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El estrés puede borrar los beneficios de una dieta saludable en las mujeres, sostiene un nuevo estudio

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La vida, a veces, frustra nuestras mejores intenciones. Una nueva investigación acerca de las mujeres, el estrés y la dieta ilustra ampliamente este triste hecho. El informe muestra que, incluso cuando las mujeres comiencen cada día con el mejor de los desayunos, las cualidades saludables de esa comida serán arrastradas por los efectos de las tensiones del día anterior.

Para las mujeres que reportaron no haber sufrido estrés el día antes del estudio, tomar un desayuno formulado con grasas saludables tuvo sus ganancias: en comparación con aquellas que habían ingerido alimentos con grasas saturadas, después de comer estas mujeres no presentaban marcadores de inflamación -medidas fuertemente vinculadas a una amplia gama de enfermedades-.

Pero el sufrimiento de un día lleno de complicaciones -preocupaciones financieras, problemas de salud de los niños, la necesidad de estar en dos sitios a la vez- borraba las diferencias entre quienes comían aceites saludables y quienes recibían un desayuno con grasas saturadas, más comúnmente relacionadas con la enfermedad cardíaca.

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Esos resultados, publicados el martes en la revista Molecular Psychiatry, ayudan a iluminar las complejas interacciones entre lo que comemos, cómo vivimos y el desarrollo de enfermedades crónicas como la diabetes, condiciones del corazón o depresión. En el núcleo de este nexo está la inflamación; una respuesta inmune normal y sana cuando está bajo control, pero un presagio de problemas cuando es crónica.

Al promover la coagulación y la suma de otros posibles alborotadores del torrente sanguíneo, la inflamación es ampliamente considerada como un factor de riesgo para las enfermedades cardiovasculares, los trastornos metabólicos, ciertos tipos de cáncer y trastornos cerebrales que van desde la depresión hasta la demencia. Aunque su papel exacto en este tipo de enfermedades es poco claro, “no es una espectadora inocente”, señaló Janice Kiecolt-Glaser, directora del Institute for Behavioral Medicine Research de la Universidad Estatal de Ohio y autora central del estudio.

Por ello, cuando los marcadores de inflamación suben o bajan según lo que comemos y cómo vivimos, esto ofrece a los científicos algunas ideas respecto de los mecanismos por los cuales la inflamación crónica causa daños. También le brinda a aquellos que buscan gozar de mejor salud una clara orientación acerca de qué cosas deben abrazar y cuáles evitar en sus vidas.

En el actual estudio, Kiecolt-Glaser y su equipo indagaron a 58 mujeres sanas (de un promedio de edad de 53 años) a través de una batería de exámenes realizados antes y después de que se les asignara un grupo, en dos visitas separadas: después de un día en el cual todas recibieron la misma comida para tomar en casa la noche anterior, las mujeres llegaron al sitio del estudio y se les asignó una de dos opciones alimenticias con huevos, salchichas de pavo, galletas y salsa; ambas de alto contenido calórico (930 calorías) y alto contenido de grasa (60 gramos). El desayuno de uno de los grupos se realizó al estilo típico de las comidas rápidas, con mantequilla y muy alto en grasas saturadas. El segundo grupo de participantes comió el mismo desayuno, pero preparado con aceite de girasol: aunque seguía siendo una comida densa y sustanciosa, se apoyaba en mayor medida en los tipos de grasas no saturadas que son un componente central de lo que se conoce como “dieta mediterránea”.

Antes y después de las comidas, a las mujeres se les tomó una muestra de sangre para medir los cuatro marcadores distintos de inflamación. Se les pidió que detallaran los eventos del día previo, incluidos posibles factores de estrés. Se les midió la presión arterial y los síntomas de todas ellas, además de sus antecedentes de depresión, fueron registrados.

Kiecolt-Glaser, pionera en el campo de la psiconeuroinmunología, señaló que los tipos de tensiones que borran los efectos positivos del desayuno “sano” no fueron cuestiones ‘de vida o muerte’. Sin embargo, dijo, eran cuestiones suficientes como para haber creado “un mal día”. Las mujeres describieron como ‘situaciones de estrés’ el garantizar que las obligaciones de sus trabajos no dejen desatendidos a sus hijos o esposos, por ejemplo. También relataron ciertos desastres hogareños de mediana importancia y el hecho de tener que cuidar de sus padres mayores y recalcitrantes. En un grupo de 58 mujeres, 31 de ellas habían sufrido al menos un factor de estrés reciente en una sola visita, y 21 de ellas en las dos visitas. Seis participantes reportaron no haber tenido estresores en ninguna de las dos oportunidades.

Las medidas de la inflamación dieron cuenta de una historia interesante: incluso cuando ingerían el desayuno más saludable, las mujeres que habían tenido fuertes preocupaciones el día anterior no mostraban señales menores de inflamación que aquellas que habían tomado el alimento menos sano.

En el mundo real, los resultados sugieren, hasta las opciones dietéticas de una mujer pueden no ser suficientes para neutralizar el daño causado por un día de frenéticos malabares. Curiosamente, entre aquellas que habían tomado el desayuno de comida rápida, las tensiones del día anterior no elevaron más los marcadores. Según Kiecolt-Glaser, parece que una megadosis de la dieta occidental “básicamente satura el sistema hasta un punto dado”. Una vez que los hábitos dietéticos empujan la inflamación hacia ese límite, los efectos residuales de un día estresante no pueden elevarlos más.

Los antecedentes de depresión de las mujeres también se reflejaron en las mediciones del antes y después de la comida. Hubieran tomado o no la opción ‘comida rápida’ del desayuno, las participantes con una historia de depresión fuerte fueron menos propensas a experimentar la esperada caída en la presión arterial que le sigue al consumo de una comida, que aquellas que no habían pasado por una condición tal. El resultado esperado de este patrón en el largo plazo es un devengo constante de desgaste de los vasos sanguíneos y el corazón durante toda la vida, lo cual podría explicar la relación observada entre la depresión y las enfermedades cardíacas.

Kiecolt-Glaser advirtió que el mensaje del informe no es, definitivamente, renunciar a las buenas opciones de dieta si la vida es estresante. “Todos sabemos que, cuando nos estresamos, no comemos brócoli, a menos que esté lleno de salsa holandesa”, aseguró. Pero es importante reconocer que lo que ingerimos y cómo vivimos puede interactuar de maneras peculiares e implacables, sostuvo. Por ello, siempre es necesario tomar las mejores decisiones en cuanto al manejo del estrés y la elección de alimentos, remarcó.

Traducción: Valeria Agis

Si desea leer este artículo en inglés, haga clic aquí

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