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Gaslighting: el peligroso encanto del abusador que te llena de culpas y te hace dudar de tu cordura

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Nicole pasó años viviendo con un hombre encantador, pero parecía que ella siempre estaba haciendo algo mal. Eventualmente comenzó a darse cuenta de que ella no era el problema, era él, y cuando conoció a una de sus amigas anteriores, Elizabeth, entendió. Aquí Nicole cuenta su historia*.

Otras personas parecen poder hacerlo: compartir una vida con alguien, agradable y pacífica. Pero a mí la idea de una relación todavía me aterra. Muchos años después, aún me entra el pánico ante la mención del nombre de mi exnovio, ese hombre encantador que al que adoré y le temí en igual medida.

Un hombre encantador, hermoso y exitoso me había hecho suya. Él era todo lo que había soñado. Era exitoso, su carisma era magnético y yo estaba en trance.

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Cuando estaba con él, las puertas se abrían y las mejores mesas en los restaurantes de repente estaban disponibles. Viajamos por todo el mundo por su trabajo, alojándonos en los mejores hoteles y comiendo en los mejores restaurantes. Y él parecía tener la capacidad de encantar en cualquier idioma.

Pero le fallé.

Lo arruiné todo: cenas, conversaciones, veladas, vacaciones -a veces por mencionar el nombre de un ex, sacar mi bolso frente a sus amigos o querer llevar mi propio pasaporte y dinero cuando estábamos en el extranjero-.

Pasaba días furioso. Mi comportamiento inapropiado lo había avergonzado, no sabía si podría seguir estando con alguien como yo, él, que podría estar con alguien mucho mejor.

También arruiné cumpleaños y Navidades, simplemente por ser “demasiado estúpida y cruel” como para entender qué era lo mejor para él.

Quería que le comprara regalos caros: “Son solo US$4.000, ¡usa tus ahorros!”, decía.

“Pero esos son mis ahorros de toda la vida”, le explicaba. “No puedo tocarlos, es imposible. Quiero hacerte feliz, pero no puedo pagar eso”.

El encantador hombre lloró: lo había defraudado y nada de lo que yo hiciera podría compensarlo.

Él no dormía mucho, yo tampoco. No me permitía “arruinar su noche” acostándome a dormir antes que él. Si lo hacía, me despertaba en la madrugada, queriendo hablar sobre nuestra relación y lo que yo estaba haciendo mal.

Estaba agotada. Sentía que me pasaba la vida tratando de dormir cuando y donde podía. El retrete de discapacitados en el trabajo se convirtió en un refugio para una siesta al mediodía.

¿Por qué no me fui antes?

Bueno, él era encantador y mi familia lo amaba. Y yo estaba en una edad donde la vida era un torbellino de compromisos y bodas.

Los parientes bien intencionados me decían que yo sería la siguiente. El sonido de mi reloj biológico se hizo más fuerte a medida que las bodas daban paso a los bautizos.

Además, yo lo adoraba y ese hombre increíble me había elegido a mí. Él tenía problemas y yo debía ayudarlo. Estaba consciente de que yo lo lastimaba, así que quería comportarme mejor.

Si salía con mis amigos, él se encerraba en su estudio. Sus gritos resonaban mientras se acurrucaba debajo de su enorme escritorio, así que casi nunca salía sin él.

Me decía que yo era fácilmente reemplazable y me mostraba fotos y cartas de otras mujeres que lo querían, yo lloraba y trataba de ser una mejor novia.

Cada vez que se volvía demasiado duro e intentaba irme, se acurrucaba en posición fetal frente a la puerta llorando y gritándome que no lo dejara, así que no lo hacía. Me sentaba en el piso y lo abrazaba, prometiéndole que me esforzaría más por mejorar.

Era agotador, pero las relaciones requieren de trabajo duro y nadie es perfecto, ¿no?

“Nunca encontrarás a alguien mejor que él, es perfecto, ¿no quieres niños?”, me decía la gente.

Llegó al punto, sin embargo, cuando supe que no podía quedarme.

Sentí como si mi cuerpo y mi cerebro se derrumbaran por el simple agotamiento de tener que manejar la vida con ese hombre. Aumenté de peso, pero no podía hacer ejercicio porque no le gustaba que estuviera lejos de él. La comida se convirtió en mi mayor consuelo.

Le temía a la idea de irme, pero estaba aterrorizada ante la idea de pasar el resto de mi vida con él.

Eventualmente, llegó la oportunidad de escapar, y pude empacar mis pertenencias sin que sospechara. Con el apoyo de mi hermana, pude alejarme y colapsé en el piso de su cocina.

Necesité terapia para entender que no era normal que tu pareja le quitara las bisagras de la puerta del baño porque lo “dejaba” para ir al retrete o para bañarme.

Solía atesorar mis momentos de soledad sentada en el baño con un libro. Cuando estaba con él, miraba el reloj, calculando cuándo podía escapar para tener unos minutos de paz tras la puerta cerrada. Pronto se dio cuenta y mi corazón se hundía cada vez que escuchaba el destornillador en las bisagras, con él llorando porque solo quería estar conmigo.

Cuando conté esas cosas en voz alta por primera vez pude comenzar a reconocer que era una locura, pero en ese momento sencillamente era mi realidad.

La terapia abrió un mundo completamente nuevo de comprensión y terminología: palabras como “narcisista” y Hacer luz de gas o “Gaslighting” eran nuevas para mí. No tenía idea de que el abuso pudiera ser así.

Fue a través de la terapia que entendí que me habían “hecho luz de gas” y que mi percepción del mundo había cambiado durante esos años de tratar de hacer lo imposible: satisfacer a un narcisista.

Finalmente me di cuenta de que yo no era la causa de nuestros problemas: en su juego yo no podía más que fallar.

Pero aún quedaba mucho por aprender.

Fue mi terapeuta quien me sugirió que contactara a la ex novia del encantador hombre.

“¿De verdad?” Dije. “Pero era una loca, ella lo atacó”.

El terapeuta asintió sabiamente y me recordó todas las otras formas en que él había tergiversado la realidad. Él siempre fue la víctima; nunca nada fue su culpa en la realidad alternativa que había creado.

Localicé a su exnovia que estaba viviendo en el extranjero. Respondió inmediatamente a mi nervioso mensaje diciendo:

“Sí, quiero hablar contigo, he estado esperando que te pongas en contacto”.

En el momento en que la llamada se conectó, sentí una oleada de alivio: había alguien que entendía.

Hablamos durante cuatro horas, cada una terminando las oraciones de la otra. Ella había hablado con otras mujeres que me habían precedido: el hombre encantador nunca había estado solo por mucho tiempo.

Escuchar sobre sus historias de depresión e intentos de suicidio fue escalofriante. Ese hombre encantador estaba destruyendo vidas sistemáticamente.

Sin embargo, en ese día de verano encontré esperanza: mientras hablaba con la exnovia, podía escuchar en el fondo a su marido cortando el césped y los niños jugando en el jardín. Esa instantánea de una vida compartida, de una vida familiar que una vez pareció tan aterradora, de repente parecía estar a su alcance.

Supe que el hombre encantador tiene una nueva novia. Quisiera decirle: “¡Sálvate! No eres tú, es él, lo que él te está haciendo es ilegal, puedes detenerlo”.

Pero sé que por ahora solo soy otra exnovia loca.

Ella necesita acercarse a mí cuando esté lista. Por ahora, todo lo que puedo hacer es vivir la vida al máximo, proporcionar ese pedacito de esperanza el día que ella me contacte.

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