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Más centroamericanos renuncian a los EE.UU. y persiguen ‘el sueño mexicano’

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Los estimados de cuántos ciudadanos centroamericanos viven en México son difíciles de conseguir, en parte porque algunos han obtenido documentos de identidad falsos.

Sin empleo y aterrada por las pandillas callejeras que vagaban descaradamente por las calles, Karen Zaldívar fue una de las decenas de miles de personas jóvenes que huyeron de Honduras en 2014. Mientras intentaba colarse a través de la frontera entre México y los EE.UU. fue detectada y tuvo una rápida deportación.

El año pasado, Zaldívar volvió a intentarlo, pero con un nuevo destino: México. Ahora vive en una pequeña ciudad, justo al norte de la frontera con Guatemala, junto con un creciente número de centroamericanos que han concluido que, si no pueden llegar a los EE.UU., entonces la siguiente opción favorable es México.

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“Decidí hacer mi vida aquí”, aseguró en un pequeño restaurante al aire libre en Tenosique, donde trabaja en la cocina, friendo pescado. “Es más tranquilo y más seguro”.

Las estimaciones de cuántos centroamericanos viven en México son difíciles de conseguir, en parte porque algunos, como Zaldívar, han obtenido documentos de identidad mexicanos falsos. Pero las estadísticas muestran que cada vez más personas se quedan ilegalmente allí, buscando asilo político o visas humanitarias.

Las solicitudes de asilo en México se han casi triplicado en tres años, alcanzando las 3,424 en 2015. Este año las solicitudes seguramente duplicarán esa cifra, estiman los defensores de derechos humanos, y la mayoría de ellas provendrán de hondureños y salvadoreños.

El número de migrantes que desean quedarse en México es menor que el de los enormes grupos que se dirigen a los EE.UU. Más de 400,000 personas fueron arrestadas en la frontera el pasado año fiscal, que terminó en septiembre; la mayoría de ellas provenían de Centroamérica.

Pero la carga sobre México y otros países posiblemente se incrementará si el presidente electo Donald Trump cumple con sus promesas de fortalecer la seguridad fronteriza y deportar hasta tres millones de personas que viven ilegalmente en el país.

Jaime Rivas Castillo, un profesor de la Universidad Don Bosco, en El Salvador, quien ha estudiado la diáspora centroamericana, señaló que las economías vacilantes, así como el miedo, empujan a muchas personas a abandonar sus países de origen. “No hay trabajo para todos y la gente teme por su vida”, afirmó Rivas. “Por ello buscan otros sitios para vivir; si no es en los EE.UU., entonces será en México, Panamá, Costa Rica o Nicaragua”.

Yessica Alvarado, de 20 años, huyó de El Salvador el mes pasado cuando fue atacada mientras acudía a la escuela de enfermería por pandilleros enojados porque sus abuelos se habían negado a pagar una tasa de extorsión. “Es difícil llegar a México, pero no tanto como entrar a los EE.UU.”, aseguró la joven.

En una tarde reciente, Alvarado, sentada en un soleado patio del abarrotado refugio católico en Tenosique, charlaba con una nueva conocida, una mujer de 27 años que escapó de Honduras luego de que su novio, un pandillero, la golpeara y amenazara con matar a sus niños. El refugio, llamado ‘La 72’, recibió su nombre por la masacre de 72 inmigrantes, ocurrida en 2010 en el noreste de México, a manos de un cartel de droga.

Incluso con su larga guerra contra el narcotráfico y una moneda desvalorizada, México cuenta con cierta seguridad y estabilidad económica superiores a las de Honduras y El Salvador, que se encuentran entre las naciones más pobres y peligrosas del mundo. Las raíces de la violencia allí se pueden remontar en parte a la deportación de pandilleros de Los Ángeles a Centroamérica durante los años 90. Los expertos señalan que dichos países no están preparados para reintegrar a un gran número de nuevos deportados.

Javier Eduardo Ferrera, de 23 años, fue deportado a Honduras desde Carolina del Norte en septiembre último, cuando la policía descubrió cocaína en el auto que conducía.

Seis días después de ser liberado en la capital hondureña, Tegucigalpa, Ferrera se marchó a Tenosique. No se sentía seguro en Honduras, pero tampoco quería arriesgarse a terminar en la cárcel si lo atrapaban cruzando ilegalmente la frontera de los EE.UU.

Los inmigrantes que han sido deportados previamente y son descubiertos nuevamente en el país pueden ser acusados de un delito federal punible con hasta dos años de prisión, una sentencia que Trump amenazó con aumentar a cinco años cuando llegue a la Casa Blanca. “Esperemos a ver si Trump puede cumplir sus metas”, afirmó Ferrera, mientras desplegaba un documento arrugado que le da derecho a permanecer temporalmente en México mientras se procesa su visa humanitaria. “Si no puedo estar allí, entonces prefiero estar aquí de todos modos”.

Tenosique, una ciudad somnolienta construida a lo largo de un fangoso río en el estado petrolífero de Tabasco, ha sido durante mucho tiempo una estación de paso para los inmigrantes que se dirigen al norte. “La Bestia”, el infame tren de carga que ha arrancado las extremidades y se ha llevado las vidas de muchos inmigrantes que viajan en su techo camino hacia el norte, atraviesa este lugar.

En el pasado, los inmigrantes pasaban sólo unos días en Tenosique, descansando y esperando el tren, relató el maestro Gaspar Gerónimo González. “Ahora, muchos de ellos se quedan”, dijo. Algunas familias viven en chozas cerca de la estación ferroviaria, , otros duermen cerca del río. Las escuelas de la ciudad registran a más de 100 niños de Honduras, a quienes se puede distinguir por sus acentos y su jerga centroamericana.

Los migrantes se quedan en el lugar pese a las enérgicas medicas de México contra la inmigración ilegal. Luego de que decenas de miles de niños centroamericanos comenzaran a llegar a la frontera de los EE.UU. en 2014, el presidente Obama respondió mediante un pedido de dinero al Congreso para ayudar a mejorar las condiciones en Honduras y El Salvador. Más silenciosamente, su gobierno presionó a México para que intensificara drásticamente su propia aplicación de la ley en la frontera.

Partes de los estados sureños de Chiapas, Oaxaca y Tabasco ahora se asemejan a las comunidades fronterizas de Arizona y el sur de Texas, con una afluencia de agentes federales, puestos de control militarizados e incursiones en hoteles frecuentados por migrantes.

Como resultado de ello, las autoridades mexicanas deportaron cerca de 200,000 personas el año pasado, y entre octubre de 2014 y mayo de 2015 detuvieron a más inmigrantes centroamericanos que la Patrulla Fronteriza de los EE.UU. Defensores de los derechos humanos creen que 2016 será el año con el mayor número de detenciones y deportaciones, y han planteado preocupaciones sobre el trato que reciben los migrantes por parte de las autoridades mexicanas, citando casos de extorsión y abuso. También le han pedido al gobierno mexicano que retrase las deportaciones y apruebe más solicitudes de asilo. El año pasado, sólo 1,207 -de un total de 3,486- fueron concedidas.

Muchos sostienen que la violencia de pandillas es lo que hace del éxodo actual de Honduras y El Salvador algo muy distinto de otras previas migraciones por motivos económicos, e insisten en que los EE.UU. y México deberían reconocer a los inmigrantes de dichos países como refugiados. “Lo que necesitamos ahora es una respuesta humanitaria a la situación en América Central, algo que reconozca una verdad esencial: que pedir refugio o asilo no es ilegal, sino un derecho humano fundamental”, señaló Geoff Thale, director de programas de un grupo de defensa llamado Washington Office on Latin America.

Algunos en México han cuestionado que el país tenga la capacidad de ayudar a los centroamericanos cuando ya lucha por integrar a cientos de miles de deportados propios en los últimos años. Muchos de ellos llegan al país casi sin hablar español, y se enfrentan a barreras burocráticas para asistir a la escuela y encontrar trabajo.

Teófila Montejo De La Cruz, una mujer de 72 años de edad y de Tenosique, se preocupa por su hijo, que vive en Los Ángeles y podría ser deportado durante el gobierno de Donald Trump. La mujer se pregunta si su hijo sería capaz de encontrar un trabajo en México nuevamente.

Montejo se ha convertido en un ángel guardián para los inmigrantes centroamericanos en Tenosique, a quienes da trabajo en su restaurante y los deja dormir en el piso de su tienda de aperitivos. Pese a ello, no cree que México debiera permitir a grandes números de centroamericanos vivir allí. “En algún punto ellos deben volver a su propia tierra”, afirmó.

Por ahora, la mayoría de personas que pasan por su tierra sólo tienen ojos para los EE.UU., tal como Wilmer Mauricio López, de 19 años, y sus dos amigos. López trabajaba como conductor de autobuses en Honduras, pero se cansó de las amenazas de los pandilleros, que “tienen armas, como los policías”, y lo arrinconaban mientras le decían: “O estás con nosotros, o te matamos”. El joven huyó a México.

Recientemente, un día se corrió la voz en el refugio donde él y sus amigos estaban, acerca de un tren que llegaría a Tenosique con destino al norte. El chico sabe que, incluso si llegara a los EE.UU., las autoridades podrían atraparlo y deportarlo. “Pero quiero ir y ver qué pasa”, dice. “Sólo Dios lo sabe”. López y sus amigos recogieron sus pocas posesiones, y se dirigieron hacia las vías.

Traducción: Valeria Agis

Para leer esta historia en inglés haga clic aquí

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