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Tiroteo en la escuela: Crónica de una mañana triste e inédita en el Colegio Americano del Noreste

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Parece que los estudiantes entregaban algún trabajo o tarea a la maestra. Eran las 8:50 horas de acuerdo a la cámara de seguridad del salón de clases, cuyo video circuló en redes, pero el cronómetro estaba mal ajustado: era una hora antes.

Había libretas en las mesas colectivas, lapiceras, mochilas en el suelo. No había más de 20 chicos en el aula de tercero de secundaria o noveno grado del Colegio Americano del Noreste, con 30 años en la Colonia Del Paseo Residencial. Sus dueños buscaban ampliarlo. Los vecinos, dicen, se acostumbraron a la algarabía diaria, las risas del alumnado.

En el video, Federico lucía apartado y sin moverse. Pasaron muy cerca de él dos compañeros. El cronómetro marcó el equivocado 8:51 con 14 segundos cuando, sin ponerse de pie, el joven de 15 años extendió su diestra con el arma y disparó.

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Bertha, maestra de otro grado, escuchó la detonación y las subsecuentes. Trató de tranquilizar a los menores a su cargo.

“No sabía qué pasaba, para nada pensé que eran balazos”, dijo. “Luego oí gritos afuera, que estaban llorando”.

Después escuchó un disparo más, el final. Y empezó el pánico.

Con las ambulancias llegaron los primeros padres. Las unidades de auxilio se llevaron graves a dos chicos: Luis Fernando, el primer herido; Ana Cecilia, y a la maestra Cecilia Solís Flores. Un herido más, Mariel, se encontraba estable.

Nadie daba crédito a lo que había pasado. Fue estremecedor escuchar el pase de lista por altavoz tras el ataque.

“¿Por qué, papá? ¿Por qué?”, le preguntaba llorosa una niña a su padre, también conmovido, al salir aprisa y abrazados.

Frente al colegio situado al lado de un bar y frente al Parque del Gusanito, como se le conoce, abundaban los curiosos que fueron contenidos por Fuerza Civil y Policía Militar. La pregunta de aquella niña fue la más repetida: ¿por qué?

Algunos en la calle veían en sus celulares el video. La reacción común era silencio ante la frialdad del agresor, los disparos certeros, el momento en que se quedó sin balas, fue por más y pidió a los sobrevivientes agazapados que salieran.

El joven se dio el tiro que lo mató antes de que todos abandonaran el aula, por lo que en la angustia algunos de los chicos de uniforme azul y tenis blancos que saltaron entre mochilas cerraron la puerta. Los de atrás la abrieron despavoridos.

Ahí quedó la escena dramática entre pupitres, sangre y las palabras “Honestidad” y “Respeto” en inglés, en las paredes.

El vocero Aldo Fasci pronunció afuera del colegio las palabras sobre el agresor que algunos esperaban: problemas psicológicos. Otros dirán que llevaba poco en el colegio, apenas lo que va del año escolar.

“Me dice mi primo que era buena onda, que hasta iba a jugar Xbox con él, y que nunca le notó algo raro”, dijo Mauricio, familiar de uno de los alumnos.

Las redes nutrieron la historia insólita: adolescentes, legiones “Holck”, ansias de agresión. Mucha internet y soledad.

“Ya estamos como en Estados Unidos”, dice Rosario, una de las pocas vecinas que asoman el rostro en este sector de buen nivel económico al sur de la ciudad. “¿Cuándo se había visto esto?”.

No hay registros de algo así en México. Como ya es norma en los últimos años, Monterrey suma récords fatales.

Pasaron las horas de esta jornada en que el sol no salió del todo. Los sobrevivientes, esos a los que Federico no quiso quitarles la vida, pese a que la caja de balas estaba llena, salieron después de las 14:00 horas junto a sus padres, en silencio.

Por la tarde llegaron las primeras ofrendas florales. Y por la noche, la psicosis: rumores de futuros ataques.

Así terminó el día más triste en lo que va del año. El nunca visto en Monterrey, hasta ayer.

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