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Opinión: ¿El derecho de una mujer a elegir, también se aplica a la lactancia materna?

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Apenas mi hijo nació, lo colocaron sobre mi pecho y lo cubrieron con una manta. Vi cómo la gente se movía a mi alrededor, pero recuerdo solo la quietud mientras intentaba procesar que ese bebé que se retorcía encima de mí no era un objeto extraño. Cincuenta y cinco minutos pasaron antes de que mi esposo, quien había tomado notas durante nuestra clase de amamantamiento, me lanzó una mirada preocupado y señaló el reloj: el bebé debería tratar de succionar en su primera hora de vida, me dijo.

Yo tenía toda la intención de amamantar, y de hacerlo hasta la mágica marca señalada por el médico: seis meses. Había ojeado los estudios importantes, me había familiarizado con los datos. Seis meses de lactancia materna -me habían garantizado varias instituciones médicas- ayudarían a evitar infecciones, obesidad, cáncer, alergias, hiperactividad e incluso un coeficiente intelectual bajo. Este es el consenso médico actual, que ahora lleva a más del 75% de las madres estadounidenses a amamantar a sus bebés, frente a menos del 25% que lo hacía en 1971.

Como una madre milenio, también había investigado algo más: para mí generación, la lactancia materna se convirtió en el máximo símbolo de estatus. No podría contar la cantidad de veces que me preguntaron, durante el embarazo, si tenía la intención de amamantar a mi hijo. Siempre respondí que sí, y siempre recibían mi afirmación con sonrisas de refuerzo. Aunque probablemente nunca me preguntarán si me gradué con honores de la universidad, sí me cuestionarán cómo alimenté a mi hijo durante las próximas décadas. La lactancia materna es la Phi Beta Kappa de la maternidad para los milenios. Y yo quería esa membresía.

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Pero, tal como descubriría pronto, decidir amamantar es una cosa, y hacerlo efectivamente es otra. El proceso inicial era agotador, incómodo y desconcertantemente no intuitivo. Mis esfuerzos durante los primeros días requirieron una precisión que imagino necesaria para reabastecer un avión en el aire y la asistencia técnica y el sabio consejo de consultores de lactancia, enfermeras, amigas y, por supuesto, Google.

No obstante, pude lograr que el bebé se aferrara tempranamente y, al menos en el principio, me sentí superior. No sólo había superado otro formidable desafío físico, sino que estaba nutriendo a mi niño con los mejores ingredientes posibles, asegurando que pasaría pruebas de álgebra en su vida futura. Para tener créditos adicionales, bombeé y congelé una considerable acumulación de ese oro líquido. A medida que las semanas se convertían en meses, mi oferta de leche se mantenía fuerte y el bebé y yo nos poníamos a buen ritmo. Pero mentiría si dijera que la lactancia era un éxtasis para mí. También mentiría si dijese que era una agonía; simplemente estaba bien.

A los tres meses, sin embargo, me sentía física y mentalmente agotada. Empecé a desear en secreto que mi caudal comenzara a disminuir. Luego de atravesar el bloqueo de un conducto en dos oportunidades, comencé a bombear leche y colocarla en botellas exclusivamente. Mis pezones estaban adoloridos y me dolían los pechos, pero el dolor y la fatiga valían la pena porque, pensé, era mucho mejor para el bebé.

También me apoyaba mi entorno; una generación de bombeadoras desconcertadas. La retrógrada falta de licencia por maternidad en los EE.UU., combinada con la recomendación estándar de que las madres deben amamantar por seis meses, nos convirtió en ello. Las madres trabajadoras bombean su leche en los guardarropas de las oficinas y en los contaminados lavabos de los aviones. Para que todo valga la pena, intercambiamos anécdotas de guerra.

El principal estandarte de la maternidad de milenios es relatar en qué extraño lugar has tenido que bombear tu leche. Una amiga me contó que generó un cortocircuito en un piso entero de un hotel en Rusia con su bomba profesional, de grado hospitalario. Otra me habló de su experiencia en un campo de maíz rodeado de perros callejeros, durante un viaje de trabajo a Guatemala. Desde luego, existe una industria artesanal que apoya todo esto; bombas, sostenes para lactancia, clases caras y galletas de avena especiales para madres, que prometen aumentar la cantidad de leche.

El máximo punto de encuentro para las madres lactantes de L.A. es Pump Station, una boutique con dos ubicaciones y una selección de primer nivel de distintos artículos especializados (el eslogan de la tienda es: “Donde la lactancia ocurre”).

Después de casi cuatro meses, viajamos más allá de los límites del condado, y la planificación y logística necesarias para ello fueron vertiginosas. Había bolsas congeladas de leche que expirarían en cinco días, otras que expirarían en 24 horas pero que podían usarse como refrigerante para la otra leche. También teníamos botellas para viaje con leche fresca, que se mantendrían a temperatura ambiente por ocho horas. Y nuevas botellas que volverían a ingresar en este sistema cada cinco o seis horas, cuando tuviera oportunidad de bombear. Una mañana, a las 6 a.m., mientras miraba distraídamente el improvisado laboratorio de ciencia que había instalado en el refrigerador de mi amiga, lo decidí: esto se termina aquí.

Cuando comencé a vocalizar la intención de destetar a mi hijo, desesperada por una palabra de consuelo, no escuché ni una. En cambio, sí obtuve el estribillo clásico: “Tienes que esperar seis meses”. Lo escuché de amigos, de familiares, de extraños. Apenas un año y medio antes había tomado la penosa decisión de hacerme un aborto debido a un muy raro defecto de nacimiento que se había hallado en el feto, y entonces sí encontré un profundo apoyo fraternal del entorno. Ahora, a menos de dos meses de lograr la recomendación estándar, el espíritu de apoyo había desaparecido. ¿Es que el derecho de una mujer no se aplica a la lactancia?

Me mantuve firme, pero comenzaron a fastidiarme otras cosas. Hay una generación entera, la Generación X, que fue mayormente alimentada con fórmula. Si sólo una de cada cuatro personas de 45 años en este país fue amamantada, ¿por qué no ocurrieron consecuencias generacionales devastadoras? Desenterré un estudio realizado en 2014 por investigadores de la Universidad Estatal de Ohio y publicado en la revista Social Science & Medicine, que descubrió que los beneficios de la lactancia materna son exagerados.

Leí el reporte de Emily Oster para fivethirtyeight.com, apropiadamente titulado “Everybody Calm Down About Breastfeeding” (Ya cálmense todos con la lactancia), el cual explica que gran parte de la información sobre los beneficios es defectuosa porque las mujeres que amamantan son típicamente distintas de quienes no lo hacen, en raza, ingresos y educación; todas variables que podrían afectar la salud general de una persona, en otras palabras.

Otro estudio reciente realizado en Irlanda planteó interrogantes acerca de la correlación del coeficiente intelectual. La creciente evidencia comenzó a hacer que mis sesiones de bombeo a las 3 a.m., realizadas a la luz de la linterna del iPhone mientras mi marido y el bebé dormían, parecieran muy inútiles.

En algún momento, cerca de los cinco meses, ajusté al niño a mi cuerpo y lo llevé a caminar por Griffith Park. Mientras recorría un sendero angosto por una pendiente empinada en el cañón, algunas personas me comentaban lo lindo que era el bebé, con los pies en sus zapatitos, colgando del transportador. Aunque atravesé el borde de un cañón arenoso, vasto, salvaje y posiblemente lleno de coyotes y serpientes de cascabel adormecidas, fui recibida con sonrisas y la adulación de los extraños. El hecho, súbitamente, me impactó: qué estaba dispuesta a hacer -y a no hacer- era francamente absurdo.

La tarde siguiente, mientras sacudía la primera botella de fórmula y comencé el plan de destete, me sentí libre. Me imaginé dormir sin interrupciones, una vida no atada al tubo de una bomba de leche. El bebé succionó la fórmula y durmió una siesta de dos horas.

Cuando despertó, lo acosté en la mesa de cambio y me quedé sin aliento: una erupción con manchas rojas cubría su vientre y su boca. Llamé con pánico a nuestro pediatra, quien sugirió que el bebé podría ser alérgico a la fórmula o incluso a la lactosa. Hay que volver a amamantar de inmediato hasta que podamos evaluarlo mejor, me dijo. En fin, órdenes del doctor.

Si desea leer la nota en inglés, haga clic aquí.

Traducción: Valeria Agis

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