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La gentrificación llega a Boyle Heights, pero la comunidad sabe como resistirla

Durante 50 años Las Palomas, en Boyle Heights, fue un universo de inmigrantes mexicanos que bebían cerveza en serio luego de un duro día de trabajo.

Durante 50 años Las Palomas, en Boyle Heights, fue un universo de inmigrantes mexicanos que bebían cerveza en serio luego de un duro día de trabajo.

(Wally Skalij / Los Angeles Times)
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Por más de 50 años, la pequeña cantina pudo más que la modernidad. Las Palomas, en Boyle Heights, era un universo de inmigrantes mexicanos, que bebían cerveza en serio luego de un duro día de trabajo. No era un lugar especialmente grandioso o cool, ni siquiera en el sentido retro que los hipsters atribuyen a estos sitios, levemente perfumados de peligro.

Pero tenía la especial habilidad de sobrevivir, incluso luego de que esta franja occidental de 1st Street, con sus inclinadas vistas del centro de Los Ángeles, comenzara a convertirse en un lugar moderno. Cuando la vinoteca Eastside Luv se mudó justo al lado, atrayendo a jóvenes profesionales –los hijos de los inmigrantes-, el bar del barrio siguió siendo un refugio para los mariachis, que bebían allí ese último trago antes de despedir el día.

Ahora, Las Palomas cerró sus puertas para siempre. Los letreros de neón intermitente de ‘Tecate’ y ‘Corona’ que estaban allí quedaron en manos de sus más leales clientes. En esta pequeña esquina de Boyle Heights, al menos, la tabla de posiciones indica: Futuro 1 vs. Pasado 0.

Durante años, Boyle Heights fue un vecindario recluido en una etapa inicial de la gentrificación, o ‘genteficación’, un término acuñado para reflejar el cambio impulsado especialmente por los latinos con raíces en esta zona del este.

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Boyle Heights no había visto de cerca la gentrificación, como Silver Lake y Highland Park, o incluso zonas como Lincoln Heights, una comunidad mayormente mexicano americana pero con más diversidad étnica, racial y socioeconómica, y con una mayor cantidad de casas de estilo victoriano del siglo XIX y principios del XX. Es difícil imaginar un barrio que haya ofrecido una mayor resistencia a la gentrificación que éste.

La sensación de que este proceso estaba a la vuelta de la esquina se cernió sobre Boyle Heights por años. Mucho se ha hablado acerca de transformar el gran edificio art déco de Sears, Roebuck & Co., en Olympic Boulevard, en un complejo de condominios, locales comerciales y restaurantes. “Creo que parte del tema es que mucha gente se ve forzada a dejar sus vecindarios y viene aquí, entonces no quiere volver a pasar por lo mismo”, afirmó Erik Huerta, quien se trasladó a esta comunidad cuando tenía siete años, se fue más tarde y ahora regresó. “Es como el último bastión. Aquí se mantiene la bandera en alto”.

Conrado Herrera, propietario del edificio que albergó Las Palomas y también Eastside Luv, dice que el vecindario está cambiando y que sus negocios deben cambiar con él. “Siempre hay que dar espacio a todos en la comunidad, pero también enfrentar lo que tenemos delante”, expresó Herrera, oriundo de Boyle Heights.

Ocho años atrás, mientras el tren de la Línea Gold estaba a punto de correr por la columna vertebral de 1st Street, Gloria Molina, por entonces supervisora del condado de Los Ángeles, fue contundente: “Naturalmente, estos vecindarios se verán gentrificados. Pero esto sólo ocurrirá de la noche a la mañana si así se lo permitimos a los desarrolladores”.

Este barrio, que alguna vez fue un punto de aterrizaje no sólo para mexicanos, sino también para japoneses, rusos, italianos y judíos, fue percibido durante mucho tiempo como un área al borde de la próxima metamorfosis.

En diciembre pasado, un grupo de universitarios que se aventuró en un recorrido a pie por Boyle Heights fue echado por la organización activista Serve the People LA, que escribió en su blog que la comunidad estaba siendo “atacada por la gentrificación y debía ser defendida”.

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La organización describió a los visitantes como “un grupo diverso, pero formado mayormente por blancos, que incluía a varios estudiantes de planeamiento urbano de UCLA”.

Facundo Rompe, miembro de Serve the People L.A., afirmó que ellos se reunieron con el grupo de caminantes antes del incidente para expresar su preocupación y pedirles que no visiten Boyle Heights. “Nosotros debemos defender Boyle Heights a toda costa. Si esto significa que algunas personas se molesten o se sientan amenazadas, así será”, aseguró. Rompe, quien emplea un apodo como activista, afirmó que le gustaría ver que más gente adopta estrategias y tácticas “para militar en contra de la gentrificación”.

Pero otras personas en el vecindario sienten que esas medidas son extremistas y no reflejan el sentir de la comunidad. Ralph Carmona, quien perteneció al directorio de la Cámara de Comercio de Boyle Heights por 25 años, expresó que “la militancia es [generada] usualmente por personas que no representan la amplia mayoría. Quizás hay gente que tiene simpatía por ello... pero eso no significa que el tema tendrá algún impacto”.

En los primeros 11 meses del pasado año, el precio de venta promedio de viviendas en el código postal 90033 -que representa la mayor parte de Boyle Heights- fue de $290,000; cerca de un 11.5% más si se lo compara con el mismo período del año anterior, según datos de CoreLogic, una empresa de datos y análisis de bienes raíces con sede en Irvine.

Camilo Valentín, un agente inmobiliario que vive en Lincoln Heights y cuya área incluye Highland Park, El Sereno, City Terrace y Boyle Heights, afirmó que Boyle Heights aún no está preparado un cambio que viene demasiado rápido, pese a la fuerte disminución en los delitos violentos –incluyendo aquellos cometidos por pandillas- durante la última generación. Pese a todo, Valentín cree que el cambio es inevitable.

En una reciente ‘jornada de puertas abiertas’ de viviendas en venta en Boyle Heights, Valentín detectó que el 80% de los interesados eran de raza blanca; sólo el resto fueron latinos. El especialista inmobiliario agregó que algunos “están dispuestos a vivir temporariamente en una zona algo áspera, a sabiendas de que, en los próximos tres o cuatro años, el vecindario cambiará drásticamente”.

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“Highland Park no opuso mucha resistencia. Esa zona cambió completamente en el curso de un año”, señaló Valentín. “Tomó a todo el mundo por sorpresa. Pero en Boyle Heights eso no ocurre porque es un vecindario muy, muy arraigado a sus costumbres”.

Cuando los propietarios blancos de Indie Brewing Co. presentaron a la Cámara de Comercio su propuesta para incluir una sala de degustación, llevaron con ellos a su consultor, Ulisses Sánchez, criado en Boyle Heights. “Este es un proceso comunitario, especialmente en este vecindario”, le dijo Sánchez a los miembros de la Cámara. “Y aquí ha habido un gran esfuerzo para proteger la cultura”.

Los planes de Indie Brewing Co. incluyen piezas de arte comunitario en las paredes del salón de degustación. La compañía quiere reunirse con organizaciones locales de Boyle Heights en busca del apoyo que necesitan para instalar la nueva sala. “Queremos ser aceptados por la comunidad; no queremos simplemente avasallarlos”, afirmó Kevin O’Malley, parte del equipo de la cervecera. “Es fácil darse cuenta de que esta comunidad es muy protectora, y hay una gran cantidad de historia y cultura aquí... Nosotros queremos encajar en esa cultura”.

Si desea leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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