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Lo único que bloqueará el muro de Trump es el sentido común

Los EE.UU. (izquierda de la valla) y México (derecha), justo en la frontera, al sur de Bisbee, en el condado rural de Cochise, Arizona, el 25 de enero pasado.

Los EE.UU. (izquierda de la valla) y México (derecha), justo en la frontera, al sur de Bisbee, en el condado rural de Cochise, Arizona, el 25 de enero pasado.

(Katie Falkenberg / Los Angeles Times)
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El gobierno de Trump está aceptando propuestas de contratistas para los diseños preliminares y prototipos de las primeras secciones de su promocionado muro fronterizo con México.

De construirse, el proyecto será un despilfarro de proporciones mayúsculas, y probablemente se convertirá en una ridiculez histórica. ¿Por qué? Porque la tonta pared de Trump no puede abordar gran parte del problema que intenta solucionar.

Es difícil contar con precisión a las personas que se esconden en las sombras, pero el estimado más cercano sitúa a la población actual de inmigrantes indocumentados en los EE.UU. entre los 11 y los 12 millones de personas.

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El instituto Pew Research Center reporta que una larga tendencia de crecimiento en la inmigración no autorizada comenzó alrededor de 1990, cuando la población indocumentada era de unos 3.5 millones, y luego aumentó constantemente hasta alcanzar un máximo de 12.2 millones en 2007. Desde entonces, ha descendido a la cifra estable de 11.7 millones. Pero estas personas, evidentemente, ya están aquí; alrededor de tres cuartas partes de ellas han vivido en los EE.UU. por más de una década, y apenas el 14% han estado aquí por menos de cinco años.

Nuestros vecinos indocumentados no están recién llegados.

Pew sostiene que la inmigración no autorizada neta ha cambiado en los últimos años, y más mexicanos han dejado el país en comparación de aquellos que han llegado, una consecuencia de la lenta recuperación económica de la recesión estadounidense entre 2007-2009 y de la mejora en los empleos mexicanos. Del mismo modo, la Patrulla Fronteriza ha registrado una disminución en las aprehensiones a lo largo de la frontera con México, de un promedio de 1.16 millones al año entre 2000 y 2006, a 858,638 en 2007, y finalmente a 327,577 en 2011.

Impulsadas en parte por una afluencia de niños y familias de Centroamérica, quienes tienden a entregarse a su llegada para solicitar asilo, las detenciones escalaron a 408,870 el año pasado. Debido a esa disminución del flujo humano, y al hecho de que salen más personas de las que ingresan, construir un muro cuyo costo, según estima el Departamento de Seguridad Nacional, sería de unos $21,600 millones de dólares (aunque otros consideran que sería aún más elevado), difícilmente valga la pena.

Trump ha exprimido el melodrama de la pared fronteriza, pero ignora la probabilidad de que ésta sería ineficaz para impedir que la gente ingrese al país sin permiso. Las rutas de migración humana son como los ríos: si hallan un obstáculo, el flujo encuentra otra forma de abrirse paso. Por lo tanto, un nuevo muro sólo conducirá a los contrabandistas a hallar nuevas rutas y métodos -aviones, barcos, escaleras de 31 pies para un muro de 30 pies de altura-, incluso mientras se sucede la construcción, subvalorando aún más la confianza en la efectividad de esta barrera. La pared de Trump tampoco abordaría el crecimiento de la inmigración indocumentada desde Asia, que supera a la proveniente de América Latina.

Quizás lo más importante sea que un muro no puede hacer nada para detener la creciente tendencia de las personas de ingresar al país con autorización (a menudo por avión) para luego perpetuarse aquí, lo cual representa hasta la mitad de la inmigración indocumentada, según estimaciones.

Es cierto, acabar con el problema de las estadías rebasadas es un tema difícil. El gobierno ya registra quién entra al país e incluye la toma de huellas dactilares de los no ciudadanos. Sin embargo, aún debe averiguar con claridad cuándo estos visitantes se van. El Congreso ordenó un sistema de “entrada-salida” en la Reforma de Inmigración y la Ley de Responsabilidad Inmigratoria de 1996, y renovó el pedido después de los ataques del 11 de Septiembre, debido a que al menos cinco de los terroristas poseían visas expiradas. Sin embargo, la implementación de ésta ha resultado excesivamente difícil, y los gobiernos de Clinton, Bush y Obama no lograron llegar a un sistema viable, a pesar de gastar $600 millones en proyectos piloto.

Si bien la recopilación de información biométrica puede ser relativamente simple en las terminales aeroportuarias internacionales, los desafíos se hacen monumentales en los cruces terrestres, donde unos 119 millones de personas dejan el país cada año sin ninguna interacción con la Patrulla Fronteriza de los EE.UU. (los viajeros no son entrevistados por agentes mexicanos ni canadienses al ingresar a esos países). Por ello, los EE.UU. tendrían que construir puntos de control en cada cruce, muchos de los cuales carecen de espacio para tal expansión y harían aún más lento y frustrante el cruce de la frontera. También sería caro: alrededor de $7,000 millones.

Entonces, el gobierno debería crear o ampliar programas para comprobar los egresos con cada ingreso; averiguar quién ha sobrepasado su permiso de estadía y rastrearlo.

En algún momento, el gobierno necesita ser honesto acerca de lo que es posible, y lo que es deseable, al abordar la inmigración no autorizada. Los contribuyentes, por su parte, deben decidir cuánto están dispuestos a gastar para qué resultado, y por dónde pasa la línea entre lo razonable y lo ridículo.

Traducción: Valeria Agis

Para leer esta historia en inglés haga clic aquí

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