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Un hombre estéril atacó ferozmente a su esposa y le cortó las manos como castigo por no darle hijos

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Una larga cicatriz en el rostro de Jackline Mwende viaja desde su sien, bordea su ojo izquierdo y atraviesa la mejilla hasta llegar a sus labios. Los rastros que le dejó su pareja son aún más profundos en el centro de su frente; y hay más cicatrices en su cuero cabelludo. También están los brazos; sin manos. Sus muñecas, envueltas en gruesas vendas, terminan en muñones.

Mwende, oriunda de Machakos, 35 millas al sudeste de la capital, Nairobi, es la cara de la violencia doméstica en Kenia. Su marido ha sido acusado de un presunto ataque que sacudió al país. Según esta mujer, su esposo, Stephen Ngila, de 35 años de edad, la atacó con un machete, con el cual cortó su cara y rebanó sus manos, enfurecido porque ella no le había dado hijos en los casi cinco años de su matrimonio. “Lo vi y me dijo: ‘Hoy es tu último día’”, cuenta Mwende. “Nunca pensé que algo así me ocurriría”.

Ngila fue detenido por la policía, en espera de un juicio por la agresión. Miembros de su familia declararon a los medios de Kenia recientemente que Mwende era una mujer de poca moral, que podría haber sido atacada por un competidor de su negocio, y afirmaron que Ngila no se encontraba en la casa cuando ocurrió la embestida.

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Con una bata blanca, en la Iglesia Presbiteriana del Hospital Kikuyu de África del Este, Mwende, de 27 años, solloza mientras cuenta cómo se enamoró de Ngila, evoca su casamiento en una capilla blanca y recuerda cómo la relación comenzó a ponerse agria. De vez en cuando, esta joven mujer hace un gesto de dolor, pero no se queja mucho.

“Como cristiana, no puedo decirle a nadie que abandone su matrimonio”, expresó. “Pero quiero contar mi historia personal, para que otras personas, otras víctimas, quizás aprendan de ella y hablen”.

En Kenia, los activistas sostienen que la violencia doméstica es algo común. El país presentó una ley en 2015 que prohibió estos actos y emite órdenes de restricción en caso de violencia marital. Pero la falta de estadísticas sobre homicidios y agresiones que sufren las mujeres a manos de sus parejas sugiere que la cuestión se toma como una baja prioridad.

De acuerdo con el Centro de Recuperación de Violencia de Género del Hospital de Mujeres de Nairobi, el 45% de las mujeres kenianas entre los 15 y 49 años han experimentado violencia física o sexual, mayormente en sus hogares. La institución sostiene que sólo el 6% de la violencia que sufren las mujeres en ese país es perpetrada por personas extrañas.

La pobreza y el abuso de alcohol juegan un importante rol en el tema, según los activistas, mientras que en algunas comunidades tradicionales los maridos entienden que ‘tienen derecho’ de disciplinar a sus esposas a través del castigo físico, de ser necesario.

Mwende, la cuarta hija de un matrimonio de campesinos pobres, oriundos de un pueblito remoto cerca de la ciudad de Machakos, dejó la escuela en octavo grado porque sus padres, con seis niños para mantener, no podían pagar por su educación. Siete años después de eso, la joven conoció a Ngila, y dos años más tarde ambos se casaron por iglesia. “En ese momento él era un buen hombre, era un hombre religioso. Los primeros tiempos de nuestro matrimonio fueron felices. Vivíamos bien como marido y mujer”.

Ngila, quien trabajaba como sastre en Masii, un pueblo cercano, montó para Mwende un pequeño negocio en 2014, donde ella vendía productos varios, como jabón, azúcar, té y sal, para traer algo de dinero extra a la casa. Ambos vivían en una vivienda de ladrillos con tres habitaciones, en la cima de una colina. “Ninguno de mis hermanos tiene trabajo, y mis padres son pobres. Todo lo que yo hacía en la tienda era para ayudar a mi familia”, afirma ella.

Pero los niños se demoraban en llegar a este matrimonio. Mwende cuenta que su esposo la culpaba a ella por el problema. Los vecinos aseguraron que, a menudo, se oían gritos de peleas domésticas que provenían de la casa en lo alto de la colina.

Las mujeres de muchos países en desarrollo, entre ellos los de África del Este, se enfrentan al estigma social si no tienen al menos un hijo, según la Organización Mundial de la Salud. Aunque la infertilidad sea del hombre, usualmente la mujer es estigmatizada.

En 2014, Mwende y su esposo buscaron la opinión médica en un hospital de Nairobi, acerca de por qué no podían concebir. “Allí hallaron que él tiene un problema”, afirma. “Los doctores le dijeron que asistiera a la clínica, pero nunca fue. Cada vez que yo le recordaba el tema, él lo ignoraba. Decía: ‘Veré si tengo tiempo para ir’, pero nunca lo hacía”.

Para entonces, una semilla amarga se había plantado en el matrimonio, y crecía rápidamente. “Llegó un punto en el cual todo cambió de repente. Él comenzó a beber. Era brutal, solía pegarme”, asegura Mwende. A veces, la pareja llamaba a sus padres, quienes llegaban a la casa e intentaban llevar paz al matrimonio.

Los empobrecidos padres de la joven le pidieron que deje a Ngila, pero ella no quería volver a su hogar materno y ser una carga para ellos. Así, buscó el consejo de su pastor, quien le aconsejó persistir y hacer todo lo posible para salvar el matrimonio. “La mayoría de las veces, cuando había un problema, yo corría a ver al pastor”, cuenta. “Él siempre me decía: ‘Jackie, por favor, persevera. Ese hombre cambiará algún día’. El pastor y los ancianos de la iglesia nos animaban. Yo quería salvar mi matrimonio, y seguía con él”, relata. “Siempre pensé que podía cambiar, pero parecía que no le interesaba recibir el consejo de nadie de la iglesia”.

Cuando ocurrió el ataque feroz, a fines de julio, los vecinos oyeron gritos y llamaron a la policía. Una de ellos declaró a los medios que vio los cuartos llenos de sangre, y una mano en el suelo. La otra mano de Mwende estaba casi completamente separada de su brazo, y no pudieron salvarla.

El caso de Mwende provocó indignación a nivel nacional. Autoridades del gobierno local prometieron darle un estipendio mensual durante un año y transporte gratuito al hospital cada vez que necesite cuidados médicos. Varios patrocinadores corporativos se comprometieron a ayudarla a conseguir las prótesis para poder vivir y trabajar de forma independiente.

Mwende, agradecida por la ayuda, está aún en recuperación del trauma sufrido por el ataque. “Él pensó que me había matado, pero Dios es grande”, concluyó.

El corresponsal Kyama reportó desde Kikuyu. Robyn Dixon, en Johannesburgo, Sudáfrica, contribuyó con este artículo.

Traducción: Valeria Agis

Si desea leer este artículo en inglés, haga clic aquí

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