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¿Podría el Big Bend en Texas ser el eslabón más débil de la frontera? El contrabando de drogas y migrantes va en aumento

Border Patrol agents in Texas’ Big Bend region have seen an increase in smuggling, attacks on agents and migrant deaths in recent years.

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Dos agentes de la Patrulla Fronteriza se agachan para revisar la tierra arenosa en busca de huellas, de la misma forma en que lo hacen los rastreadores de animales.

No tuvieron que revisar muy cuidadosamente.

A solo unos metros del Río Grande, el agente Lee Smith señaló huellas y trozos de alfombra. Los contrabandistas atan la alfombra a sus zapatos con la esperanza de cubrir sus huellas, dijo.

Smith siguió el camino a través de espesos matorrales, con su compañero cerca, vestido con un chaleco antibalas y con un arma larga.

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No vieron a nadie. Pero los agentes saben que los contrabandistas los estaban mirando, esperándolos.

A veces, los rastreadores de contrabandistas cruzan a caballo: los bancos fangosos están llenos de huellas humanas y de caballos. El río aquí, a unas 60 millas al este de El Paso, tiene solo unos metros de ancho, una de las razones por las que los agentes de la Patrulla Fronteriza en la región de Big Bend en Texas han visto en los últimos años, un preocupante aumento en el contrabando, ataques a agentes y muertes de migrantes.

“Hay cientos de estos cruces justo en nuestra área de operación”, dijo Smith. “Los cárteles de la droga, poseen esta parte de la tierra. Hemos concedido grandes franjas de la frontera. Hay áreas donde no hay agentes por días”.

Calificó al gran Big Bend como “el eslabón más débil en la frontera sur”.

También se suponía que las barreras naturales más allá del río que hacían del paisaje un impresionante telón de fondo para la frontera debían protegerla. O al menos eso fue durante mucho tiempo la suposición de los funcionarios de los EE. UU. Ahí está el río Hay montañas, las cordilleras nevadas Chinati, Chisos y Davis.

Está el desierto alto de Chihuahua, la tierra llena de matorrales espinosos y las temperaturas que se elevan más de 100 grados en los días de verano y bajan a menos de cero en las noches de invierno. Y durante muchos años, los contrabandistas evitaron Big Bend, esa parte de Texas donde la frontera da un suave giro hacia el sur antes de regresar al norte.

Pero las rutas de contrabando cambian de acuerdo con los dictados de las organizaciones criminales, a menudo en respuesta a la vigilancia en la frontera. A fines de la década de 1990, el tráfico fronterizo se trasladó desde el sur de California a remotas extensiones del desierto de Arizona; en 2013, se trasladó al este nuevamente al Valle del Río Grande de Texas, el epicentro de la migración y centro de las campañas de vigilancia fronteriza desde entonces.

Pero ahora se están abriendo nuevas rutas hacia el oeste, en Big Bend.

“A medida que el Valle del Río Grande se vuelve más difícil de cruzar, están buscando otros lugares, y este es un lugar que en los últimos años se ha establecido para el contrabando”, dijo el agente de la Patrulla Fronteriz,a Rush Carter, portavoz del agencia en Big Bend.

Así como los inmigrantes alguna vez intentaron cruzar el desierto de Arizona sin estar preparados, los centroamericanos están llegando a Big Bend sin equipo para enfrentar el clima frío, abandonados a los elementos por los contrabandistas. Los migrantes dicen a los agentes que los traficantes anuncian el área como un cruce fácil, el tramo de frontera menos patrullado.

El Departamento de Aduana y Protección Fronteriza de los Estados Unidos divide el límite sur en nueve sectores. Big Bend es el más grande: 135,000 millas cuadradas, 510 millas de río, una cuarta parte de toda la frontera sur.

El sector se extiende al norte para incluir 118 condados en Texas y todo Oklahoma. Sin embargo, tiene el personal más pequeño de cualquier sector fronterizo del sur, alrededor de 500 agentes asignados a una docena de estaciones y varios puestos de control de carreteras, incluido uno en Sierra Blanca, notorio por los grandes decomisos de drogas. Eso es menos agentes que los asignados a una sola estación en el sector de Tucson, dijo Smith.

El presidente Trump prometió agregar 5.000 agentes a la Patrulla Fronteriza, lo que podría duplicar el personal de Big Bend, pero con una alta rotación, los agentes dijeron que aún estarían muy dispersos.

Con un personal tan pequeño, los agentes generalmente patrullan solos, con tecnología de segunda mano desde otras áreas, incluidas las radios, por lo que los agentes han erigido torres de celulares en la maleza para aumentar la recepción. A veces solo gritan.

No tienen torres de observación a lo largo de la frontera como en el Valle del Río Grande, y su único globo aerostático se la pasa flotando sobre sus cabezas, a diferencia de los utilizados en el Valle, no está equipado con tecnología infrarroja, dijo Smith. “¿Saben para qué ayuda?” dijo Smith, “para que los migrantes lo usen como una guía: ve en esa dirección’”.

Desde el verano, Big Bend vio la mayor aumento de jóvenes no acompañados detenidos en la frontera, en su mayoría centroamericanos: 278 desde el año fiscal federal que comenzó en octubre, un 74% más que el año pasado.

Por el contrario, la cantidad de jóvenes detenidos en el área de Rio Grande cayó un 64% durante el mismo período.

Un agente de la Patrulla Fronteriza en Presidio, Texas, procesa un migrante, de un grupo de 50 procedente de Guatemala y Honduras. (Molly Hennessy-Fiske / Los Angeles Times)

Al mismo tiempo, Big Bend vio caer los decomisos de drogas, dijeron Smith y otros agentes. Eso es porque los contrabandistas usan a los inmigrantes como señuelos, decían, y abandonan docenas a la vez para abrumar a los agentes, antes de enviar mulas de droga con mochilas de 50 libras de marihuana a su paso.

Los agentes de Big Bend atraparon a 6.000 personas el año fiscal pasado, que terminó en septiembre. Durante los siguientes dos meses, atraparon a 1,646 personas, poniéndolos en curso de superar con creces el total del año pasado.

Los agentes de Big Bend incautaron 40,852 libras de marihuana el año fiscal pasado, pero 4,211 libras en los primeros dos meses de este año. Eso es más de mil libras menos por mes.

A medida que las condiciones empeoraron, algunos agentes dijeron que temían que la muerte fuese inevitable, aunque no ha muerto un agente en el trabajo desde 1929, cuando uno de los agentes fue asesinado por bandoleros que contrabandeaban licor durante la prohibición.

El mes pasado los peores temores de los agentes se materializaron. Dos agentes de la Patrulla Fronteriza resultaron heridos mientras investigaban a los contrabandistas que se habían ocultado en una alcantarilla bajo la Interestatal 10, a unos 55 kilómetros al norte de Porvenir.

Ambos sufrieron heridas graves en la cabeza. El agente Rogelio Martinez murió. El agente Stephen Garland todavía se está recuperando y tiene problemas para recordar lo sucedido, dijo Smith, quien habló recientemente con el agente, quien rechazó las entrevistas.

El FBI aún está investigando el incidente y no ha habido arrestos.

Smith y otros agentes dijeron que necesitan más personal, radios, cámaras y otros equipos mejorados. De lo contrario, les preocupa que puedan verse abrumados como lo estuvieron los agentes del Valle del Río Grande por decenas de miles de jóvenes y familias centroamericanas en 2014.

También se preocupan por los migrantes que no están preparados para las duras condiciones de Big Bend. Este mes, agentes patrullando por aire vieron a 15 hombres guatemaltecos perdidos en el desierto. Los agentes los atraparon y los llevaron a una estación, pero los migrantes ya sufrían hipotermia. Uno murió. Los migrantes a menudo se entregan, dijo Smith, pero los agentes descubren cada vez más cadáveres en el desierto. Recientemente, un grupo de 50 inmigrantes, en su mayoría familias guatemaltecas y un par de hondureños, se entregaron en Presidio, a unas 250 millas al este de El Paso.

Al otro lado de la ciudad mexicana de Ojinaga, conectada por un puente oficial y cruces de ríos improvisados marcados con alambres guía, Presidio se ha convertido en un punto caliente para las familias que reclaman asilo, dijeron los agentes.

En el lado mexicano se alza un muro de contención de 50 pies de altura rematado con alambre de púas, construido después de una inundación en 2008.

Un día después de que llegara el grupo centroamericano, media docena de agentes estaban todavía estaba procesándolos en la estación de Presidio. Uno por uno, los migrantes entregaron sus pertenencias, zapatos, mochilas, juguetes, a cambio les entregaban etiquetas numeradas que luego utilizarían para reclamarlas.

Cuatro mujeres se acurrucaron con tres niños en pequeños camastros en el piso de concreto. A los agentes les gustaría expandir y mejorar el área de espera, eventualmente mudarse a un edificio permanente. “Eso está en nuestra lista de deseos”, dijo Carter. “Pero quien sabe cuando podremos cumplir ese deseo”.

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