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Los Ángeles, el único lugar en los EEUU donde se puede obtener una maestría en yoga

Yogis can now obtain a master of arts in yoga studies at Loyola Marymount University.

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Ana Funes reunió a su clase de yoga del oeste de L.A. en un círculo en el piso. Dobló su rodilla derecha y dio instrucciones a sus estudiantes para que gatearan “como un bebé”.

Pero su clase no es del estilo “namasté” y perro hacia abajo, un estilo tan familiar en Los Ángeles como lo es respirar.

Funes es profesora de filosofía en la Universidad Loyola Marymount (LMU, por sus siglas en inglés). Allí, se sienta debajo del pizarrón blanco, lleno de diagramas y palabras en sánscrito. Sus estudiantes han pasado más de una hora examinando el “Hatha Yoga Pradipika”, un manual del siglo XV, y ahora están ansiosos por entender cómo este antiguo texto puede ser traducido a la experiencia física. La clase es de una maestría en estudios de yoga, y ocurre en la única universidad en el país en donde es posible hacerlo.

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Cuarenta millones de personas en los Estados Unidos afirman practicar yoga- el doble de gente que hace cinco años- pero ¿cuántos de ellos realmente aprenden qué es y de dónde viene? Es una área de estudio importante, señalan los pocos estudiantes de la clase (aunque la cantidad va en aumento). Después de todo, Mohandas Gandhi practicó yoga; está asociado con el cambio social, la empatía, la salud y es enormemente popular.

Estudiantes de primer año de la maestría en yoga escuchan a la maestro Ana Funes en la Universidad Loyola Marymount, en Los Ángeles. (Gary Coronado / Los Angeles Times)

Estudiantes de primer año de la maestría en yoga escuchan a la maestro Ana Funes en la Universidad Loyola Marymount, en Los Ángeles. (Gary Coronado / Los Angeles Times)

(Gary Coronado / Los Angeles Times)

“Yo estoy personalmente sorprendida de que no haya más programas de posgrado en el estudio del yoga, puesto que hablamos de un fenómeno de transición”, señaló Andrea Jain, subdirectora de yoga en la unidad de teoría y práctica de la Academia Americana de Religión, cuyos miembros enseñan religión en escuelas, seminarios y colegios en el país. “No se nos ocurre como eruditos, aprovechar esa tendencia y demanda cultural”. Hay un puñado de otros programas de maestría en yoga en todo el mundo, incluido uno en la SOAS Universidad de Londres (anteriormente conocida como la Escuela de Estudios Africanos y Orientales), pero los estudiantes dicen que LMU se destaca.

En su programa, que inscribió a sus primeros estudiantes hace cuatro años, las clases son difíciles; las discusiones son filosóficamente complejas. Los estudiantes estudian gramática en sánscrito, anatomía e historia. Estudiantes cada año abandonan el estudio cuando se dan cuenta de las cantidades de lectura y redacción que están involucradas.

En la universidad católica tomó tiempo conseguir apoyo para dicho programa. Cuando el profesor de teología comparativa Christopher Chapple, quien ha practicado yoga desde sus 15 años, presentó la idea por primera vez, hace dos décadas, mucha gente todavía pensaba en el yoga como un tipo de culto, o lo infravaloraba como una de esas ‘cosas’ que hacen las amas de casa suburbanas.

Chapple fue contratado en 1985 para enseñar todas las religiones no católicas, de acuerdo con la proclama del Papa de “reconocer, preservar y promover” el Dios que se encuentra en otras tradiciones.

El profesor creó el programa de estudios de Asia; después dos programas de maestría en teología. En 2002, en la escuela de extensión escolar de LMU, introdujo el programa de certificación en terapia de yoga, que fue muy popular y que obligó a comenzar otros cinco programas adicionales, como ‘Yoga y las ciencias de sanación’, y ‘Yoga, meditación y cambio social’.

Parte del argumento de Chapple ante LMU fue la profunda conexión de L.A. con el yoga, ya que la ciudad fue el hogar de algunos de los primeros yoguis que vinieron a América; sólo el lado oeste del país tiene cientos de instructores certificados en sus diversas formas. “Los Ángeles”, dijo, “realmente es un laboratorio perfecto para enseñar esta práctica”.

El yoga comparte valores fundamentales con el budismo y, como el hinduismo, reconoce a los vedas como una fuente autorizada, expresó Chapple. Pero se entiende mejor no como una religión, sino como un sistema de prácticas espirituales.

Sus orígenes e historia -que datan de miles de años- son ricos y con sed de transmisión. Y sus disciplinas van más allá de las posturas físicas (asanas) e incluyen técnicas de respiración (pranayama), meditación (dhyana) y otras actividades que conectan cuerpo y mente. La palabra en sí, yoga, proviene de la palabra en sánscrito yuj, que significa unirse o aplicarse. Los practicantes modernos, como B.K.S. Iyengar, T.K.V. Desikachar y Yogi Bhajan, que popularizó el Kundalini Yoga, extendieron sus propias aplicaciones e interpretaciones a miles de personas.

“Se necesita a alguien como Chris para unir el lado académico con la práctica, y seguir empujando”, aseguró Andrew Tanner, de Yoga Alliance, que supervisa los estándares de formación de maestros de yoga en los Estados Unidos. “La comercialización del yoga a veces se interpone en el camino de este discurso superior”.

En LMU, estudiar yoga toma dos años y las clases están más en los libros que en la alfombra. Cinco profesores -dos a tiempo completo, tres a tiempo parcial- guían a unos 30 estudiantes a través de numerosas disciplinas. Los alumnos estudian ciencias de la salud, aprenden sánscrito para leer los “Yoga Sutras”, los “Upanishads” y el “Bhagavad Gita” en su idioma original. Se enfrentan a la filosofía oriental y a numerosas teologías indias.

Julia Kasza, quien cursará su segundo año, pasó cuatro horas a la semana este año estudiando gramática y vocabulario sánscrito para sus lecturas en una de sus clases, y muchas más horas tratando de comprender las filosofías sobre las que leía. “Todos estos conceptos son tan nuevos; tengo que leer y releer sólo para poder hablar de ello de una manera que me permita producir el pensamiento necesario para que realmente tenga sentido”, aseveró, después de una particularmente desafiante clase de sánscrito. Una palabra, dijo, podría abarcar un concepto entero, y con muchas capas diferentes,

Kasza y sus compañeros de clase -que, como estudiantes de pregrado estudiaron religión, psicología social, negocios, arte- vienen de toda América, así como de España, Inglaterra, China. Han organizado entrenamientos de yoga para reclusos, enseñado en casas de transición y creado programas de manejo del estrés para trabajadores sociales. Un alumno desarrolló un plan de estudios de yoga para los colegios comunitarios; otro espera hacer del yoga parte de la atención hospitalaria.

Muchos llevan lo que aprenden cada semana a las clases que se enseñan por la ciudad. “Vamos a calentar la columna vertebral”, dijo Rob Zabel, quien acaba de graduarse este mes, a los estudiantes en su clase regular en el centro de L.A., mientras les ordenaba arquear sus espaldas descansando sobre sus manos y rodillas. La habitación iluminada por el sol, dentro de un edificio histórico remodelado, vibraba de una respiración intencionada, como si todo el grupo estuviera tratando de empañar un espejo.

Zabel mantuvo los ojos cerrados mientras utilizaba lo que había aprendido en la clase de anatomía para guiar los pensamientos de sus estudiantes a las cinco vértebras de la parte inferior de la columna; luego a lo largo de las 12 costillas, y finalmente a las siete vertebras que conducen al cuello. Contó en sánscrito: treeni, dve, ekam.

Antes de asistir a LMU, Zabel, graduado de Pitzer College, había completado tres programas de entrenamiento para profesores de yoga. Pero quería más; el programa de LMU, dijo, le permitió estudiar más en profundidad -los textos originales, los antepasados, los conceptos de la práctica- y objetivamente, como un académico.

“Para aprender muchas de estas cosas, básicamente tienes que unirte a uno de estos grupos con un linaje y practicarlo como tu propia religión. Hay muchos estudios de yoga donde realmente no quieren enseñarte nada que se parezca vagamente a una religión y te asustan”, relató. “Es bueno poder obtener una versión sin censura del yoga, sin agenda”.

Después de su maestría, Zabel espera obtener un doctorado en historia o estudios religiosos. En el futuro le encantaría enseñar en una universidad. “Es importante elevar el nivel de información”, expuso.

Abbie Britton, quien obtuvo su licenciatura en Barnard, comentó que al principio le daba vergüenza contar a la gente el tema de su maestría. Pero cuando habla de sus estudios en conferencias, “todo el mundo lo entiende”. “Necesitamos una nueva forma de cruzar la religión con la vida cotidiana”, afirmó Britton una tarde, mientras ella y sus compañeros estaban reunidos en los sofás de Theology Village, en LMU. “Esta idea de la erudición en las tradiciones espirituales, creo, es el futuro en la teología y los estudios religiosos”.

Una prueba clave para un nuevo título, sin embargo, es si los graduados obtienen puestos de trabajo o son tomados en serio cuando solicitan ingreso a los programas de doctorado.

En la actualidad, cada vez más estudiantes de doctorado en religión investigan el yoga, y como el programa de LMU continúa generando graduados, la estatura académica del yoga probablemente crecerá, estimó Jain, de la Academia Americana de Religión, quien enseña en la Universidad de Indiana- Universidad Purdue, en Indianápolis.

Chapple espera crear una nueva generación de líderes del pensamiento y de eruditos del yoga -no de instructores físicos- que quizás podrían convertirse en profesores permanentes. “Nuestros estudiantes provienen de todos los ámbitos de la vida, de diferentes áreas académicas. Son personas de 20, 30, 40, 50 y 60, y lo que encuentran en común es este amor por el aprendizaje “, dijo. “Es este amor por lo que es posible con el pensamiento humano, y lo que es posible en términos de lograr positividad en el mundo”.

Al otro lado de la ciudad, en las escaleras del edificio de educación física de USC, el graduado de LMU Andre Haralyi se sentó con las piernas cruzadas una tarde mientras pensaba en su nueva posición como profesor de yoga a tiempo completo en la universidad estatal. Ocho clases por semestre, 240 estudiantes, la oportunidad de enseñar a una nueva generación que el yoga es más que sólo un estiramiento, tener buenos abdominales o llevar la ropa adecuada, afirmó. Hay tanto que puede compartir con ellos de su propia experiencia.

Un accidente de patineta hace 17 años lo llevó a explorar los aspectos meditativos del yoga, lo cual finalmente le llevó a abandonar su hogar en Brasil en busca de otras comunidades de práctica del yoga. Fue en una conferencia internacional en India cuando escuchó por primera vez del programa de LMU. “Así empezó mi viaje, que me ha traído aquí”, expresó, cerrando sus ojos.

Traducción: Diana Cervantes

Para leer este artículo en inglés, haga clic aquí

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