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A un año de la masacre: aterrorizada por la violencia, una familia latina quiso mudarse de San Bernardino, pero no lo logró a tiempo

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Ella sabía que era el momento de salir de San Bernardino. Regina Bejarano nació en la ciudad, tal como su mamá, sus hijos y sus nietos. Probablemente podría conducir por sus barrios con los ojos cerrados, dice.

Pero San Bernardino dejó de ser ‘su hogar’ el 31 de agosto pasado, la noche en que dos personas se acercaron a la puerta de su departamento con lo que parecía ser una pistola 9 milímetros y un rifle calibre 22, y los descargaron en su familia.

San Bernardino has long struggled with violence, but 2016 has been one of its bloodiest years ever.  

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Las balas impactaron en su hijo Kyle, de 19 años; en su ahijada, de 25 años, y en una amiga de ésta, de 23 años. Una de ellas atravesó un grupo estrellas doradas que tenía en la pared la habitación de su hija.

Fue un milagro que todos sobrevivieran, dice Bejarano. Pero desde entonces, sus cinco hijos y dos nietos han dormido en las habitaciones traseras de su pequeño departamento. Sus hijos dejaron de ir a la escuela por miedo a ser atacados nuevamente.

Después de la balacera, ella buscó en internet cabañas en las montañas y rentas en Rialto y Fontana. Dos meses después, el día antes de Halloween, todavía se preguntaba cómo hacer funcionar su plan. Volvió a su casa cerca de las 9 p.m. y fue a su dormitorio para recostarse.

Joseph, su hijo de 17 años -a quien todos llamaban Joe- se había marchado sin que ella lo advirtiera.

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San Bernardino ha luchado durante mucho tiempo contra la violencia

Sabía que tenía que irme antes de que le pasara algo a mis hijos”.

— Regina Bejarano, residente de San Bernardino.

En esta ciudad de alrededor de 216,000 habitantes, 60 personas han sido asesinadas en 2016, una cifra ya mayor que las de todos los años anteriores desde 1995, cuando el número fue de 67. Ha habido más de 250 casos de intento de asesinato y asalto con arma mortal.

La violencia ocurre en toda la ciudad, pero ciertos vecindarios son especialmente peligrosos. En algunos lugares, el sonido de los disparos es cuestión de rutina. Siete personas han sido asesinadas a media milla de una escuela primaria, al norte del centro.

La escalada feroz se contrapone con un momento de esperanza en San Bernardino. Después de cuatro años, la ciudad está finalmente en camino de salir de su bancarrota a fines de este año. Los votantes aprobaron abrumadoramente un plan para reestructurar el gobierno de la ciudad.

El año pasado, luego de que una pareja de terroristas fuertemente armada asesinara a 14 personas e hiriera a otras 22 durante una fiesta, los residentes de la ciudad adoptaron el lema “SB Strong” (San Bernardino es fuerte), una señal de su decisión de seguir adelante.

Ese espíritu ha llevado a numerosos residentes a trabajar para mejorar la ciudad. Los miembros de congregaciones consuelan a los sobrevivientes; los entrenadores preparan a jóvenes para sacarlos de las calles y llevarlos a las canchas de baloncesto; los educadores recorren las calles en busca de alumnos en riesgo.

Pero, a medida que los disparos y las muertes continúan, ha quedado cada vez más claro que no hay camino sencillo para que San Bernardino salga de sus largas luchas.

En los vecindarios, de oeste a este, hay gente como Bejarano, quien ya han dicho basta y están desesperados por irse.

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Incluso antes de los disparos de agosto, esta mujer, de 47 años, sabía que quería algo mejor para sus hijos -Zondra, Kyle, Joseph, Jason y Amber, quienes tienen entre 25 y 14 años- que los ásperos barrios de San Bernardino donde ella pudo criarlos. “Por todas partes, cada noche oímos sirenas y disparos”, afirma.

Bejarano abandonó la escuela en décimo grado y debió luchar para sobrevivir como madre soltera. Aún así, pudo obtener una certificación GED y tomar algunos cursos comunitarios, y alentó a sus hijos a tomar la escuela muy en serio. “Es lo único que podrá sacarlos de este gueto”, les decía.

Siempre estaba preocupada por José, quien se metía en problemas por faltar a clases. Pero también recordaba que ella misma no quería ir a la escuela cuando tenía la edad del niño. A Bejarano no le gustaba que su hijo fumara, pero se culpaba a sí misma -también fumadora- por ello.

Cuando el chico llegó a casa con un tatuaje en su cuello que decía “Est. 1999” (nacido en 1999), rompiendo una regla familiar en contra de los tatuajes, la mujer contuvo su ira y se rió, diciéndole que jamás podría usar una identificación falsa porque todos sabrían que era menor de edad.

La mujer pensaba que era dulce la forma en que el joven intentaba verse bien: se aseguraba de que su barba estuviera bien cortada y que sus cejas tengan forma. A José le gustaba agradar a las chicas; como adolescente sociable, tenía amigos en todos los rincones de la ciudad.

Fue a uno de esos amigos a quienes los tiradores buscaban en agosto, piensa la familia. El amigo había ido al apartamento más temprano, ese mismo día. Cuando los hermanos de José descubrieron que alguien podía estar tras él, le pidieron que se marchara de la casa. “Aquí tenemos niños”, recuerda Kyle que le dijo.

Los tiradores llegaron esa misma noche. Joseph estaba dentro del apartamento, en Facebook Live, y capturó el sonido de los disparos en video. “¡Abajo!”, le gritó a su sobrino de dos años de edad.

Bejarano estaba trabajando cuando recibió la llamada. Se dirigió rápidamente a su casa y encontró el lugar sitiado; había sangre en la acera y cerca de la puerta. En el hospital se enteró de que Kyle había recibido un disparo en la rodilla y tendría una larga recuperación para caminar normalmente. Pero estaría bien.

Su amiga, la novia de su primo, tenía una herida en la pierna y el tobillo. Su ahijada había tenido la peor suerte: heridas en la cabeza, el estómago y el pecho.

La mañana siguiente, mientras su hija mayor, Zondra, limpiaba la sangre de la entrada con un cepillo de dientes, Bejarano comenzó a pensar en formas de mudarse de allí. “Sabía que tenía que irme antes de que le pasara algo a mis hijos”, dijo.

Pero incluso en ciudades cercanas era difícil encontrar un sitio tan asequible como su apartamento de tres dormitorios, al norte del centro de la ciudad, donde pagaba $900 por mes. Habían esperado un largo tiempo por ese departamento. Cuando por fin se mudaron, todos se sintieron muy felices.

Mientras buscaba nuevos sitios, las visitas al hospital y las citas médicas se convirtieron en parte de las rutinas familiares. Kyle había tenido una reacción adversa a la medicación; la ahijada de Bejarano estaba en un centro de rehabilitación, aprendiendo a caminar de nuevo.

El día antes de Halloween, la mujer volvió a casa exhausta después del trabajo. Pero José y su primo insistieron en visitar a su ahijada, y ella accedió a llevarlos. Colmaron su habitación y hablaron de sus vidas, de su niñez, y bromearon recordando que Joseph intentaba librarse del castigo tomando el autobús a la iglesia cuando era niño.

Cuando llegaron nuevamente a casa, Amber, de 14 años, otra de las hijas de Bejarano, la llamó a su habitación y le pidió que se acueste con ella. Una hora después, el teléfono sonó. La persona que hablaba gritó: “Han disparado a Joseph”.

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El chico no había ido muy lejos, sólo un par de cuadras, caminó a casa de su primo, un recorrido que hacía diariamente.

Esta vez, las enfermeras del hospital llevaron a Bejarano y su familia a una sala de espera especial; la mujer supo que su hijo había muerto. “Tú lo sabes cuando te ponen en esa habitación tranquila”, diría después.

La familia cree que el asesinato de Joseph no tuvo nada que ver con el tiroteo dos meses antes. El presunto asesino era alguien que él conocía de la escuela, afirman. Primero eran amigos, luego se llevaban mal cuando estaban en noveno grado.

También escucharon rumores de que Joseph fue asesinado como parte de un ritual de iniciación de pandillas. El joven no era pandillero, aseguran sus familiares, pero tenía muchos amigos, y algunos de ellos sí lo eran.

La policía de San Bernardino, quien tuvo problemas para resolver muchos de los homicidios de este año, arrestó a alguien días más tarde. Miguel Ángel Córdova, de 18 años, está detenido en la cárcel del condado, acusado de asesinato, y se enfrenta a un posible aumento de la sentencia por posible vinculación con una pandilla. Córdova se ha declarado inocente en el Tribunal Superior de San Bernardino.

En cambio, por el tiroteo de agosto aún no hubo arrestos.

Ahora, en las mañanas, después de dejar a su nieta, Bejarano conduce al sitio donde Joseph fue asesinado. Es menos de un minuto de distancia de su casa, pero ella no se siente segura de ir caminando.

El joven fue encontrado desplomado, cerca de un árbol, en una vecindad de casas viejas y pequeñas, cuyos patios delanteros están llenos de autos de juguete, bicicletas y toboganes. Bejarano se sienta en el bordillo, enciende un cigarrillo mentolado para su hijo y lo coloca en el pavimento, junto a un grupo de velas y un collage de fotos.

Quiere salir de San Bernardino más que nunca antes. Pero en lo único que puede concentrarse ahora es en enterrar a su hijo.

Si desea leer la nota en inglés, haga clic aquí.

Traducción: Valeria Agis

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