debemos hacer que los EE.UU. sean un sitio seguro nuevamente, especialmente para las mujeres y los ancianos, que enfrentan tantos momentos de miedo”.

Las sentencias de muerte se dispararon durante la década de 1980, y también lo hicieron las poblaciones carcelarias, a menudo con la ayuda de las legislaturas estatales, donde los políticos adoptaron penas de prisión mínima obligatorias que impusieron castigos más severos por delitos vinculados con drogas y crímenes violentos.

Hubo un momento en los años 1980 en que los homicidios comenzaron a caer. “Se redujeron tanto entre 1980 y 1985 que organizábamos conferencias llamadas ‘El delito ha bajado. ¿Por qué? ¿Qué ocurrirá después?’, afirma Zimring. “Lo que ocurrió es que volvió a subir”.

Según la forma en que se cuente, el peor año de los homicidios en el país durante la era moderna fue 1980 -cuando la tasa alcanzó su pico de 10.2 asesinatos cada 100,000 personas- o en 1991 -cuando una cantidad récord de 24,703 personas fueron asesinadas-. La tasa de homicidios en 1991 fue de 9.8 muertes cada 100,000 personas, según las estadísticas del FBI.

Pero entonces, sucedió lo inesperado: las matanzas comenzaron a disminuir en los años 1990, a ritmo lento pero seguro, y continuaron cayendo durante las dos décadas siguientes.

La tendencia dejó perplejos a los expertos. Algunos sugirieron que tenía que ver con el endurecimiento de las penas de prisión, y con el crecimiento y la mayor especialización de los departamentos de policía. Para otros era el resultado de más abortos. Algunos sugirieron que los videojuegos eran responsables, por mantener a los niños ocupados y fuera de las calles. También se mencionó las menores tasas de intoxicación por plomo, lo cual generó menos daño en el desarrollo infantil.

El encarcelamiento en masa tampoco ofrecía una explicación fácil. “En la última mitad de la década de 1980, que tuvo el mayor incremento del encarcelamiento en la historia de los EE.UU., el crimen subió”, afirmó Zimring. “No hay respuestas fáciles que se ajusten a los datos”.

Para 2014, los asesinatos habían caído a niveles no vistos desde principios de los años 1960: 4.5 homicidios por cada 100,000 personas, o 13,280 muertes en total, según el FBI.

Para entonces, gran parte del debate principal sobre la violencia se había centrado en prevenir los tiroteos masivos, que representaban una porción pequeña pero llena de carga política. Un creciente movimiento de reforma de la justicia liberal encontró un aliado en la administración Obama.

Entonces, los homicidios comenzaron a aumentar en algunas ciudades en 2015, desatando una nueva generación de teorías, especulando que las causas podrían ser debido al uso creciente de la heroína, la mayor cantidad de presos liberados de la cárcel y el “efecto Ferguson”, que sostiene que la crítica y las protestas por el proceder de la policía en unos casos altamente polémicos generaron una fuerza del orden menos agresiva en general.

El lunes, Trump habló de sus preocupaciones acerca de Chicago y tuiteó incorrectamente que la tasa de homicidios allí era “un nuevo récord” (el mayor número de muertos allí ocurrió en 1974, y su año más letal per capita fue 1994). También le ofreció su ayuda al alcalde Rahm Emanuel. “Si el alcalde no puede hacerlo, ¡debe pedir ayuda federal!”, escribió en Twitter.

Zimring duda de que, cualquiera sean los planes de Trump, puedan tener un impacto claro en la tasa de homicidios. “No podemos simplemente darle al tema otra dosis de lo que funcionó la semana pasada, porque no sabemos qué fue lo que funcionó la semana pasada”, aseguró el experto. Respecto de los presidentes que tratan de reducir la delincuencia, agregó: “Si Nixon no lo logró, si Lyndon [Johnson] no pudo, si Jimmy Carter no triunfó y Ronald Reagan tampoco, ¿por qué habría de lograrlo el Sr. Trump?”

Traducción: Valeria Agis

Para leer esta historia en inglés haga clic aquí

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