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Es tiempo de apagar el iPhone y convivir con los demás

Sherry Lynn Evans, directora del teatro infantil, confisca todos los teléfonos de sus estudiantes antes de los ensayos.
Sherry Lynn Evans, directora del teatro infantil, confisca todos los teléfonos de sus estudiantes antes de los ensayos.
(Steve Lopez / Los Angeles Times)
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Un raro evento tuvo lugar durante un reciente viaje familiar a través de Los Ángeles, cuando mi esposa y yo nos dimos cuenta de un sonido inusual que venía del asiento trasero del auto.

Nuestra hija estaba hablando con nosotros.

Fue como estar en un túnel del tiempo. Las conversaciones libres y no solicitadas prácticamente se han convertido en una cosa del pasado, pero la niña estaba con humor para hablar. Y entonces me di cuenta por qué.

No tenía su smartphone.

No había manera para que ella, de 11 años de edad, pudiera mandar un texto o un Instagram. No había música, ni video, ni conexión a la lluvia hipnótica de polvo digital sin filtrar que cubre el cerebro, nubla la vista y deja mudos a sus cautivos.

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Así que ella habló con sus padres.

Adelante, llámenme un padre horrible por dejarla tener el teléfono en primer lugar. Realmente no tengo mucho que decir en mi defensa, y definitivamente subestimé los poderes adictivos de este dispositivo cada vez más omnipresente, que ha transformado y a menudo degradado la forma en cómo nos relacionamos unos a otros, incluyendo a los adultos.

El Centro de Investigación Pew informó este mes que cerca del 75% de los adolescentes tienen acceso a los dispositivos digitales y el 24% están conectados al internet “casi constantemente”. Leí el estudio y una mañana hablé sobre él en KNX-AM (1070), y Sherry Lynn Evans, quien dirige el Grupo de Teatro Infantil del Sur de California, me envió un correo electrónico.

“Hace aproximadamente unos cinco años, comencé a ver una fuerte desconexión”, escribió Evans. Durante los descansos en los ensayos, se dio cuenta que sus jóvenes actores les enviaban textos a sus amigos con ese molesto bailecito del pulgar sobre el teclado del teléfono, incluso enviaban textos mientras “hablaban” unos con otros sin hacer contacto visual.

Evans dijo que la creatividad y la imaginación comenzaron a perderse en las producciones teatrales del Valle de San Fernando. Los estudiantes ya no lograban conectarse sobre el escenario porque honestamente ya no tenían conexión fuera del escenario. Sus actuaciones se fueron haciendo gradualmente más robóticas y la calidad de las obras disminuyó, dijo.

“Mientras ensayaban para una producción, su capacidad de atención era insignificante… y tenían problemas para enfocarse”, dijo Evans de los cambios que observó con el paso del tiempo, y los actores parecían tener más dificultades para memorizar las líneas. “Su compromiso con la producción, sus compañeros actores y para sí mismos se estaba convirtiendo en algo esporádico e indiferente. Y su actuación estaba sufriendo terriblemente”.

Las producciones de “La Cenicienta” tal vez nunca sean lo que una vez fueron. Y aunque hay innumerables maneras en las que los dispositivos móviles han mejorado nuestras vidas, claramente emiten señales que eliminan los sectores del cerebro que se encargan del autocontrol y del buen juicio. Por lo tanto envías un texto mientras conduces, constantemente checas para ver si un tweet importante o un correo electrónico ha llegado en los últimos tres segundos y en poco tiempo te has convertido en el grosero tonto y egoísta que solías despreciar.

“Algunas de las cosas que hacemos ahora con nuestros dispositivos son cosas que, hace sólo unos pocos años hubiéramos considerado extrañas y molestas”, dijo Sherry Turkle, una profesora de MIT, durante un reciente programa de TED talk.

Turkle, autora de “Alone Together: Why We Expect More from Technology and Less from Each Other”, dijo que rutinariamente y sin disculparnos enviamos textos durante la escuela, las reuniones y las comidas familiares.

“Incluso enviamos textos en los funerales”.

Y si los adultos no se pueden controlar, ¿qué posibilidad tenemos para controlar a los niños?

Hace seis años, visité una secundaria charter del centro de Los Ángeles, donde la profesora Shannon Meyer estaba realizando un experimento de sobrecarga digital. Les pidió a los estudiantes que se desconectaran completamente de los dispositivos electrónicos y del internet durante una semana y que escribieran sobre la experiencia en un diario. Nada de televisión, nada de smartphones, nada de nada. Meyer esperaba que los estudiantes se pusieran a leer, que escucharan al viento mover las hojas, que hablaran unos con otros o tal vez, que incluso descubrieran las maravillas de la reflexión solitaria.

“¡ME ESTOY VOLVIENDO LOCO!” escribió un estudiante en el 2do. día del experimento.

El martes me reuní con otro estudiante de esa clase. Jesús Alonzo, ahora de 22 años de edad, está trabajando para una empresa de suministros médicos mientras toma un descanso de la universidad.

Alonzo dijo que su ayuno digital del 2009 definitivamente lo hizo más consciente de cuánto tiempo él y otros pasaban en sus aparatos. Así que ahora aprecia las críticas ocasionales de su tío acerca de que “todo el mundo está sentado sobre el sofá viendo sus pantallas y nadie se mira uno al otro”.

Alonzo incluso ha regañado a su madre por pasar demasiado tiempo utilizando su teléfono en lugar de estar disponible para hablar sobre los acontecimientos del día, así como ella lo regañaba a él. Y dijo que no le gusta cuando la chica con la que está saliendo siente la necesidad de revisar cada texto después de tan sólo medio segundo de haberlo recibido.

“Estoy tratando de tener una conversación sin una distracción y puedo ver cómo la tecnología está arruinando la interacción social”, dijo Alonzo.

Y sin embargo, Alonzo dijo que duerme con su smartphone junto a su almohada, usándolo como reloj despertador. Y si no está en la escuela o en el trabajo, calcula que pasa la mitad de las horas en que está despierto utilizando el dispositivo, la mayor parte del tiempo viendo películas.

Debería decir la verdad y admitir que tengo mis propios malos hábitos con el smartphone, y, repito, son dispositivos increíbles que pueden ser utilizados en cientos de maneras útiles y educativas, o simplemente para entretenernos.

Hace 15 o 20 años yo nunca hubiera soñado que un sencillo rectángulo que se sostiene con la palma de la mano pudiera ser una cámara, un estéreo, una alarma de viaje, una agenda, un pase de abordar, un sistema de posicionamiento global, una calculadora, un libreo, un periódico, un mapa, un teléfono, un centro de juego, un servicio de correo, un robot que habla y la lista sigue y sigue.

Pero ese poder es seductor y parece que la auto-indulgencia siempre gana sobre la autodisciplina.

Cuando me reuní con Evans en una cafetería el martes por la mañana para poder hablar frente a frente sobre su grupo de teatro, en lugar de hablar de forma digital, dijo que les ha presentado su punto de vista a los padres de sus estudiantes. Pero sólo la mitad de los padres de familia parecen estar tan preocupados como ella lo está, y sospecha que eso se debe a que muchos padres son facilitadores con sus propias adicciones digitales.

Así que Evans tiene una regla estricta y rápida para sus actores estudiantes con respecto a sus teléfonos.

“Me los tienen que dar en cuanto entran”, dijo Evans.

Bravo por eso. Todos deberíamos buscar patrocinadores que nos ayuden a estar libres de los dispositivos electrónicos durante una hora o dos cada día.

Hazlo tu primero y avísame cómo te fue.

Si desea leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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