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Cada vez más adultos coreanos donan sus cuerpos a la ciencia

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Cuando parecía que su hora se acercaba, Hyun Choi convocó a sus seis hijos, cuatro de ellos desde Corea del Sur, al sur de California.

Su última voluntad, explicó Choi a su familia reunida en su hogar de Fullerton, era donar su cuerpo a la ciencia.

Sus hijos quedaron horrorizados. La decisión les parecía un ataque a las costumbres coreanas. Lo que ellos deseaban era poder visitar la tumba de su madre en el cementerio que tenían reservado en Corea, donde también yacía su padre.

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Pero Choi era inflexible. Había oído en la radio que las donaciones de cuerpos eran mucho más bajas entre los asiáticos que entre otras razas, y creía que ella y otros coreanos americanos debían ser parte de la investigación médica. Uno a uno, sus hijos cedieron a su voluntad.

Cuando Choi murió, en 2008, a sus 84 años de edad, su cuerpo fue trasladado a la Universidad de California, Irvine (UCI). Un funcionario le comentó a su hija Amy Kim que Choi había sido una de las pocas asiáticas en contribuir de tal manera; en los siete años anteriores, sólo cuatro personas de origen asiático habían sido parte del programa de donación de cuerpos de UCI.

Desde entonces, motivado en parte por la decisión de Choi, ha comenzado un movimiento entre los inmigrantes coreanos en Los Ángeles para cambiar la perspectiva de su comunidad respecto de la muerte.

“Ahora estoy tan agradecida”, aseguró Kim. “Es como si ella hubiera sido una fuente de generosidad”.

Impulsado en parte por la historia de Choi, un grupo con sede en Cerritos llamado Somang Society comenzó a instar a los adultos mayores coreanos a donar sus cuerpos para la investigación científica. Desde 2009, 32 personas han realizado donaciones a través de esta campaña, y cerca de 900 más se han comprometido a hacerlo.

La campaña creó un cambio radical en la actitud respecto de la donación científica entre los coreanos americanos, afirmó en un email Tom Vasich, vocero de UCI.

Al frente de esta campaña se encuentra Boon-ja Lee, de 80 años de edad, quien comenzó la organización para animar a la comunidad coreana a hablar acerca del tema tabú de la muerte.

Al igual que otros asiáticos, muchos coreanos evitan el número 4, que se lee de la misma manera que el carácter chino utilizado para la defunción. “Simplemente no nos gusta la idea de la muerte”, afirmó Lee.

Muchos de sus contemporáneos más antiguos -los “old timers”, como se conoce en inglés a la primera ola de inmigrantes que se estableció en Koreatown- hacen callar a Lee cada vez que trae a colación el tema, diciendo que el hecho de hablar de ello puede convertirlo en realidad.

Su esposo durante cinco décadas fue renuente a hablar de la muerte hasta sus últimos días, y su hijo adulto todavía siente temor y se opone a tratar el tema, cuenta Lee.

Pero después de su retiro, en 2006, y frente a su propia mortalidad, Lee comenzó a pensar distinto acerca de varios aspectos de la muerte. Cuando escuchó la historia de Choi se comprometió a donar su propio cuerpo, y comenzó a instar a otros a hacer lo mismo.

También volvió a pensar en algo que había visto a menudo en su carrera como enfermera registrada: los mayores que sufren de muerte cerebral y son mantenidos con vida durante años, conectados a diversas máquinas. Con rechazo por esa situación, Lee escribió instrucciones adelantadas de cuidados médicos para ella, en las cuales solicita no ser resucitada o mantenida con vida mediante tubos.

Después de ello, comenzó a organizar seminarios y conferencias, invitando a otros adultos mayores de origen coreano a hacer lo mismo. Hasta el momento, Lee ha brindado 150 seminarios en iglesias y centros comunitarios, en los cuales más de 10,000 personas han escrito sus testamentos vitales, aseguró.

“Les digo que debemos enfrentar la muerte en lugar de dejar que simplemente nos suceda”, comentó. “Muchos nos preparamos más para un viaje que para morir”.

Había un pastor que se resistía a sus pedidos, contó Lee. Hasta que un día, sorpresivamente, el hombre llamó a las oficinas de Somang Society y dijo que deseaba hacer su testamento vital. Él y su esposa firmaron sus documentos un día jueves; el sábado posterior, el pastor sufrió un ataque cardíaco y terminó con muerte cerebral, relató Lee.

También se observa un cambio de actitudes respecto de la donación de cuerpos, afirmó Chang Sok So, un médico y consultor no remunerado del programa de donación de cuerpos de UCI, quien durante 18 años enseñó anatomía a practicantes de medicina oriental en el condado Orange.

Las estadísticas sobre el desglose de donaciones por razas no siempre están disponibles, en parte porque las decisiones son anónimas. Pero So afirma que sus estudiantes empleaban cerca de 40 cuerpos al año, y que durante mucho tiempo no vieron un sólo cadáver asiático. Sin embargo, cuando llegó el momento de su retiro, en 2015, los cuerpos de asiáticos americanos estaban cada vez más disponibles.

En cuanto a los seis hijos de Choi, cuatro de ellos ya se han inscripto para donar sus cuerpos a la ciencia, afirmó Amy Kim.

A sus 60 años de edad, Kim siente que los deseos de su madre, finalmente, completaron el círculo.

Poco tiempo después del fallecimiento de Choi, dos de sus nietos ingresaron en escuelas de medicina. Ellos tendrán la oportunidad, hasta hace poco improbable, de aprender acerca de la preservación de la vida mediante el estudio de los cuerpos de coreanos americanos.

Si desea leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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