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Los riesgos de presionar demasiado a los hijos en el deporte

Aidan Cullen -en la imagen junto a su padre, Mark- era un triatleta de niño, pero fue diagnosticado con un trastorno neurológico llamado Síndrome de Dolor Central. Aún juega béisbol en Windward.

Aidan Cullen -en la imagen junto a su padre, Mark- era un triatleta de niño, pero fue diagnosticado con un trastorno neurológico llamado Síndrome de Dolor Central. Aún juega béisbol en Windward.

(Mel Melcon / Los Angeles Times)
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La primera lesión de Aidan Cullen fue la pérdida de un diente en una cancha de baloncesto de Brentwood. El niño lo recogió, lo tiró fuera del campo de juego y siguió jugando mientras su padre aplaudía al mayor atleta que había visto en su vida. Aidan tenía por entonces ocho años de edad.

“Debería haberle dicho: ‘Detente, ¿estás bien?’”, dice Mark Cullen, su padre, ahora. “Pero escuchaba que otros padres decían: ‘Guau, qué chico rudo’, y no hice nada”.

En otra oportunidad, el chico se desmayó al final de un partido de fútbol, luego de sufrir agotamiento y deshidratación. A las pocas horas de ello, participó de otro juego mientras su padre disfrutaba de la gloria de su estrella. Aidan Cullen estaba entonces en la escuela media.

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“Pensé que había muerto; entonces me alegré cuando siguió jugando”, dice Mark. “Todo el mundo lo vitoreó tanto; sentí que me aplaudían a mí. Me encantó. Adoraba ese poder”.

Diez años más tarde, esa percepción de estrellato ya no existe, la sensación de poder se ha ido, y lo único que Mark Cullen carga en su gigante bolso deportivo es arrepentimiento. Su hijo Aidan ha experimentado dolor constante por varios años después de ser diagnosticado con una enfermedad causada parcialmente por practicar deportes aun estando lesionado o enfermo. En algún momento pensó en suicidarse; hoy se siente afortunado de poder al menos presentarse para la práctica de béisbol de su secundaria. “Pasé de ser el mejor al peor”, expresa Aidan. “El dolor era tan agudo que no quería estar vivo”.

En todo este tiempo, Mark Cullen sintió un dolor diferente: culpa por la condición de su hijo. También se ha separado de su esposa, Rebecca, después de años de haber sido un marido ausente mientras empujaba a Aidan hacia sus sueños. “Presioné demasiado, hice demasiado, ayudé a quebrar mi familia y hasta puse en riesgo a mi hijo, todo porque me sedujo su talento”, reconoce Mark. “Como padre, eso es devastador, y estoy muy avergonzado”.

Es posible que esa culpa, lejos de ser exclusiva de este padre bien intencionado de Santa Mónica, sea compartida por muchos que no están conscientes al respecto y, por ende, no puedan admitirlo. Se trata del peligroso triunvirato que domina los campos de juego vecinales de todo el país, un demonio de tres cabezas que convierte los partidos infantiles en cruzadas de adultos y las infancias felices en etapas llenas de heridas e inseguridades. Se trata de padres, deportes juveniles y egos.

Se trata de una familia del lado oeste pero también de muchas otras, sólidas y fuertes, que de repente se ven destrozadas por la habilidad de su hijo de patear un balón o encestar un tiro. Es la historia de una lucha, pero también de cada intento de equilibrar la felicidad del niño en los deportes con el deseo de los padres no sólo de promover esa gloria, sino de ser parte de ella.

Mark Cullen, un guionista experimentado, quería comenzar el nuevo año reconociendo que el villano más grande de su historia más importante era él mismo. “Arruiné la carrera deportiva escolar de mi hijo y prácticamente mi vida: una fábula”, se leía en el asunto de un email que envió a este periódico en enero pasado.

En él, el hombre detallaba la historia familiar de un padre que había presionado a su hijo con los deportes hasta el hartazgo y había causado daños duraderos a toda la familia, y accedía a explayarse acerca de su remordimiento incluso a pesar de la vergüenza que podría causarle, en un entorno donde los molestos ‘padres deportivos’ rara vez se responsabilizan por más de un ceño fruncido y un suspiro. “Si puedo ayudar a un padre al menos, para que no cometa los mismos errores que yo cometí, habrá valido la pena”, afirmaba. “Si conocen a alguno, compartan esta historia. Si se están convirtiendo en uno de ellos, lean esto ya mismo”.

El padre había sido atleta. Desde luegoA los 52 años y con seis pies y tres pulgadas de altura, Mark Cullen es una exestrella del baloncesto que fue convocado por UCLA antes de romperse el tobillo. Eventualmente abandonó la idea de practicar deportes y terminó escribiendo para TV y cine. Él y su hermano Robb crearon en conjunto varias series, entre ellas “Lucky”, para FX, pero su breve carrera deportiva siempre siguió azotando en el fondo de su mente. Cuando su hijo Aidan nació, hace 17 años, tuvo una segunda oportunidad.

“Vivía su entusiasmo por los deportes a través de Aidan”, relató su esposa, Rebecca. “Yo quería apoyar a nuestro hijo, así que mantuve la boca cerrada, pero debería haber hablado”.

Aidan comenzó a jugar al baloncesto cuando tenía seis años; tenía el cuerpo de un niño de nueve, y era duro. Perseguía a otros chicos y peleaba por el balón mientras su padre gritaba de alegría. Por su juego rudo fue expulsado de dos ligas juveniles del lado oeste; su entrenador jamás lo disciplinaba: era su padre.

“Yo pensaba, voy a entrenarlo porque no quiero que nadie lo arruine”, dice Mark. “Resulta que lo arruiné yo mismo”.

Aidan finalmente empezó a practicar tres deportes; su padre estaba siempre en la cancha o en las gradas, lo cual significaba que podían pasar ocho horas al día juntos en varios campos de juego de toda la región, mientras Rebecca y Beckett, el otro hijo de la pareja -ahora de 14 años-, estaban en casa. Aidan se estaba convirtiendo en una estrella del vecindario, pero el costo aumentaba día a día.

“Simplemente no había tiempo ni esfuerzo para conectar como pareja o como familia”, continuó Rebecca. “El deporte era todo; era realmente ridículo”.

Mientras el chico avanzaba, la participación de Mark crecía también; le gritaba a su hijo desde el banquillo, lo sacaba del juego si cometía un error, alegaba que ese doble podría haber sido un triple si Aidan se hubiera esforzado más en la práctica. “Yo sólo quería jugar bien para hacerlo feliz”, reconoce el niño. Cuando el juego finalizaba, el estrés crecía. El mayor temor de Aidan era la vuelta a casa. “En el medio del juego pensaba en el viaje de regreso a casa; cómo podía salvarme de ello, cómo podía evitar que me gritara”, dice.

Varios hombres que entrenaron equipos con Cullen concuerdan en que él era exigente, pero ninguno lo describió como un loco. “Mark es un padre súper duro e intenso, pero lo peor para mí es que hay otros peores”, resaltó Matt Steinhaus, exentrenador de la liga juvenil y actual director atlético y entrenador de béisbol de New Roads School.

Cuando Aidan se matriculó en Windward School, en séptimo grado, las lesiones y el esfuerzo excesivo finalmente empezaron a mostrar consecuencias. Su cuerpo comenzó a doler y nunca dejó de hacerlo. El dolor se inició en las rodillas, luego pasó a la espalda y, finalmente, dio por terminados sus sueños. “Desde niño, Aidan era una especie de semental”, cuenta Tyrone Powell, el director atlético de Windward. “Pero en octavo grado, todo eso había desaparecido”.

A menudo comenzó a estar muy lesionado para practicar. Algunos días sentía tanto dolor que no podía levantarse de la cama. “Pensaba: ‘¿Me sentiré así el resto de mi vida?’”, relata el chico. “Por un año entero, todos los días quería suicidarme”.

Cuando llegó la primavera de su primer año de preparatoria, finalmente fue diagnosticado con un desorden neurológico llamado Síndrome de Dolor Central, una condición que daña el sistema nervioso central y puede causar dolor constante. Los médicos le dijeron a Cullen que una de las causas de ello era que Aidan había jugado lesionado casi constantemente.

Así, el chico abandonó los deportes durante varios meses y comenzó a lidiar con la enfermedad, con una combinación de medicamentos y terapia física. Eventualmente logró sentirse mejor, y su amor por el béisbol lo llevó a reunirse con el equipo de Windward este otoño, para su temporada sénior. Pero las heridas persistentes han vuelto, y su contribución será limitada. “Él intenta jugar, pero le resulta físicamente complejo”, afirma Powell. “Nunca pondríamos en el campo de juego a un niño que no esté listo a nivel físico”.

Mark Cullen ahora comprende esto. Sacó a relucir su historia con la esperanza de compartir este entendimiento con otros. “La razón por la cual hago esto es porque amo mucho a mi hijo, lo adoro; estoy tan orgulloso de él por sobreponerse a esta brutal enfermedad que yo mismo podría haberle causado”, dice. “Quiero que los padres entiendan que estamos presionando demasiado a nuestros niños. No se sumen a los viajes de las ligas; no jueguen todo el año. Los chicos encontrarán su camino”.

Este invierno, Aidan recibió una carta importante, pero no vinculada con el deporte. Era una nota de la Universidad de Nueva York, que avisaba de su ingreso a la Escuela de Artes Tisch, donde estudiará su nueva pasión: la fotografía. Después de oír la noticia, Mark volvió brevemente a sus viejos hábitos de preguntar: ‘Esto es genial… ¿Qué tal es su equipo de béisbol?’. Aidan, con fuerzas renovadas, le respondió: “No sé si voy a jugar”.

Mark respiró hondo y, con su nuevo umbral de aceptación, finalmente esbozó una sonrisa. “Está bien”, le dijo a su hijo.

Traducción: Valeria Agis

Para leer esta historia en inglés haga clic aquí

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