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Donald Trump, el conspiracionista en jefe

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Ya fue lo suficiente malo en 2011, cuando Donald Trump comenzó a propagar la teoría conspirativa de que el presidente Barack Obama no era nacido en los Estados Unidos. Pero en ese entonces, Trump era un ciudadano privado.

Sin embargo, cuando el mes pasado tuiteó que Obama había caído tan bajo “como para grabar sus llamadas durante el muy sagrado proceso electoral”, Trump ya era un primer mandatario en el cargo, acusando a su predecesor de algo que hubiera sido un delito procesable.

Trump hizo pública esa absurda acusación sin consultar a los oficiales de inteligencia y del orden público, quienes le habrían aconsejado no compartir una teoría de conspiración de tal magnitud, aparentemente tomada de los medios de comunicación de derecha. Después de que el director del FBI lo negara, el presidente se mantuvo firme, alegando que no había querido decir que había sido literalmente ‘escuchado’.

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La mayoría de la gente sabe ahora que el nuevo mandatario de los EE.UU. hace circular falsedades y verdades a medias, y que su palabra no puede ser tomada al pie de la letra.

Aún más preocupante, sin embargo, es que gran parte de su desinformación es espeluznante. Teorías conspirativas poco plausibles, tomadas de sitios web fraudulentos; especulaciones sin fundamento, de tabloides de supermercado; historias intolerantes inventadas, cosas que escuchó en programas de TV.

El concepto de calentamiento global fue creado por y para los chinos, para hacer menos competitiva la fabricación estadounidense.

Donald J. Trump (@realDonaldTrump)

6 de noviembre de 2012

Además de ganar el Colegio Electoral de forma aplastante, gané el voto popular si se deducen los millones de personas que votaron ilegalmente.

Donald J. Trump (@realDonaldTrump)

27 de noviembre de 2016

Esto no sólo es patético, sino alarmante. Si Trump se siente libre de publicar en Twitter acusaciones salvajes, paranoicas y sin fundamento contra su predecesor, ¿por qué debería el país creer lo que dice sobre una prueba de misiles norcoreanos, los movimientos de tropas rusas en Europa o un desastre natural en los EE.UU.?

La voluntad de Trump de adoptar teorías no probadas, conspirativas e incluso racistas, se hizo evidente durante la campaña, cuando repetidamente contó historias que parecían reforzar nefastos estereotipos acerca de las minorías. Recordemos su famosa afirmación de haber visto a miles de personas “en una población marcadamente árabe”, en Nueva Jersey, vitorear la caída del World Trade Center el 11 de Septiembre; un asombroso cuento que nadie ha podido verificar y que PolitiFact calificó como “una mentira”.

O su retuit de una falsa estadística de delitos que pretendía mostrar que el 81% de las víctimas de homicidios blancos son asesinadas por personas negras (la cifra correcta era del 15%).

En varias ocasiones retuiteó a nacionalistas blancos (recordemos la imagen de Hillary Clinton y la estrella de David, por ejemplo).

Su compromiso con -para decirlo de forma cortés- ideas poco convencionales, ha atraído a algunos extraños aliados. Quizás no sea justo atribuir a su asistente principal, Steve Bannon, todas las opiniones que se publicaron en el sitio polémico de derecha alternativa breitbart.com, del cual el funcionario fue director ejecutivo. Pero sí es justo preguntarse por qué Trump ha entregado un cargo tan alto dentro del Ala Oeste del Capitolio a un hombre que ha hecho circular tonterías, intolerancia y especulaciones nauseabundas.

Desde luego, se esperaba ampliamente que cuando Trump tomara el cargo dejaría atrás las teorías conspirativas y populistas. Tal vez el mantra “enciérrenla” (lock her up), el temor por los violadores mexicanos, las alusiones raciales en código y las afirmaciones acerca de la relación del padre de Ted Cruz con Lee Harvey Oswald; quizás todo eso era sólo parte de un cínico pedido de votos, y se acabaría cuando la elección terminara.

Pero no hay señales de ello. Trump parece tan dispuesto a fanfarronear hoy tanto como lo hacía en campaña acerca de escuchas telefónicas, convocatorias de sus actos, votantes fraudulentos, lo que sea. Y el problema con ello es que ya no se trata de una jactanciosa personalidad de TV, de un atrevido invitado en el programa de Howard Stern, de un magnate inmobiliario con ánimos de promoción; ni siquiera de un candidato republicano poco probable. Se trata ahora del presidente de los Estados Unidos, y está logrando que la credibilidad de su inimaginablemente poderosa oficina sea explotada y desperdiciada con ideas deshonestas, que han sido debidamente desacreditadas por políticos de ambos partidos.

Esta es la quinta entrega de una serie.

Si desea leer la nota en inglés, haga clic aquí.

Traducción: Valeria Agis

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