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Cómo el LAUSD enfrentó a tiempo la división racial en 1969

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Somos producto de las escuelas públicas de Los Ángeles, antiguos residentes de la ciudad y, lo más importante, es que somos amigos. Nos hicimos amigos aunque las probabilidades estaban en contra de nosotros. Fue en 1969 cuando ambos -uno negro, el otro blanco- terminamos juntos en una escuela, cuando el Distrito Escolar Unificado de Los Ángeles (LAUSD) comenzó a confrontar su pasado de segregación racial.

Las relaciones raciales en L.A. aún eran tensas; las cicatrices de esos seis días de 1965 llamados los ‘disturbios de Watts’ todavía estaban frescas, y en las preparatorias las razas estaban, en su mayor parte, separadas.

En nombre de los estudiantes de minorías ya se había presentado una demanda contra la segregación; los planes de transporte en autobús y protestas vendrían después. En 1969, cuando comenzamos las clases en Alexander Hamilton High School, éramos parte de un programa piloto de integración voluntaria del LAUSD: ‘Proyecto APEX’, se llamaba, y sus siglas -en inglés- significaban ‘Programa de Área para el Enriquecimiento y el Intercambio’.

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Este intercambio permitía a estudiantes de cualquier raza inscribirse en algunas clases por semana, en cualquier preparatoria donde fueran considerados una minoría. Los chicos blancos podían asistir a escuelas tradicionalmente negras; y viceversa. Nuestra clase -de 1972- fue la primera. Joel ya estaba en camino de comenzar en Hamilton, en el lado oeste. La madre de Paul también quería que su hijo fuese a Hamilton, y acampó durante toda la noche al frente de la escuela para asegurarse de que sea posible.

Hamilton, construida en 1931, era mayormente una escuela blanca y judía, hasta que llegó el Proyecto APEX. Cuando comenzó el año escolar, algunas familias blancas retiraron de la escuela a sus hijos. La tensión y el miedo podían sentirse en el aire. Las razas seguían segregadas. Parecía que Hamilton seguiría reflejando las divisiones que colmaban la ciudad.

Pero los docentes y administrativos de la escuela reaccionaron con audacia y rapidez. Desde ese diciembre, suspendían durante un día las actividades académicas y extracurriculares y, en lugar de ir a clases y relacionarse con sus amigos de siempre, todo el cuerpo estudiantil se encontraba en una “convocatoria”. Allí, nos dividían en grupos multirraciales de 30 alumnos cada uno, aproximadamente. Nuestros padres, consejeros externos, líderes comunitarios y trabajadores sociales asistían como facilitadores.

La idea era mezclarnos, forzarnos a conocernos unos con otros, y luego entretejernos como un todo, en lugar de contar con dos partes separadas, blanca y negra. Era una oportunidad para empezar a hablar acerca de nuestras percepciones, de la escuela, de casi cualquier cosa.

Parece tan simple, pero funcionó. Durante esas sesiones se crearon amistades, se desvanecieron prejuicios y nuestras vidas cambiaron para siempre, sin dudas para mejor.

Nosotros dos nos sentamos uno frente al otro, en la primera convocatoria. Cada uno tenía ideas y temores respecto del otro, todas desatinadas, que comenzaron a disiparse ese mismo día. Nuestra amistad comenzó allí.

Las tensiones en Hamilton no desaparecieron de la noche a la mañana, pero todos sabíamos que “la terapia de grupo” ayudaba. El cuerpo estudiantil quería que los medios contaran esa noticia, pero nadie aparecía en al escuela, así que nos reunimos frente a la filial local de CBS. Eso llamó la atención: estudiantes blancos y negros, en una manifestación, juntos.

Un año y medio después de la primera convocatoria, ambos nos presentamos para ocupar puestos de liderazgo, casi como una unidad. Joel fue electo presidente sénior de la clase, y Paul presidente del cuerpo estudiantil. Fue una señal de cuánto habían cambiado las cosas.

No hay que equivocarse: nos graduamos en un mundo donde el racismo era y aún es real. en la actualidad, ambos damos conferencias en nuestras respectivas especialidades médicas, por lo general para nuestros colegas. Uno de nosotros, hasta el día de hoy, puede experimentar ciertas dificultades para entrar a las salas y obtener sus credenciales; el otro camina sin ninguna credencial. Uno de los dos es frecuentemente confundido por personal de servicios en esas mismas conferencias. Esta letanía de ejemplos puede seguir hasta la eternidad.

Ahora vemos los videos y seguimos la investigación de los tiroteos policiales. Sabemos que los manifestantes se reúnen en las conferencias de prensa del Departamento de Policía de L.A.; escuchamos los cánticos del movimiento Black Lives Matter en los mítines de la campaña. ¿La lucha racial es, hoy en día, peor que cuando nosotros éramos niños? La pregunta no tiene una respuesta sencilla, pero algo que era cierto por entonces lo sigue siendo hoy: la interacción directa y personal es la receta para calmar las contiendas.

Nuestros líderes siguen hablando de la necesidad de tener una “conversación nacional” al respecto. Comencemos por aquí: con nuestros niños.

Nos gustaría ver que el LAUSD cierra todas sus escuelas preparatorias durante unos días este año (y cada año), y emplea su tiempo para hacer reuniones como las que nosotros tuvimos en Hamilton.

Si realmente queremos unir a la gente, entonces eso es exactamente lo que debemos hacer: reunirlos. Funcionó bien para nosotros dos y para los cientos de alumnos que asistían a Hamilton por entonces. Puede funcionar hoy nuevamente.

El Dr. Paul Wallace es dermatólogo y el Dr. Joel Strom es odontólogo.

Traducción: Valeria Agis

Si desea leer este artículo en inglés, haga clic aquí

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