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Ganen o pierdan, los demócratas se enfrentan a una seria batalla por su identidad

La candidata presidencial demócrata, Hillary Clinton, y el senador de Vermont Bernie Sanders, se abrazan durante un mitin de campaña en Raleigh, Carolina del Norte, el jueves.

La candidata presidencial demócrata, Hillary Clinton, y el senador de Vermont Bernie Sanders, se abrazan durante un mitin de campaña en Raleigh, Carolina del Norte, el jueves.

(Jewel Samad / AFP-Getty Images)
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Las multitudes y las demostraciones de unidad demócrata en torno a Hillary Clinton, a medida que la campaña termina, han oscurecido una realidad más despareja: más allá del resultado de hoy, el partido se enfrenta a una lucha por definirse a sí mismo.

Sus divisiones pueden ser menos dramática que la paralela lucha de los republicanos, pero los demócratas se enfrentan a cismas tanto ideológicos como generacionales.

Esto sugiere un arisco potencial para Clinton, incluso si se acerca a una victoria en las elecciones de este martes: su presidencia podría quedar atrapada entre los republicanos que tienen menos razones para cooperar y un cuerpo de demócratas reacios a comprometerse, ambos lados jugando para bases opuestas.

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Para ganar la nominación del partido, Clinton tuvo que moverse hacia la izquierda en pos de aplacar a los demócratas atraídos por su retador, el senador de Vermont Bernie Sanders. Se ha intentado disimular sus diferencias de camino a las elecciones generales, y la mayoría de los partidarios del senador se han sumado a Clinton, pero las intenciones de la candidata siguen siendo sospechosas para muchos en el ala izquierda del partido.

Sanders dejó en claro que no dudará en enfrentarse a una potencial presidente Clinton, una postura que también podría seguir otra incondicional de la campaña, la senadora Elizabeth Warren, de Massachusetts.

Los republicanos ya han hablado de bloquear posibles iniciativas de Clinton; varios senadores del partido han sugerido que podrían tratar de evitar cualquier confirmación en la Corte Suprema durante sus cuatro años de mandato presidencial.

Ese tipo de dilemas sería históricamente familiar: los presidentes que suceden a un mandatario de su propio partido en repetidas ocasiones han tenido dolores de cabeza por situaciones similares. George H.W. Bush, Harry Truman y William Howard Taft son buenos ejemplos de ello.

El sucesor del presidente hereda todas las cuestiones que el predecesor no pudo resolver, y normalmente se enfrenta a la presión interna del partido para avanzar como nunca en el logro de sus demandas. La ambición que fue reprimida por años busca, inevitablemente, otra salida para cambiar la dirección del partido.

En el caso de los demócratas, ya este año han demostrado estar cada vez más alineados con sus ideas de izquierda. Esto es particularmente cierto entre los votantes jóvenes, quienes son menos pragmáticos que los mayores, aparentemente más favorables hacia el gobierno activista y consideran a los políticos de centro, como Clinton, como ‘faltos de principios’.

El cambio generacional no sólo se da entre los votantes, sino entre los líderes partidarios. El vicepresidente, Joe Biden, y el líder del Senado, Harry Reid, están a punto de jubilarse, y otros líderes -aún con poder- han envejecido. La mayoría de ellos, como Clinton, llegaron a la mayoría de edad cuando los demócratas fallaban en las carreras electorales más importantes y descubrieron que el compromiso les proporcionaba una mayor audiencia.

“Clinton representa un resquicio de una generación anterior de líderes demócratas”, señaló el politólogo Brendan Nyhan, de Darthmouth. Al postularse a la presidencia, “ella evitó que surgiera una nueva generación después de Obama. En algún punto, el partido debe dar vuelta la página y comenzar a definir cómo luce la era post-Clinton y post-Obama, algo que aún no está claro”.

La próxima redefinición se hace eco de las batallas de los años 1980 entre la clase dirigente demócrata y los jóvenes, más liberales. Una sucesión de pérdidas presidenciales forzó un recuento que, en 1992, llevó a un compromiso modelo: la nominación y eventual elección de un demócrata joven, pero más moderado, Bill Clinton, quien llevó el partido hacia el centro.

Ese movimiento le aseguró dos mandatos, pero marcó el comienzo de un período de gobierno que se volvió en contra de su esposa en la campaña actual. Sanders golpeó a Clinton durante las primarias con dos medidas apoyadas en los años 1990 -cambios que endurecieron el sistema de justicia penal y limitaron el bienestar social-, que en el ambiente demócrata actual suenan como equivocadas para muchos votantes.

La candidata también tuvo dificultades en las primarias por otro remanente de esa época; su insistencia en que sus propuestas recortan el presupuesto. Su preocupación por el déficit llevó a Clinton a firmar inicialmente una propuesta más estricta de matrícula universitaria que Sanders. La comparación la hizo lucir menos entusiasta respecto del tema, que ocupaba un lugar destacado entre las preocupaciones de los seguidores del senador, jóvenes y liberales.

Del mismo modo, declinó en las primarias a firmar un llamamiento de Sanders para subir el salario mínimo a $15 en todo el país, y prefirió en cambio abogar por un aumento nacional más pequeño, con la opción de que cada estado considere llegar a $15.

Desde entonces, la nominada demócrata modificó muchos de sus planes para acercarse a Sanders y sus partidarios. Ahora afirma en eventos que su programa de matrícula universitaria fue creado por ambos. Pero las dudas acerca de sus convicciones tradicionalistas siguen, como quedó claro el pasado sábado en Iowa, cuando un estudiante que presentó a Sanders en un evento de campaña a favor de la candidata, aprovechó la oportunidad para rezongar.

El estudiante, identificado por el Iowa State Daily como Kaleb Vanfosson, expresidente del club Students for Bernie, le dijo a la audiencia que Trump era “una estrella de TV a medio tiempo, y un racista a tiempo completo”, a quien no le interesan las deudas de los estudiantes. “Desafortunadamente, a Hillary tampoco le interesa este tema”, agregó. “Lo único que le importa es complacer a sus donantes, los multimillonarios”. Rápidamente fue escoltado fuera del escenario.

Sanders no secundó la crítica, pero tampoco se comprometió a llevarse bien con su antigua oponente. En una entrevista, realizada el mes pasado con el Washington Post, afirmó que presionaría a Clinton para que no designara a personajes de Wall Street en el Departamento del Tesoro y otros cargos. “Estaré enérgicamente en oposición a ello, y lo voy a hacer con claridad”, afirmó.

Clinton viajó a Cleveland el domingo para aparecer con la estrella de los Cavaliers, LeBron James, en un esfuerzo por superar la línea de meta en el disputado Ohio. Desde allí, prometió darle un fuerte impulso a las políticas que apoyan los elementos más liberales de su partido.

Como un eco de Sanders, se comprometió a obligar a los ricos y las corporaciones a “pagar su parte justa” -para ahorrarle a la mayoría de los estadounidenses un aumento de impuestos- y dijo que impulsaría a los miembros del Congreso a tomar una posición pública a favor de la clase media. “Les diré: ‘¿De qué lado está usted, Sr. o Sra. miembro del Congreso?’”, afirmó. “¿Usted apoya a las cinco personas de su distrito que tendrán un aumento de impuestos, o apoya a las 500,000 que no lo tendrán?’”.

Si el problema inmediato de Clinton es acorralar a los miembros del Congreso, el tema a más largo plazo para los demócratas son los votantes jóvenes, que tienen menos apego al partido que sus antepasados.

Un estudio de 2015 de Pew Research descubrió que entre los menores de 35 años, el 41% se identifican como independientes. Sólo el 35% de ellos se consideran demócratas, y el 22% republicanos.

Los demócratas se han beneficiado de ello hasta este punto porque esos votantes de mentalidad independiente sienten un profundo rechazo por las políticas sociales conservadoras del partido republicano. Los independientes apoyan el derecho al aborto y los derechos de los homosexuales, entre otros varios temas que los distinguen de los republicanos.

Pero, para ganar, los demócratas requieren de coaliciones, y los miembros de éstas abogan cada vez más por cosas diferentes. Los blancos universitarios que viven en los suburbios y le han dado a la campaña de Clinton un ascenso en puntos importantes buscan la moderación. Los votantes trabajadores que se inclinaron por Trump este año buscan un renacimiento económico de los trabajos. Finalmente, los jóvenes quieren mirar hacia adelante en temas como el cambio climático y la economía impulsada por la tecnología.

Apaciguarlos a todos pondrá a prueba a Clinton, si ella -como siempre lo dice- ‘tiene la suerte de ser elegida’. Los resultados del martes afectarán inevitablemente el momento de la definición demócrata. Si Clinton gana y los republicanos, tal como ya han prometido, la entierran en sus investigaciones, el partido podría unirse. Pero no habrá mucho tiempo hasta las elecciones de 2018, en la cual los demócratas seguramente sufrirán pérdidas, lo cual podría reabrir la discusión pública. Por otro lado, si este martes Clinton pierde, la conversación comenzará el mismo miércoles por la mañana.

Traducción: Valeria Agis

Para leer esta historia en inglés haga clic aquí

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