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A un millón de millas de su casa paterna: el apartamento secreto de una mujer saudita

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“Al principio, la gente se niega a creer que puede hacer algo extraño y novedoso, luego comienzan a desear que sea posible, después ven que puede hacerse. Entonces se hace, y el mundo entero se pregunta por qué no se hizo hace siglos”.

Frances Hodgson Burnett, The Secret Garden”.

Maha Almutairi tiene un departamento secreto.

A los 35 años, como la mayoría de las mujeres sauditas solteras, todavía vive oficialmente en su casa, y es su padre quien decide lo que puede -y no puede- suceder allí. Las decisiones acerca de sus estudios, dónde trabajará y demás, están todas sujetas al permiso de su padre.

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¿Puede tener gatos? No puede en ninguna parte del edificio de apartamentos que su padre posee, dictaminó él, aunque Almutairi siempre ha sentido pasión por rescatar animales vagabundos y ocultarlos en su habitación.

¿Puede viajar al extranjero para estudiar medicina? No, dijo su padre, al menos no sin un pariente hombre que la acompañe. Así, la mujer renunció a ser doctora y se inscribió para estudiar diseño de interiores en una escuela en Riyadh.

Pero en el último tiempo ha ganado más independencia. Cuando su padre intentó obligarla a casarse con un hombre que -según él- sería una pareja adecuada, se negó. “Se trata de mi decisión”, le dijo.

Hace dos años, luego de la muerte de su madre, Almutairi se deprimió y su padre le concedió tomar un empleo en Flormar, una tienda de maquillaje en un centro comercial cercano. El trabajo ha funcionado bien, aunque recientemente comenzó a usar un velo facial luego de que un cliente rico enviara a un guardaespaldas al lugar ofreciéndole dinero por verlo. Ella no le contó a su padre lo sucedido; la hubiera obligado a renunciar.

En virtud de las estrictas leyes de tutela de Arabia Saudita, que el rey Salman se ha comprometido recientemente a revisar, las mujeres deben obtener el permiso de un tutor varón -padre, marido o, en algunos casos, incluso un hijo- para pedir un pasaporte, viajar al extranjero o casarse.

A menudo necesitan tal consentimiento hasta para obtener un empleo o recibir atención médica. Algunas intentan desafiar el sistema, huyendo a otro país o, de modo desafiante, rentando un departamento propio donde pueden vivir bajo su propio techo. En muchos de estos casos, sin embargo, las mujeres han sido acusadas de huir y encarceladas.

Almutairi sabía que pedir permiso a su padre para alquilar un apartamento donde tener a sus gatos era inútil; él nunca hubiera estado de acuerdo. Entonces, optó por un departamento secreto.

Una aplicación de alquileres ofrecía distintos lugares en Riyadh, y la compañía de gestión de propiedades no requería la aprobación de un tutor para el contrato de arrendamiento -muchas de las restricciones comunes para las mujeres, entre ellas las de la vivienda, no son cuestiones de ley sino usos y costumbres-.

Almutairi pensó que, si rentaba un apartamento y se quedaba allí sólo a tiempo parcial, no significaba ‘huir’. Hace dos meses, entonces, alquiló un lugar de tres habitaciones detrás de una barbería, al este de Riyadh, y comenzó a trasladar a sus 10 gatos.

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(Molly Hennessy-Fiske / Los Angeles Times)

Oyó sus llantos incluso antes de entrar al apartamento. Mientras buscaba las llaves, en el umbral, el aullido iba in crescendo. Cuando abrió la puerta la recibió un coro de gemidos hambrientos. Le había dicho a su familia que iba a trabajar.

Almutairi se quitó su velo negro y su abaya, y dejó al descubierto su cabello corto y oscuro, una camiseta blanca y pantalones negros. Saludó a Shushu primero; su favorito, un gato persa tímido, color gris. Después a Souada, un gato negro de pelo corto, con ojos color esmeralda. Al más antipático de los animales lo llamó Chris, en honor al programa estadounidense de TV “Everybody Hates Chris” (Todo el mundo odia a Chris).

Shushu, Souada y Chris estaban acurrucados cerca de un gran arenero; el reluciente piso de baldosas blancas de la sala casi vacía olía a desinfectante. En una esquina había una pila de cajas de cartón, una torre para los gatos y una jaula, dentro de la cual un agresivo gato blanco y anaranjado arañaba las barras, parado sobre sus patas traseras. Almutairi abrió la jaula, tomó al animal y lo acunó como a un bebé. La criatura lamió sus dedos y comenzó a ronronear. “¡Lo extrañaba!”, exclamó, sonriendo.

Después se dirigió a la pequeña cocina para preparar un lote de comida: croquetas, pollo y arroz. Finalmente, se trasladó a la habitación contigua, decorada con alfombras persas, cojines y una mesa baja.

Cada día pasa algunas horas aquí, especialmente los fines de semana, y fantasea con el día en que pueda instalarse definitivamente, para despertar con el sol cálido que fluye a través de la ventana, beber su té matinal con un gato en su regazo, y no tener que hablar con nadie.

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El alquiler del apartamento es de 2,400 riyales al mes, alrededor de $640 dólares, más de la mitad de su salario mensual. “Lo vale, porque me hace feliz”, sostiene. Nunca ha tenido invitados, ni siquiera su familia lo ha visto. Sus hermanas no saben al respecto, aunque sí están enteradas de que tiene mascotas.

“¿Por qué gastas todo tu dinero en ellas?”, le preguntan. Almutairi responde: “Los adopté de las calles. ¿Quieren que los deje en un parque?”.

Al principio, cuando rentó el departamento le preocupaba no ser capaz de manejar la responsabilidad de llevar adelante una casa. ¿Y si no podía pagar el alquiler? ¿Y si alguien se enteraba?

Poco después de trasladarse allí, rescató temporalmente a un perro herido, y un vecino conservador perteneciente a la policía religiosa se quejó ante las autoridades de que éste aullaba. Ella entregó al perro, pero luego el mismo vecino se molestó porque Almutairi había dejado sus residuos en un sitio equivocado.

Un día, llegó a su casa después del trabajo y descubrió que alguien había abierto una ventana desde el exterior. Uno de sus gatos había escapado, y sospechó del vecino. Sin embargo, la policía religiosa fue despojada de muchos de sus poderes en los últimos años, y las quejas finalmente cesaron.

Ahora, Almutairi tiene más ambiciones. Ha ahorrado algo de dinero e investigado tierras en venta en las afueras de la ciudad. Recientemente encontró un acre que podría comprar por unos $80,000 dólares, e imagina comenzar allí un refugio para animales. Quizás podría pedir un préstamo bancario para adquirirlo, aunque ello significaría renunciar a su apartamento. Su padre debería ayudarla a conseguir el préstamo. Este otoño, decidirá qué hacer.

En el departamento, todo está tranquilo. Hay tanto silencio que puede oírse el zumbido leve del aire acondicionado; los gatos bebiendo su agua a lengüetazos.

Cuando el llamado de oración suena desde las mezquitas cercanas, el sonido vibra en las habitaciones vacías. Almutairi había estado en su casa por unas dos horas. Pronto, sabía, tendría que volver a ponerse su velo y su abaya, y salir para el trabajo. “Lo que hago no está mal”, dice. Suena convencida.

Si desea leer la nota en inglés, haga clic aquí.

Traducción: Valeria Agis

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