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Encontré al amor de mi vida 40 años después de ser obligada a abandonarlo

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Mi familia se trasladó a California desde Filipinas en 1977 e hizo de Los Ángeles nuestro hogar. Aquí estudié enfermería, conocí a mi esposo y tuve dos hijos. Luego, después de 22 años de matrimonio, no pudimos seguir ignorando los problemas que teníamos. Finalmente, nos divorciamos.

Una noche, mucho tiempo después de esa ruptura, soñé con mi primer novio. Eso había ocurrido décadas antes, cuando yo tenía 17 y él 20. Cuando desperté, me encontré llorando, pensando en él día y noche. Parecía que había penetrado un recuerdo escondido en mi cerebro; se sentía como si todo hubiera ocurrido ayer. Así fue como me di cuenta: todavía estaba enamorada de él.

Uno de los recuerdos que surgieron fue un incidente profundamente arraigado y doloroso que había ocurrido entre mi madre y yo. Fue el hecho mismo que me llevó a separarme de aquel novio, sin tener siquiera la oportunidad de decirle adiós. Hay que recordar que esto ocurrió en los ‘viejos tiempos’, cuando las reglas severas eran frecuentes entre las familias filipinas. Los niños aprendíamos a ocultar las verdaderas emociones por miedo al castigo.

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Mi madre había descubierto que yo tenía un novio y me había castigado severamente, tanto a nivel físico como emocional. Fui sancionada por enamorarme. Todo nuestro clan y el vecindario entero atestiguaron la agitación en nuestra casa el día en que mi amor secreto fue descubierto.

Las palabras duras y las palizas fueron casi insoportables. Yo quería rebelarme contra las normas sociales que decían que era demasiado joven para salir, especialmente sin el permiso y la supervisión de mi madre. Pero sabía que eso conduciría a mi destrucción, y a más dolor. Entonces hice lo único que podía hacer. Adormecí mis sentimientos; perdí mi alma y mi dignidad. Me perdí a mí misma.

Más tarde, después de estudiar psicología como parte de mi carrera de enfermera, aprendí más sobre lo que había hecho para sobrevivir a esa prueba: había encontrado la forma de olvidar el doloroso incidente y suprimirlo en el fondo de mi mente, pensando que se quedaría allí para siempre…

Pero ese sueño me dijo lo contrario. Después de esa noche, sentí un desesperado deseo de hallarlo y de disculparme, de explicarle todo.

Gracias a Facebook y Google -tecnologías que nunca podría haber imaginado cuando yo era una adolescente- lo encontré. Descubrí entonces que, después de finalizada nuestra relación, él se había graduado en un seminario y había planeado unirse al sacerdocio. Todavía vivía en Filipinas. Encontré un número y le escribí un texto, pero no obtuve respuesta.

Finalmente, le envié un viejo libro usado que yo había guardado, el cual le habría recordado nuestra época juntos, en 1974, junto con mi novela favorita de la secundaria, “Cumbres borrascosas”. Es una historia, claro, de un profundo amor que se lleva hasta la tumba.

Entonces me respondió y dijo que ya no guardaba rencores. Estaba aliviado pero no satisfecho. Seguimos comunicándonos de vez en cuando, pero noté que se había convertido en un hombre de palabras limitadas, a diferencia de mí.

Yo le escribía plegarias, cartas de amor y saludos para cada ocasión que se producía. Seguí revisando mis pensamientos, intentando penetrar su corazón. En la última Navidad, le envié un deseo a través de las millas de distancia: “Te doy mi corazón y mi alma, porque me di cuenta después de todos estos años que todavía te pertenecen”.

También le escribí acerca de lo que había ocurrido con mi madre, algo que nunca antes le había contado. Se sorprendió y dijo: “Yo debería haber estado ahí; lo siento, fue todo por mi culpa. Ahora entiendo todo”. Y agregó: “Te amo mucho, para siempre”. Fue el mejor regalo de Navidad que recibí… mi absolución.

A comienzos de este año, mi madre estaba a punto de morir y yo me esforcé por contarle que había encontrado a mi antiguo novio. Me disculpé y le dije que todavía nos amábamos mucho.

Mi madre me dijo: ‘Lo siento’. Mis ojos lloraron de alegría y tristeza. Fue la redención de mí misma, de mi alma y mi dignidad. Me fui a casa para escribirle lo que había ocurrido y él respondió: “Si nuestros recuerdos son buenos, ¿por qué lloras? Lo que hemos disfrutado no puede perderse. Todo lo que amamos tanto se convierte en una parte de nosotros. El dolor pasa, pero la belleza permanece”.

También me dijo que había vivido una vida solitaria, y que había finalmente hallado el amor, después de todos estos años. Recientemente me envió la letra de una canción:

“Quiero saber qué es el amor, quiero que me muestres. Quiero sentir qué es el amor, sé que puedes mostrármelo”.

Mi corazón se hundió en la tristeza. Era una revelación poderosa. ¿Qué había hecho con nosotros? No podía ofrecerle nada más que el amor que le había negado cuatro décadas antes. Pese a todo, él me deseaba un “feliz aniversario de rubí”.

Él está al otro lado del mundo. Aún nos escribimos, pero no me ha propuesto encontrarnos.

Si desea leer la nota en inglés, haga clic aquí.

Traducción: Valeria Agis

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