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No tengo auto’: mi confesión a cada mujer con quien salgo en L.A.

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“Oye”, solté. “Hay algo que no te he dicho”. Era melodramático, pero no sabía de qué otra manera decir “No tengo auto” en nuestra conversación. Estábamos en Smorgasburg un domingo por la tarde a comienzos de este año, cumpliendo con nuestros destinos de hipsters con tacos gourmet y pastelitos artesanales, en un oasis artificial creado por el hombre en almacenes vacíos.

Era nuestra segunda cita. Yo trabajaba para una organización sin fines de lucro y ella para el gobierno. En nuestra primera salida, en Know Where Bar, en Hollywood, su primera pregunta había sido: “¿Cómo estuvo tu día”. La mía: “¿Eres malvada?”. Terminamos besándonos en los banquillos del bar.

“Esto puede molestarte o no”, seguí, “y respeto totalmente si lo hace. No tengo auto”.

“Oh”, respondió ella.

Esperé a que “Oh” se convierta en “Eso realmente no funciona para mí”, o “le has puesto mucha expectativa a un tema que no la tiene” o “¿te dieron una multa por conducir ebrio?”. Pero no llegó ninguna de esas opciones. Después de un largo momento, durante el cual el sol pareció intensificarse sobre nuestras cabezas y el fuerte murmullo de la multitud se convirtió en una pausa sin aliento, escuché un poco convincente: “Es genial”.

Más tarde, después de un par de cervezas en Little Bear, a me entregó su teléfono y desapareció en el baño. Me senté y debatía cuánto había contribuido mi revelación a la incomodidad actual, cuando su teléfono se iluminó y apareció el siguiente mensaje en la pantalla:

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“¿Él no conduce? ¿¿¿¿¿¿¿¿¿Factor decisivo?????????”.

No la culpo. Incluso en Nueva Los Ángeles, con Lyft y Uber brindándonos viajes más baratos y aunque dos tercios de los votantes aprobaron la Medida M, salir sin un auto todavía juega como una seria desventaja. Debería saberlo, lo he hecho durante 10 años. En 2007 significaba no poder recoger a una mujer en la puerta de su casa o pedirle un beso cuando la dejabas, después de una noche de fiesta. O bien podías, pero entonces te encontrabas esperando el autobús de las 2 a.m. después de que tu chica cerraba la puerta. En 2017, es un poco más fácil.

“Yo paso por ti”, recientemente le dije a alguien a quien conocía por primera vez. “¿Cómo?”, fue su reacción comprensible. Así: caminé desde mi estudio en Koreatown hasta la esquina de Wilshire Boulevard y Vermont Avenue y tomé el autobús 201 hasta Los Feliz Boulevard y Brunswick Avenue, en Atwater Village. Desde ahí, caminé las seis cuadras hasta su departamento y pedí un Lyft en los escalones de la entrada momentos antes de llamar.

De camino a Bao, en Highland Park, coqueteamos tentativamente en el asiento trasero y charlamos con nuestro chofer, un aspirante a guionista. “¿Llevas a muchas personas en sus primeras citas?”, le preguntó ella, sonriéndome para asegurar que estaba bromeando. “Oh, sí”, respondió él. “Te sorprendería. ¿Cómo va ésta hasta ahora?”.

“El jurado está aún en receso”, dijo ella.

Inevitablemente, no importa en qué año estemos, uno enfrentará las mismas preguntas de cada cita potencial: “¿Por qué? ¿Es una cosa ambiental? ¿Estás ciego?”. He experimentado con diferentes respuestas, pero la verdad insatisfactoria es que simplemente no me gusta conducir. Más allá del tránsito y del costo del seguro, el acto de manejar me da ansiedad. Prefiero evitar todo ello hasta que el mundo me obligue a ceder. Hasta ahora, a pesar de haber salido con más de una residente de Santa Mónica, no ha sido así.

Con pocas excepciones, las citas en línea lo han hecho más fácil. En esta nueva normalidad, en la que puedes anticipar información antes de conocer a una persona, es posible hablar de este delicado tema revelándolo todo en mi perfil. En Hinge, resalté que una cosa que me hace feliz es sobrevivir en Los Ángeles sin auto. En League, mi “Acerca de mí” dice que estoy “sin coche en L.A.”. En OKCupid explico que deberían enviarme un mensaje de correo electrónico aquellas personas a quienes “no les importa que no conduzca”.

A diferencia de tener una enfermedad de transmisión sexual, o querer tener una aventura extramatrimonial, todavía no hay un sitio dedicado de citas para los no conductores, pero tengo que creer que es sólo cuestión de tiempo.

Aun así… “No me importa que no manejes”, una mujer con la que había salido durante seis meses me dijo el año pasado, mientras conducía rumbo a nuestra cena en Broken Spanish, para mi cumpleaños. “¿Pero no quieres? ¿No es parte de ser un adulto?”. Aún no tengo una respuesta para eso.

Avance rápido a un par de semanas atrás, cuando una chica y yo compartimos un Lyft a Footsies, en Cypress Park. Era la tercera vez que salíamos y, de alguna forma, el tema no había aparecido. Ella pagó el viaje y me ofrecí a pagar las bebidas. Hablamos de libros y vimos a extraños bailar canciones de Prince en el espacio abierto entre la barra y las mesas que se alineaban en la pared.

“Escucha”, dije. “Hay algo que no te he mencionado”.

La vi prepararse y luego relajarse mientras le explicaba mi situación. Apenas había hablado cuando me interrumpió.

“Me imaginé”, dijo ella. “¿Cómo lo hiciste? He estado pensando en deshacerme del mío, pero no sé cuán práctico es”.

“Bien”, contesté, intentando hablar con un suspiro de alivio. “Tengo mucho que decir al respecto”.

Traducción: Valeria Agis

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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